El mundo del futbol está de luto. Diego Armando Maradona, el Pelusa, no logró hacerle una gambeta a la muerte. Después de unos días de recuperación postoperatoria el Diego no pudo rasgar las redes y falleció en la localidad de Tigre, Argentina, el miércoles, de un fallo cardiorrespiratorio. El astro argentino tenía 60 años de edad.
Es difícil hacer un ranking de los mejores futbolistas del mundo porque se trata de un deporte que es más estrategia y azar que estadísticas.
Acaso se miden la cantidad de goles o de años sobre la grama; el montón de trofeos mundiales y de ligas de primera división a los dos lados del Atlántico, la millonada que se paga por un jugador, pero no cómo una pelota bolea por encima de las reglas futbolísticas y se mete en el corazón de los fanáticos.
Eso era Maradona, un jugador polémico desde aquella mítica “mano de Dios”, pasando por su adicción a las drogas y los desencuentros familiares, hasta su amistad con gobernantes controvertidos como Fidel Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro o Evo Morales, que empañó su carrera. Algunos dejaron de prestarle atención, pero la mayoría lo asumió como una excentricidad propia de un fuera de serie.
Muy poco de lo anterior parece poder contener hoy las lágrimas de la fanaticada, las antiguas estrellas del fútbol y quienes lo siguen viendo como un sello de la época dorada que muchos extrañan.
Un astro de puerta a puerta
Maradona no pudo hacerse con el trofeo del Balón de Oro porque mientras se calzó los botines solo se otorgaba a jugadores europeos, aun así la prestigiosa revista France Football le confirió un galardón honorífico.
Lo comparan con el galáctico Pelé, pero el brasileño le dio en vida la palmada en el hombro que necesitaba para declararlo el mejor. Ni Messi ni Ronaldo han dudado en considerar a Maradona como un rey, dueño de un fútbol que él mismo se llevó a la tumba.
El Pibe, como también se le conocía, debutó en primera división vistiendo la chamarra para el Argentinos Juniors cuando le faltaban días para cumplir los 16 años, pero estaba lejos todavía de las incursiones que lo llevaron a que Argentina ganara el Mundial de 1986 y quedara subcampeona en Italia 1990.
Al contrario de lo que piensan muchos, el fútbol es fácil de entender porque solo hay que meter goles. Maradona anotó 346 goles en 681 partidos jugados. Con la selección albiceleste metió 35 tantos en 92 apariciones.
La característica fundamental del centrocampista argentino era que podía arrastrar a toda la defensa contraria haciendo fintas, amagando con pasar el balón a un compañero para finalmente quedársela entre las zapatillas y llegar hasta el momento culmen del fútbol, ese cuando el arquero es burlado y el graderío estalla de emoción al grito de: ¡Goooooooooooool!.
Además de México ‘86 e Italia ’90, Maradona se enfundó la camiseta nacional en Estados Unidos ’94, pero en esa cita mundialista los gauchos fueron eliminados en un calendario digno del olvido.
Como en el Yin y el Yang, Maradona es valorado en blanco y negro, las energías del bien y el mal lo persiguieron a su paso. Por ello se convirtió en el protagonista de la polémica “mano de Dios” y de la considerar como la mejor jugada del Siglo XX en una copa mundial. El Pelusa protagonizó ambas acciones la misma tarde del 22 de junio de 1986 frente a la selección inglesa.
En el primero, El Pibe entra en la zona caliente y ya frente a puerta se eleva para intentar un cabezazo pero le da un puñetazo al balón que el árbitro no vio y que él mismo reconoció años más tarde.
El otro se trata de un pase a medio campo en el minuto 55. Maradona le arranca la pelota a un defensor, da un giro sobre sí mismo y se lleva a dos jugadores contrarios, avanza unos metros, hace una finta y se lleva a otro más con amago a la izquierda, se deshace un defensor final y mete un empuje arrastrado que ni el defensa ni el portero pueden evitar que acabe en gol.
“¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... Gooooool... Gooooool”, es como se recuerda la narración en vivo del periodista Víctor Hugo Morales.
Dopaje: el final con la albiceleste
El 21 de junio de 1994 Maradona marcó el último escopetazo a puerta contra la entonces débil selección de Grecia. Ya no se le vería jamás en una justa de ese nivel.
El trago más amargo para sus seguidores tuvo lugar en la Copa del Mundo de EE.UU., cuando fue seleccionado en el sorteo para la prueba antidopaje y dio positivo. Al astro argentino se le detectaron cinco sustancias prohibidas: efedrina, norefedrina, seudoefedrina, norseudoefedrina y metaefedrina72, por lo que fue suspendido por quince meses.
Su propio doctor dijo entonces que se había equivocado al seleccionar uno de los dos frascos para la gripe que le había dictaminado. Sin embargo, a nadie se le escapaba que años antes, en 1991, el entonces jugador del Nápoles había dado positivo por consumo de cocaína.
Sus devaneos con las drogas, sus incursiones futbolísticas en el cénit de su carrera y sus encontronazos como preparador técnico en Argentina o México, siempre están tamizadas por el amor de sus seguidores y el desprecio de quienes lo vieron como una estrella en decadencia.
Las drogas y el poder
Un refrán dice que todos los males vienen juntos. Aunque todo depende desde dónde se mire.
Años después de su retirada de los terrenos de juego, en el año 2000, el Pibe se fue a La Habana y allí tuvo a su disposición un hospital de recuperación, especializado, que se convirtió en su cuartel general. Ahí formalizó “su mayor punto de contacto” con el desaparecido comandante de la revolución Fidel Castro, cita el diario Clarín.
Maradona y Castro, que falleció también un 25 de noviembre, pero cuatro años antes, entablaron una profunda amistad. La foto de 1987 ya es muy conocida: Castro, enteramente de verde olivo mira la pierna izquierda, mágica del futbolista donde tiene tatuado al viejo guerrillero comunista.
En una camiseta sin mangas Maradona se paseaba por las exclusivas playas cubanas y en su hombro derecho se podía ver el tatuaje del Che Guevara, un remedo de la foto de Alberto Korda que diera la vuelta al mundo. Para el Pibe el Che era su ídolo, a pesar de que se le achacan cientos de fusilamientos mientras dirigió la cárcel La Cabaña en La Habana.
Su predilección por el poder continuó hasta llamar un “grande” al entonces presidente venezolano Hugo Chavez Frías. “Chávez somos todos”, recuerda que dijo Maradona el diario El Universal de México.
En 2013, cuando murió Chávez, Maradona tomó un avión, se fue a Venezuela y dijo ante los medios: “Chávez ha cambiado la forma de pensar del latinoamericano, nosotros estábamos entregados a Estados Unidos y él nos metió en la cabeza que podíamos caminar solos”.
Ni el descalabro de la economía venezolana ni la crisis migratoria que ha empujado a casi cinco millones de venezolanos a huir del país le impidieron al crack argentino lanzar elogios al presidente en disputa Nicolás Maduro.
Hace casi exactamente un año, cuando las protestas populares hicieron que el expresidente de Bolivia Evo Morales abandonara el poder, acusado de fraude electoral, Maradona se solidarizó con el líder indígena.
“Lamento el golpe de Estado orquestado en Bolivia. Sobre todo por el pueblo boliviano, y por Evo Morales, una buena persona que trabajó siempre por los más humildes”, afirmó Maradona en un tuit, aunque una investigación de la OEA determinó que las elecciones a las que se presentó Morales estuvieron preñadas de irregularidades.
Aun así, el salto que ha dado Diego Armando Maradona hacia la muerte ha servido hoy para unir a los fanáticos que desde una tribuna o bien lo abucheaban y ofendían, dolidos por los goles que le anotaba con innegable maestría; o bien lo endiosaban, por regalarles noventa minutos de magia y placer cuando la blanquinegra entraba al arco, sumaba un punto y el mundo del fútbol se hacía pasión, arte.