Un periodista estadounidense que lleva cubriendo a China por dos décadas recientemente exhortó a una mayor confrontación a los esfuerzos de Beijing de convertirse en una potencia global. En Canadá, algunos antiguos amigos de China han cambiado su opinión.
Michael Schuman ha acaparado la atención con un artículo en el sitio de prensa Politico en que describió su evolución de ser un enamorado de todo sobre China a una actitud de mayor escepticismo.
“Como muchos de nosotros que escribimos sobre China, me quedé hipnotizado por el lugar desde que puse el primer pie allí en 1996. Sin embargo, con el paso del tiempo, mi percepción se ha oscurecido. Parte del cambio quizás pueda ser atribuido a vivir en un lugar en que el individuo no tiene recursos ante el Estado”.
Schuman dice que los acontecimientos de los últimos tres años lo han convertido en alguien “de línea dura”.
Especialmente alarmante, agregó, es que el presidente Xi Jinping “está tratando de cambiar la forma en que pensamos sobre un buen gobierno y los valores democráticos” y cada vez más está “convirtiendo el sistema autocrático de China en algo tan legítimo, e incluso superior, a los gobiernos occidentales de estilo representativo”.
Este “asalto”, dice, “presenta una mayor amenaza a las democracias del mundo que cualquier ventaja que pudiera alcanzar en comercio o tecnología”.
Schuman concluye su artículo diciendo que “la única vía para lidiar con China hoy en día es que más personas se conviertan a la línea dura. Es una solución terrible, pero la alternativa es peor”.
Una canadiense decepcionada
Margaret McCuaig-Johnston, quien sirvió por casi cuatro décadas en varias posiciones oficiales de gobiernos provinciales y federales de Canadá, ha llegado a la misma conclusión.
“He sido una amiga de China por 40 años desde mi primera visita en 1979 y los ayudé a fomentar su capacidad en ciencias y tecnología. Incluso fui vicepresidenta de la Sociedad de Amistad Canadá-China de 2014 a 2016”, explicó la exfuncionaria a la Voz de América en respuestas escritas a preguntas.
“Canadá tiene una larga historia en China que se remonta a las décadas de 1920, 1930 y 1940, con misioneros en todo el país. Conocí a uno, el doctor Robert McClure, que se fue cuando los comunistas tomaron el poder. A menudo conversaba en la iglesia de mi padre y cenaba también en nuestra casa, donde relataba grandes historias”.
McCuaig-Johnston se dedicó a promover los lazos entre Canadá y China, especialmente en el área de ciencia y tecnología hasta que se retiró del gobierno en 2012.
Con el tiempo, comenzó a dudar, pero fue la detención en China de dos canadienses, Michael Kovrig y Michael Spavor, lo que finalmente la llevó a cambiar de posición. Los dos fueron arrestados en diciembre de 2018, en aparente represalia por el arresto de una ejecutiva de Huawei en Vancouver y aún están retenidos en China.
“Yo estaba en Shanghái cuando fueron detenidos. Lo mencioné a un ciudadano chino con quien me iba a reunir al día siguiente y me sorprendió escucharlo decir que China tenía una lista de 100 canadienses que podía detener en cualquier momento”.
“Cuando regresé a Canadá, otras personas me hablaron sobre la lista. Supongo que hay listas de otros países también”. McCuaig-Johnston estaba en Shanghái para hablar en una conferencia internacional para conmemorar el 40 aniversario de la política de ciencias y tecnología de China.
Necesidades selectivas
Recordó que por décadas ella y muchos otros funcionarios y científicos canadienses ayudaron a China a establecer su capacidad innovativa. Al principio, los chinos “estuvieron muy agradecidos … y aceptaron toda nuestra ayuda, asesoría y conocimientos”.
Las cosas, sin embargo, cambiaron con el tiempo.
“En los últimos años se hicieron más selectivos y querían a nuestros mejores científicos en tecnología de la información, biotecnología, cuántica y materiales avanzados que reflejaran las tecnologías estratégicas de China”, dijo McCuaig-Johnston.
Ahora, añade, la intención de China “es sobrepasar a otros países, incluso a EE. UU., en ciencias y tecnología, y ponerlo todo al servicio de los militares. No desean colaborar con nosotros, como hicimos con ellos, a menos que pueda ayudarles a convertirse en una superpotencia innovadora y militar”.
“No debemos ayudarlos para eso. Han perdido toda mi confianza y la de muchos otros canadienses”, concluyó la exfuncionaria.