Grupos de socorristas localizaron y extrajeron el martes el cuerpo de una niña, de unos seis años, la primera víctima en ser localizada unas cuarenta horas después de que se produjera un gigantesco deslizamiento de tierra, lodo y rocas que sepultó al menos a medio centenar de viviendas en Alausí, una población de los Andes de Ecuador.
La menor se encontraba a unos cinco metros de profundidad, en la parte baja y a un costado del alud, cerca de escombros de los que habría sido una vivienda. Enseguida fue envuelta con un plástico negro y trasladada en medio del deslave.
Tras ello, los rescatistas se empeñaron en ampliar la búsqueda debido a que los familiares les comunicaron que la niña estaba con dos primas y un tío al momento del desastre, la noche del domingo. Con esta nueva víctima sumarían ocho fallecidos y 62 desaparecidos.
El jefe de uno de los grupos de rescate, Jorge Torres, dijo a The Associated Press que las condiciones del terreno hacen muy difícil llegar hasta los cuerpos "que deben estar entre 20 y 30 metros bajo de tierra” y precisó que mientras trabajan en la zona continúan las vibraciones del terreno, por lo que "podría producirse otro evento de igual o peor magnitud”.
Añadió que las primeras horas son fundamentales para hallar sobrevivientes, una posibilidad que se va disipando con el transcurso de los días, pero que continuarán las tareas para “rescatar a alguien con vida y, si no es así, por lo menos brindar la tranquilidad dentro del profundo dolor de los familiares de tener un cuerpo a quien llorar y despedir”.
Debido a la presión de familiares y sobrevivientes, ingresó al sector del desastre maquinaria pesada que empezó a trabajar de inmediato a pesar de la oposición inicial de los expertos, que señalaban que se debían esperar al menos 72 horas. A los rescatistas se sumaron espontáneamente decenas de indígenas de zonas cercanas para ayudar a remover la tierra y los escombros.
En los flancos de la zona arrasada se multiplicaban las casas recién desocupadas con letreros de venta y otras con grietas en sus paredes, mientras perros abandonados vagaban por las calles esperando infructuosamente a sus dueños.
Aunque los efectivos de bomberos, ejército, Cruz Roja, policía y otros organismos de socorro lucían agotados, se apoyaban entre sí con frases de aliento para retirar rocas y escombros y cavar en la tierra. Todo el personal de rescate está recibiendo asistencia psicológica.
Uno de los damnificados, Milton Taday, relató a AP que un mes atrás, cuando las grietas en la tierra comenzaron a agrandarse, le recomendaron evacuar, lo que le permitió instalarse con su madre discapacitada en la casa de una vecina que les prestó un par de habitaciones. “Pero ahora todo están cerrando, la gente está dejando todo por miedo”, agregó.
La Secretaría de Gestión de Riesgos indicó además que del sitio fueron rescatados 23 heridos y que desde la madrugada del lunes los rescatistas no han logrado recuperar cuerpos o sobrevivientes. Hasta ahora el saldo es de 500 personas y 163 viviendas afectadas, así como 150 metros de carretera, el 60% de la red de agua potable y el 20% de la red de alumbrado público.
El presidente Guillermo Lasso llegó la noche del lunes a la zona, a 222 kilómetros al sur de Quito, y dispuso la gestión de varios ministerios para ayudar a los damnificados, algunos de los cuales seguían evacuando sus casas de zonas aledañas, también amenazadas, con la ayuda de vehículos militares y policiales.
El jefe del Cuerpo de Bomberos de Quito, Esteban Cárdenas, aseguró a radio Sonorama que la zona está cubierta por más dos millones de metros cúbicos de tierra, lodo y rocas que han sepultado viviendas de hasta de tres pisos, lo que dificulta el trabajo de los perros entrenados e impide la utilización de equipo tecnológico que detecta vida hasta bajo tres metros de profundidad.
El deslizamiento de la ladera de una montaña dejó una área arrasada de unos 150 metros de ancho por unos 700 metros de largo que ha sido aislada con cintas amarillas con letras negras en las que se lee “Peligro”. A unos 100 metros del lugar sobrevivientes y familiares se concentran en un sitio conocido como Puente Negro a la espera de noticias.
A fines de febrero las autoridades habían alertado sobre el riesgo de movimientos de tierra en esa zona debido a la intensa temporada de lluvias y habían habilitado albergues en al menos seis municipios. Hasta allí están llegando víveres desde otras partes del país para alimentar a los refugiados.
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