Irlanda Santoro recuerda la resistencia que su madre puso cuando decidió que el fútbol sería su profesión. Vive en Venezuela, un país con poca tradición en este deporte, mucho menos en la rama femenina, donde la mayoría de las veces los vestuarios no cuentan con servicio de agua corriente.
Pero Irlanda, de 18 años, se adapta y con el ‘9’ en la espalda va labrando un camino que la ha llevado a jugar con equipos profesionales, pero sin paga.
“El fútbol femenino, a diferencia del masculino, no tiene apoyo, no tiene sponsor, no hay nadie que pueda meter la mano para ayudarnos, el salario es insuficiente nunca va a ser igual que el de los hombres”, dice a la Voz de América esta joven deportista después de un entrenamiento.
“La verdad el pago es ausente(…) de decirte que yo jugué profesional en una Copa Libertadores y no recibí ni un dólar, cuando obviamente me tocaba”, dice sobre la edición de 2020 con Atlético SC.
El fútbol femenino se anotó un gran triunfo el 22 de febrero, cuando la federación de Estados Unidos anunció que el pago de las jugadoras de la selección, ganadoras del Mundial de Francia 2019, sería equiparado al del equipo masculino.
“Ni agua para lavarse las manos".
Santoro ve lejano ese escenario en Venezuela, el único país de Sudamérica que nunca llegó a un Mundial de fútbol. “Es muy difícil por la situación económica, ni siquiera los hombres tienen un buen salario”, señala.
Recordó, por ejemplo, el caso de una compañera que recibió una oferta de 100 dólares mensuales, mientras que un jugador “con el mismo nivel deportivo profesional” gana 1.200 dólares.
Pero una primera aspiración, tener lo básico: “Ir a entrenar y tener hidratación”, por ejemplo. “Tener donde lavar los zapatos. Tener ese apoyo para llegar más fácil a las instalaciones deportivas”.
“Entramos a los camerinos y no hay agua ni siquiera en las pocetas para nosotras hacer nuestras necesidades o incluso tomar un baño, lavarnos las manos”, agrega.
Jugar “en vestido y mocasines”
Santoro viajará en agosto a Estados Unidos, tras recibir una beca deportiva en el Missouri Valley College. Estados Unidos “es el único país donde es posible estudiar y jugar al mismo tiempo”, dice.
“Si me quedo aquí en Venezuela, no iba a poder seguir jugando fútbol al mismo nivel y la única opción que yo tenía para hacer ambas cosas era yéndome”.
Deyna Castellanos, una referencia del fútbol femenino venezolano, hizo lo mismo: jugó en una universidad en Florida antes de saltar al fútbol profesional europeo y firmar con el Atlético de Madrid.
“Quisiera llegar a la selección y representar a mi país”, aseguró. “Sí me gustaría influir en el pensamiento de niñas más pequeñas y que digan ‘quiero ser como ella’, quiero ser la motivación de otras jugadoras y espero poder lograrlo”, continúa.
Y a su madre no le quedó más opción que ceder. “Duró mucho tiempo metiéndome en otros deportes como baile, tenis (...) pero el que me hacía feliz era el fútbol”, insiste.
“Mi mamá no quería que yo entrara a un equipo (...). Logró aceptar que yo jugara fútbol cuando un señor me vio jugar y me dijo que ‘estés mañana a las tres en esta cancha’ y así se lo dijo a mi mamá y cuando ella vio mis ojos literalmente brillando, no le quedó otra opción”.
Santoro siempre lo tuvo claro. Desde muy pequeña prefirió el balón a las muñecas. “Mi uniforme era un vestido, yo jugaba fútbol en vestido y en mocasines, me decían montones de cosas”.
Tras su paso por un equipo de San Antonio de los Altos, donde vive, pasó a Deportivo La Guaira, Estudiantes de Caracas, Sport AC y ahora Deportivo Petare.
“El fútbol femenino es un mix de sentimientos: al tú tenerlo como hobby, no lo vas a ver nunca como profesión, pero al verlo como una pasión, lo enlazas con lo que tú quieres ser”.
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