Erin Brockovich, quien tiene alguna experiencia en la revelación de secretos, sabe perfectamente lo que le diría al empleado del gobierno que dice que Donald Trump presionó al presidente de Ucrania para que investigue a su rival político Joe Biden.
“Le diría, ‘obviamente eres una persona con integridad y lo tomas en serio cuando oyes que está pasando algo irregular’”, expresó Brockovich, activista sobre temas del medio ambiente y el consumidor, en una reciente entrevista telefónica. “La palabra ‘whistleblower’ (denunciante anónimo) tiene una mala connotación, jamás entendí eso”.
Mientras los demócratas inician audiencias con miras a un posible juicio político de Donald Trump y el presidente lo acusa de traición en Twitter, la atención se enfoca en el empleado del gobierno que hizo una denuncia escrita sobre “el uso del poder de su oficina (la de Trump) para solicitar la interferencia de otro país en las elecciones de Estados Unidos de 2020”.
No se conoce todavía el nombre del funcionario, que Trump llama #FakeWhistleBlower (informante falso), pero ya ha sido vinculado con otros famosos informantes como Brockovich, Daniel Ellsberg y Edward Snowden.
Presidentes, militares y ejecutivos han despotricado contra ellos, pero los “whistleblowers” han estado presentes desde la fundación del país.
Se cree que la primera ley de protección de los denunciantes anónimos fue aprobada en Estados Unidos en 1778. Desde entonces estos informantes han denunciado o revelado escándalos que van desde Enron hasta las mentiras sobre la guerra de Vietnam. Sus historias se han relatado en el cine (“Erin Brockovich”, ″Silkwood”, ″Serpico”) y en innumerables libros, siendo el más reciente las memorias de Snowden, el best seller “Permanent Record”.
“Los informantes anónimos son un fenómeno tan estadounidense como el pastel de manzana”, dice Allison Stanger, autora de “Whistleblowers: Honesty in America from Washington to Trump” (Denunciantes anónimos: La honestidad en Estados Unidos, desde Washington hasta Trump), publicado la semana pasada.
Las denuncias anónimas tienen mucha historia, larga y compleja, y la misma definición de “whistleblower” genera controversias. La palabra data del siglo XIX, cuando un policía que quiso alertar a la ciudadanía sobre unos desmanes fue tildado de “soplón”.
En el siglo 20 la palabra fue asociada con los árbitros de los deportes y con la violación de códigos de silencio.
En la década de 1970, el activista Ralph Nader impulsó una reconsideración del término, que empezó a tener la connotación actual, de alguien que denuncia irregularidades en el gobierno o en una empresa, generalmente desde adentro y corriendo riesgos personales.
“No me sorprende que el denunciante de lo de Trump y Ucrania sea de los servicios de inteligencia”, comentó Danielle Brian, directora ejecutiva de la organización Proyecto sobre Vigilancia del Gobierno.
“Los whistleblowers no planean hacerse whistleblowers. La gente piensa que son unos anarquistas, pero tienden a ser más conservadores de lo que pensamos y a tener principios claros acerca de lo que está bien y lo que está mal”, asegura.
El denunciante de la conversación de Trump con el presidente de Ucrania usó todos los canales correspondientes para hacer su denuncia, pero otros informantes violan las leyes a veces al sacar a la luz la información que tienen.
Ellsberg dijo que pensó que pasaría el resto de su vida en la cárcel por filtrar los “Pentagon Papers”, un estudio que hizo el Departamento de Defensa del papel del gobierno en Vietnam, en el cual él mismo había colaborado. Fue acusado de espionaje, pero los cargos fueron retirados cuando se supo que el gobierno de Richard Nixon había robado material de la oficina de su psiquiatra.
Snowden, un excontratista de los servicios de inteligencia que ahora vive en Rusia, filtró documentos sobre un programa de vigilancia del gobierno y seguramente sería llevado a juicio de volver a Estados Unidos.
Los whistleblowers sacaron a la luz el fraude financiero de Enron, el costo excesivo de sistemas de armas militares y la alteración del tabaco de los cigarrillos por parte de Brown & Williamson, escándalo de los años 90 que inspiró la película “The Insider” (El informante).
Louis Clark, quien dirige la organización sin fines de lucro Government Accountability Project, menciona a Robert MacLean, el agente aeronáutico federal que en 2003, dos años después de los ataques terroristas del 11 de septiembre, reveló que el gobierno se proponía reducir costos eliminando los agentes aeronáuticos de todos los vuelos nocturnos de larga distancia.
“Poco después de que sacó esto a la luz, dieron marcha atrás con esa decisión”, dice Clark.
Hay denunciantes que son mejor vistos que otros.
Snowden fue criticado no solo por funcionarios del gobierno sino también por el historiador liberal Sean Wilentz, quien dijo que filtró información sobre vigilancia interior y también sobre programas del exterior como la vigilancia de los miembros del Talibán.
“No fueron el acto de alguien que quiere defender los derechos constitucionales” de la población, sostuvo Wilentz en The New Republic en el 2014, y añade, “son filtraciones que buscan hacer daño a los servicios de seguridad”.
Clark opina que Mark Felt, el famoso “Deep Throat” (Garganta Profunda) de Watergate, hizo aportes vitales para destapar el escándalo que terminó forzando la renuncia de Nixon.
Pero el ex consejero de la Casa Blanca bajo el gobierno de Nixon John W. Dean cree que Felt era más bien un burócrata insatisfecho que un paladín de la justicia.
“Tenía motivaciones personales”, dice Dean acerca de Felt, quien era director adjunto del FBI en la época de Watergate. “Quería ser director del FBI y pensó que si sacaba del camino a (el director interino) L. Patrick Gray, Nixon nombraría a un elemento de la escuela de (J. Edgar) Hoover como él”.