Oleg Moloskniy permanece amargado desde que comenzó la guerra. Antes de la invasión rusa, hace casi un año, Moloskniy, como la mayoría de la gente de su pueblo, prestaba poca atención a las fronteras políticas que separaban a Rusia de Ucrania.
"Era como si fuera lo mismo. Íbamos a Belgorod, Rusia, como alguien va a Járkov. Había trenes y autobuses todo el tiempo, y nunca hubo diferencia", dijo a la Voz de América.
Moloskniy, de 58 años, es un ex conductor de autobús que vive en Nova Kozacha, una de las muchas aldeas ucranianas que se sitúan junto a la vía férrea que conecta Járkov con Moscú.
Su casa está a sólo seis kilómetros de la frontera. De madre ucraniana y padre ruso, Moloskniy sirvió como soldado en Vladivostok, en el extremo este del vasto territorio ruso, durante la época soviética.
"Siempre me sentí como en casa allí, ya sea en Vladivostok o en Belgorod", afirmó. Moloskniy, como casi todos los demás en la aldea, tiene parientes en ambos lados de la frontera. "Siempre nos conocimos, éramos familia", aseguró.
Pero ahora todo ha cambiado. Dice que no tiene información sobre los miembros de su familia en el lado ruso desde que comenzó la guerra. “No quiero saber de ellos. No sé si algún día los podré volver a encontrar, ya no somos una familia. Todo se acabó”.
Todavía no puedo entender lo que pasó, cómo dos países hermanos pueden estar peleando entre sí”Ludmila, residente de Nova Kozacha
Esta región fronteriza entre los dos países está interconectada por la cultura y la historia. La guerra ha traído una profunda separación para quienes vivían permanentemente como si las fronteras fueran solo líneas imaginarias dibujadas en un mapa.
Ludmila es una residente de Nova Kozacha que no ha visto a su esposo, Alexei, desde que explotó una bomba en su patio trasero en agosto. La metralla hirió gravemente a Alexei en las piernas. En ese momento, el pueblo estaba bajo ocupación rusa y las tropas rusas lo llevaron a un hospital en Belgorod.
Alexei no puede regresar a casa porque la frontera se ha convertido en un frente de batalla.
Ludmila, que se negó a dar su apellido a la VOA por temor a represalias de la inteligencia rusa, dice que es imposible traer de vuelta a su esposo. "Todavía no puedo entender lo que pasó, cómo dos países hermanos pueden estar peleando entre sí; me sorprende incluso un año después de que todo esto comenzó", aseguró.
Poca destrucción, pero casi ninguna vida
Nova Kozacha es el último destino accesible para los civiles en la carretera que bordea la línea férrea que une el noreste de Ucrania con Rusia.
El pequeño pueblo está tan cerca de la frontera que prácticamente no sufrió daños por la invasión de las tropas rusas hace un año o por la contraofensiva ucraniana de otoño.
"Las bombas pasaron sobre nosotros, casi nada fue alcanzado aquí", reconocio Moloskniy, uno de los pocos residentes que eligió quedarse en el pueblo durante la guerra. A pesar de la escasa destrucción, Nova Kozacha es como un pueblo fantasma.
Los campos de girasoles alrededor del pueblo están abandonados. Las flores que no fueron cortadas ahora están secas, sin vida y sin color, lo que demuestra cómo la vida se detuvo abruptamente en la aldea.
El sonido de la artillería rusa o del fuego antiaéreo ucraniano ocasionalmente rompe el silencio.
De más de 1.000 residentes antes de que comenzara la guerra, ahora viven aquí menos de 200 personas. Algunos de los que se fueron están en Rusia y no quieren, o no pueden volver para reunirse con los que se quedaron.
No entiendo cómo los políticos pueden estar haciendo esto, empujando a los jóvenes a matarse unos a otros, somos hermanos”Olga Yefremova, residente de Nova Kozacha
Olga Yefremova, de 80 años, está desesperada por ver a su hija, dos nietos y una bisnieta. “No los he visto desde antes de la guerra, el pueblo donde estaban en el Donbás estaba ocupado por los rusos. Ahora no sé dónde están”, dijo entre lágrimas la profesora jubilada.
La última vez que supo de la familia fue en diciembre del año pasado. Estaban en Rusia, pero no pudieron encontrar la manera de volver a Ucrania. “No entiendo cómo los políticos pueden estar haciendo esto, empujando a los jóvenes a matarse unos a otros, somos hermanos”, dijo a la VOA.
Uno de los nietos de Olga está en el ejército ucraniano. "Los rusos vinieron aquí, vieron la foto y me preguntaron si lo estaba escondiendo. Incluso apuntaron con el arma al sótano, pensando que podría estar aquí", recordó. Su nieto, explica, está en Kiev, lejos del frente.
El martes, fuertes nevadas cayeron sobre Nova Kozacha. Las calles aún estaban vacías, con los residentes aventurándose al frío para sacar agua de los pozos que aún no se habían congelado.
En la frontera, a unos kilómetros de distancia, un funcionario dijo horas después que un helicóptero ruso abrió fuego contra la primera línea de defensa de Ucrania. Pronto se pudo escuchar el sonido de los cañones antiaéreos en Nova Kozacha.
"Cada día es más frecuente, más fuerte; creo que los rusos volverán. El otro día no vendrían a irse aquí, quieren venir para quedarse", dijo Ludmila, sin parecer asustada por el sonido de las bombas.
[Con la colaboración de Artur Chupryhin]
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