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El mundial y las mujeres


Algunas mujeres también se unen a su pareja para celebrar juntos el mundial, para otras será un mes de sufrimiento.
Algunas mujeres también se unen a su pareja para celebrar juntos el mundial, para otras será un mes de sufrimiento.

Durante el próximo Mundial las parejas tienen dos opciones, unirse por la fiebre del futbol o tomar caminos separados, al menos por un mes.

Los mundiales de fútbol son de esos eventos deportivos que refuerzan los estereotipos sobre el hombre y la mujer. A ellos, las publicidades los retratan como monigotes autistas sentados frente al televisor y con una cerveza en mano, y a ellas como las novias y esposas frustradas por tener que lidiar con un mes dedicado al fútbol.

Ya en Internet hay páginas Web que promocionan las “reglas para las mujeres durante el Mundial 2010”, tales como “comprar todos los días antes de las 8.30 am lo del mercado y el súper, para no interrumpir en lo mejor del partido”, o “deberás aprovisionar el refrigerador de cervezas y le sonreirás a mis amigotes que llegan a ver el fútbol”.

Estos estereotipos no favorecen a ninguno de los dos géneros. Pero por algo existen, aunque se trasladen a la realidad de una manera distorsionada. Mi teoría es que los mundiales no ponen a prueba la diferencia entre géneros, sino que intensifican la dinámica que existe entre una pareja cuando él es fanático del fútbol y a ella le es indiferente.

En el caso de mi hogar, sé que mi padre sólo se animaría a mencionar las “reglas para las mujeres durante el Mundial 2010” a sus amigos por correo electrónico. Si un partido se juega a una hora inusual – ya sea muy temprano o muy tarde – no se le pasará por la cabeza prender el televisor de la habitación. Irá al living, con una taza de café en mano antes que una cerveza. Mirará todos los partidos, las repeticiones de los goles, los programas de los comentaristas, jugará apuestas, exclamará de emoción o de rabia junto a sus amigos, pero fuera de casa.

Cuando mire los partidos de Uruguay junto a mi madre, ella es la que gritará con fervor, cruzará los dedos cada vez que los jugadores uruguayos lleguen con el balón a la mitad de la cancha, y dirá más palabrotas que mi padre si llegan a perder el partido (aunque no mira fútbol el resto del año). No conoce las reglas del juego, no conoce a los jugadores uruguayos ni al director técnico de la selección, pero su voz se impondrá sobre la de mi padre.

Mary Silveira, a la que me refirieron porque según sus amigas “sufre” con el fanatismo por el fútbol de su esposo y de sus hijos, librará una batalla silenciosa, como lo ha hecho en sus 25 años de matrimonio.

En el ámbito futbolístico uruguayo, ellos son hinchas del equipo Peñarol y ella del equipo rival, Nacional, “por llevarles la contra”. Su rebeldía le cuesta caro: “Me dicen que si Nacional hace un gol que duerma afuera, bajan de Internet chistes sobre Nacional y me los mandan al celular, o me llaman de una pieza a otra para reírse de mí. Claro, son tres contra uno”.

“Me ganaron por cansancio”, aseguró. “Durante el mundial, no sé, aprovecharé los ratos libres para hacer otras cosas, iré a lo de una amiga, o usaré la computadora”. Cuando le pregunté si quizá no sería más fácil unirse a ellos durante el mundial, Silveira no bajó los brazos. “Quizá vea los partidos en un televisor en otra pieza, pero con audífonos”.

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