I La Piquiña
El fogón de su cocina siempre está encendido. De día, de noche, arroja una luz pálida en la última pieza de su casa. Sonia Chávez, venezolana, de 81 años, anda con cuidado a unos metros, entre la "oscurana" de su vivienda, camino hacia el patio para hallar claror. Son apenas las 6:30 de la tarde, pero esos espacios, cuenta, están arropados por un manto de penumbra desde hace 14 meses.
“Nunca pensé llegar a esta edad con este problema”, dice, tras inclinarse a recoger una tablita de madera y una bolsa vacía de harina de maíz bajo su hamaca multicolor, que guinda entre matas, helechos y arbolitos. Duerme allí cada noche en busca de frescor. No tiene servicio eléctrico desde el año pasado.
Es parte de un grupo de 22 familias del sector 10 de la urbanización San Jacinto de Maracaibo, en el occidente de Venezuela, que no tienen electricidad en sus casas desde agosto de 2020 por la avería de un equipo transformador.
“Duermo en el chinchorro hasta la 1:00 de la noche, cuando ya medio refresca un poquito. Otras veces, estoy en el porche. Me sofoco, porque soy hipertensa”, cuenta, agotada por la caminata, ya sentada en la entrada de su vivienda.
Sonia señala sus brazos. Dice sufrir de “piquiña” en la piel por los calores de una ciudad húmeda, cuyas temperaturas suelen superar los 30 grados centígrados. Tampoco halla los medios de tener agua lo suficientemente fría, espacios ventilados por aires acondicionados o siquiera un buen descanso.
Para ella, “es terrible”.
II La Falla
Es fácil identificar el transformador dañado en la calle cuatro de San Jacinto, uno de los asentamientos más poblados de la ciudad. El poste de donde pende tiene grabada una advertencia en pintura negra: “no votar (sic) basura”.
El artefacto, que permite aumentar o disminuir la tensión en el circuito eléctrico de corriente alterna, se averió el 20 de agosto del año pasado y, desde entonces, continúa conectado, pero inactivo, sobre una maraña de cables delgados.
El gobernador Omar Prieto, simpatizante del presidente Nicolás Maduro, anunció la restitución de hasta 13 transformadores solo en Maracaibo, uno de 21 municipios de la región de Zulia, durante uno de sus programas en febrero. Ese, el del lugar donde está prohibido arrojar desechos, no lo han reemplazado.
La crisis eléctrica en Venezuela se remonta a 2010, cuando Hugo Chávez era presidente. Maracaibo, capital del estado más poblado del país, Zulia, ha estado perjudicada desde entonces por continuas e inesperadas fallas del servicio.
De 1,5 millones de habitantes, es una ciudad afectada gravemente por cortes eléctricos. Las autoridades programan algunos por la deficiencia energética, pero otros, como tres ocurridos desde septiembre, son apagones imprevistos.
El pasado domingo 3 de octubre, los municipios de la costa occidental del Lago de Maracaibo quedaron a oscuras por horas, primero en la mañana, luego en la noche, por culpa de las tormentas eléctricas, explicaron los gobernantes locales.
El gobierno nacional suele atribuir las fallas del servicio a “ataques”, “sabotajes” o a los efectos de las sanciones económicas estadounidenses. La oposición de Maduro, en cambio, la endilga a la corrupción de miles de millones de dólares invertidos en obras inconclusas o inefectivas para zanjar la crisis.
Un apagón en Caracas ocurrió hace dos semanas debido a “un nuevo ataque” contra el sistema eléctrico venezolano, según denunció el ministro Néstor Reverol, un general retirado que está al frente del servicio en el país.
El 7 de octubre pasado, la gobernación zuliana anunció que había ejecutado un plan de instalación de 400 transformadores en el estado, de al menos tres millones de habitantes. Según el secretario regional de asuntos eléctricos, Juan Carlos Boscán, las deficiencias con ese tipo de aparatos ocurren “como consecuencia del bloqueo económico (de Estados Unidos), que dificulta la inversión estructural del sistema eléctrico”, indicó entonces una nota de prensa de su despacho.
III El arrimo
La solidaridad ha paliado la crisis eléctrica de la calle cuatro de San Jacinto. Vecinos tendieron cables hacia las viviendas de los afectados por la falla del transformador para que pudieran, al menos, encender un par de bombillos, algún ventilador o incluso conectar sus neveras. Es lo que llaman “el arrimo”.
“Es cuando un vecino nos da la oportunidad de tener, aunque sea, dos bombillitos prendidos” gracias a esas conexiones extraordinarias, tendidas por el aire o sobre las paredes desde viviendas o apartamentos de la acera de enfrente o la calle anterior, relata a la VOA Marlene Cayama, una mujer delgada y amable que se ha convertido en la voz de su comunidad ante la prensa.
El voltaje, sin embargo, es insuficiente para vivir bien. “Estamos aislados, no tenemos electricidad propia. Mi televisor se apaga y se prende. Las neveras no enfrían casi. No es vida. Es como estar en un desierto”, denuncia.
María Prado de Bustamante, de 70 años, agradece la solidaridad de sus vecinos, pero añade que el llamado “arrimo” no le alcanza para prender su refrigerador o mantener encendidos varios electrodomésticos a la vez. “No podemos usar el (horno) microondas. Mi hijo tiene un aire de 110 (voltios) y no le da”, detalla.
Los perjudicados usan las conexiones para encender bombillos en las aceras de sus viviendas. Mientras cae la noche, es evidente que algunos, como el de la casa de María, ya se quemaron por las constantes fluctuaciones del servicio, dicen.
Glenda González, de 56 años, acaba de cruzar la calle para refrigerar en casa de un vecino un pollo, “para que no se dañe”. Su rostro es apenas visible bajo la oscuridad de la noche que avanza a las 6:50 de la tarde del pasado jueves.
Da fe de que los “arrimos” no siempre son seguros, ni eficaces. El pasado fin de semana, notó que no había electricidad en su vivienda a pesar de la conexión que sus vecinos le tendieron hace meses. “Me preocupé y me asomé a la parte donde nos dan electricidad y veo que los cables están flojos. Hubo un cortocircuito”, recuerda. Un amigo la ayudó a reconectarlos adecuadamente.
“En vez de ir hacia adelante, vamos pa’ atrás”, replica. La noche ya la cubre.
IV La Mudanza
Media hora antes, Maira Barrios sacó a pasear a su perro poodle blanco a una de las aceras de la calle cuatro. Su vivienda, de pintura naranja y beige, adornada por un collage de retazos de piedra, es solo su morada de noche. “Ya yo no vivo en mi casa. Aquí no puedo estar, es imposible”, contó.
Decidió mudarse con su hermana, a seis cuadras de distancia, en el mismo sector de San Jacinto, luego que, en el último trimestre del año pasado, notó que no había respuesta efectiva de las autoridades a la falla del transformador.
Su “arrimo” de electricidad apenas le permite encender dos bombillos y un ventilador. Solamente los usa de noche, cuando llega a pernoctar. “Me acuesto (allí) a dormir en la noche, porque, si no, me la roban”, aclaró.
Barrios aseguró que ha ido “personalmente” a las sedes de la alcaldía de Maracaibo, la gobernación del estado Zulia y la empresa estatal Corpoelec para informar su caso. Se han concretado un censo de afectados, la podada de árboles cercanos al artefacto y su revisión, pero no su sustitución o reparación, indicó.
“Seguimos esperando. No nos dan respuesta”, dijo, antes de que su perro tirase con mayor fuerza de su cadena, animoso por reanudar su paseo de la tarde.
V “Trancazos” en La Cueva
María Teresa Meneses, una viuda venezolana de 74 años, debe encender la luz de su teléfono celular cada vez que camina por su cuarto, especialmente de noche. La falta de servicio eléctrico le dificulta hasta el transitar.
“Tengo un hornito y no lo puedo prender para hacer mis plátanos. En la noche, tengo que hacer la comida así, oscuro. A las 7:00 de la noche, ya esto es una cueva de lobos. Me voy dando trancazos por todos lados”, comparte la señora, que cuida a sus nietos en esa oscuridad perenne mientras sus hijos trabajan.
Una extensión eléctrica naranja desciende sobre la pared de su patio, desde casa de una vecina amiga, hasta cerca de su nevera. Debe usar un electrodoméstico a la vez: si quiere enfriar comida, prende la nevera; si tiene que usar su máquina de coser para remendar ropa de clientes, desconecta el refrigerador para enchufarla; cuando llega el agua al sector, desenchufa todo para poner a funcionar exclusivamente la bomba hidroneumática que llena su tanque.
La mujer ha denunciado con persistencia la avería eléctrica frente a periodistas y políticos. Hace dos semanas, habló cara a cara con el gobernador zuliano y aspirante a la reelección Omar Prieto cuando visitó una cancha de San Jacinto.
El funcionario, que había prometido en febrero pasado solucionar el problema en su programa de televisión, radio y redes sociales, ordenó a uno de sus choferes que la llevara hasta el poste coronado con el inservible transformador para tomar sus datos y, prontamente, sustituirlo, asegura.
Meneses aún espera. Se siente “cansada”, en “un infierno”, describe, mientras sale a recorrer un callejón aledaño de bloques grises en búsqueda de un vecino. “Vivo como en el monte”, indica, poco antes de que el sol se oculte. Y, como cada noche, la oscuridad se hace más absoluta dentro de su casa que fuera de ella.
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