Juan París, psiquiatra venezolano de 35 años adscrito a la organización humanitaria Médicos Sin Fronteras, se disculpa por si algún ruido ambiental entorpece la videollamada, el día de la entrevista.
Ocurre que, a sus espaldas, a unas calles de su residencia temporal en la Ciudad de Gaza, terminaron esa tarde de derrumbar un edificio bombardeado semanas atrás.
“Una de las bombas cayó justo enfrente de nuestra clínica comunitaria ambulatoria, donde se tratan pacientes traumatológicos y con quemaduras. Parte de ella quedó con considerable daño”, detalla a la Voz de América.
Médicos Sin Fronteras informó que un bombardeo aéreo israelí impactó la noche del 15 de mayo pasado una de sus clínicas en Gaza, dejando inutilizable una sala de esterilización y dañando parcialmente una sala de espera.
Ningún empleado de la organización resultó herido, si bien los compañeros de París que custodiaban la sede médica quedaron “afectados sobremanera”, explicó el doctor especializado en la atención infanto-adolescente.
Los bombardeos de esa noche dañaron gravemente un edificio residencial ubicado frente a la instalación de Médicos Sin Fronteras. Al menos 42 personas perecieron en el lugar, entre ellas dos médicos palestinos, cuenta París: uno de ellos, jubilado, era referente en la formación de psiquiatras en la zona, y el otro era el líder de la respuesta médica contra el COVID-19 en la Franja.
Atender la salud mental de sus compañeros y de la población de los territorios palestinos ocupados en Cisjordania y toda la Franja de Gaza es la quintaesencia del trabajo de París, nacido y formado como médico cirujano en la Universidad del Zulia, Venezuela, a 10.800 kilómetros de distancia de su residencia actual.
El contexto de su oficio es, como lo definió su organización al reportar las afectaciones a su clínica, “un nivel de violencia insoportable e inaceptable”.
El 10 de mayo pasado, estalló un conflicto armado de 11 días que causó en Gaza al menos 250 muertes por bombardeos israelíes, entre ellos 67 niños, y 13 en Israel por el lanzamiento de cohetes desde la Franja, según el saldo del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.
El Consejo de Derechos Humanos aprobó la semana pasada iniciar una investigación sobre violaciones del derecho humanitario internacional durante las hostilidades. Veinticuatro países votaron a favor, nueve en contra y hubo 14 abstenciones durante la reunión extraordinaria en Ginebra.
París, por su parte, se encontraba trabajando en Jerusalén Este en el momento del ataque del 15 de mayo.
“Me muevo por los territorios ocupados. Nuestros compañeros cuentan que durante un bombardeo no hay forma de diferenciar exactamente dónde cae una bomba. Puede estar cayendo a kilómetros, pero el estruendo es tan importante que se siente como si estuviera cayendo en tu ventana”, describe.
Tenso cese al fuego
Palestinos e israelíes acordaron el pasado 20 de mayo un cese al fuego. El pacto, mediado por Egipto, “se ha mantenido” desde entonces, confirma París, quien emigró de Venezuela en 2010 para cursar especializaciones de Psiquiatría.
“No ha habido más ataques en la zona. Lo que no ha cambiado es la tensión a lo largo de Cisjordania y Gaza. Hay una considerable tensión”, remarca.
Hace dos años, se postuló para una de las vacantes de Psiquiatría de Médicos Sin Fronteras. Pudo atender a pacientes de la llamada ruta de migrantes en la frontera de México y Estados Unidos. “Había sido una especie de sueño (sumarse a la organización) que quedó aparcado” en su carrera, cuenta.
París se encuentra en Cisjordania y la Franja de Gaza desde agosto del año pasado. En plena tregua de lo que describe como el más reciente “pico de violencia”, reivindica la urgencia de una atención de la salud mental en poblaciones en conflictos como la de los territorios ocupados palestinos.
Su rol, explica, también involucra compartir su conocimiento técnico con sus compañeros sanitarios, como médicos, psicólogos, consejeros y trabajadores sociales, para que ellos, a su vez, den respuesta adecuada en el terreno.
Médicos Sin Fronteras tiene en Cisjordania y Gaza dos clínicas de salud mental, cinco ambulatorias para heridos con traumatología y quemaduras, dos salas de hospitalización, tres quirófanos, clínicas móviles, y tres hospitales donde apoya la respuesta a COVID-19 del ministerio de Sanidad palestino.
Uno de esos proyectos, en Gaza, supuso la atención en un año de 1.000 niños con quemaduras y 5.000 adultos con heridas de fuego o traumatológicas, así como de 300 casos complejos de hombres jóvenes lesionados durante las protestas conocidas como “la Gran Marcha del Retorno”, en 2018.
Para su oficio, París requiere asistencia de comunicadores culturales, personas experimentadas en traducción y en “especificidades”, como expresiones faciales, formas de hablar y fórmulas de socialización propias de Gaza y Cisjordania.
Algunos médicos cirujanos pueden trabajar sin decir una palabra, pero no es su caso. “Nosotros no podemos trabajar sino comunicándonos”, precisa.
Insuficiencia “frustrante”
París no es el único latinoamericano de Médicos Sin Fronteras en la zona. Comparte oficios con un colega de Bolivia y otra de Argentina. El año pasado, conoció a una psicóloga venezolana. Le resulta “triste y frustrante” ver cómo el capital humano y los recursos son insuficientes en la Franja y Cisjordania.
“Cuando estás en el terreno, te das cuentas de que cubres solo a una parte de la población. Si una organización humanitaria respondiese a todas las necesidades de una población, estaría sustituyendo a un sistema sanitario local con capital extranjero, lo cual perpetuaría el ciclo paradójico de dependencia de la ayuda humanitaria. Eso se trata sobremanera de evitar”, expone.
La labor “hombro a hombro” de París con el personal “emergencista” la complementa con un trabajo clínico directo con la población en necesidad.
El médico venezolano dice notar que los palestinos de los territorios ocupados viven “una situación de trauma colectivo de población desplazada”, agudizada por la limitación de sus recursos. “Es una vida marcadamente condicionada por la violencia en muchas maneras”, advierte.
En el caso de niños y adolescentes, diagnostica que les afecta un conflicto “crónico, larvado”, que se refleja en los bloqueos de los caminos a sus escuelas por puntos de control o en su identificación internacional como “refugiados”.
“Su educación puede estar detenida y sus espacios, donde se juega, se ven tergiversados por la guerra, con niños que juegan a la invasión, a quién llega primero al refugio. Es un sistema herido”, subraya.
Esos menores de 14 años, que representan el 40 por ciento de la población de Gaza, crecen en un mundo de “adversidades que se acumulan sin suficientes factores protectores” para avanzar en sus procesos y desarrollos, indica.
“Las bombas son terribles, pero son esos picos agudos una representación de algo que está constantemente hirviendo en el trasfondo”, comenta París.
El médico venezolano opina que los días de guerra fueron “aterrorizantes” y admite que, como sus compañeros y pacientes, siente miedo ocasional. “Negar la existencia del temor es inútil. Se siente. Es palpable”, concluye.
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