Alice Munro, la gigante literaria canadiense que se convirtió en una de las autoras contemporáneas más estimadas y una de las cuentistas más condecoradas al recibir el Nobel de Literatura, murió a los 92 años.
Un portavoz de la editorial Penguin Random House Canada dijo que Munro, ganadora del premio Nobel en 2013, murió el lunes en su casa en Port Hope, Ontario. Munro había padecido de una salud frágil durante años y a menudo hablaba de retirarse, una decisión que resultó definitiva después de publicar su colección de 2012 “Dear Life”.
Solía ser clasificada a la par de cuentistas como Antón Chéjov y John Cheever, Munro alcanzó una estatura rara para una forma de arte tradicionalmente colocada debajo de la novela. Fue la primera canadiense en ganar el Nobel y la primera ganadora citada exclusivamente por su ficción corta.
Haciéndose eco del juicio de tantos antes, la academia sueca la declaró una “maestra del cuento contemporáneo” que podía “acomodar toda la complejidad épica de la novela en sólo unas pocas páginas cortas”.
Hasta casi cumplir 40 años, era poco conocida más allá de Canadá, pero se convirtió en una de las pocas escritoras de cuentos en disfrutar de un éxito comercial continuo.
Tan sólo en América del Norte sus ventas superaron el millón de ejemplares y el anuncio del Nobel elevó a “Dear Life” a la cima de la lista de bestsellers de ficción de bolsillo de The New York Times.
Otros de sus libros populares incluyen “Too Much Happiness” (“Demasiada felicidad”), “The View from Castle Rock” (“La vista desde Castle Rock”) y “The Love of a Good Woman” (“El amor de una mujer generosa”).
A lo largo de medio siglo de escritura, Munro perfeccionó uno de los mayores trucos de cualquier forma de arte: ilustrar lo universal a través de lo particular, creando historias ambientadas en Canadá que atraían a lectores lejanos.
No produjo una sola obra definitiva, sino decenas de clásicos que fueron muestras de sabiduría, técnica y talento: sus giros en la trama y sus ingeniosos cambios de tiempo y perspectiva, su humor sutil, a veces cortante, su resumen de vidas en amplia dimensión y finos detalles, sus conocimientos sobre personas de todas las edades y orígenes, su ingenio para esbozar un personaje, como la mujer adúltera presentada como “bajita, acolchada, de ojos oscuros, efusiva. Una extraña a la ironía”.
Sus obras de ficción más conocidas incluyen “The Beggar Maid”, un noviazgo entre una joven insegura y un chico rico oficioso que se convierte en su esposo; “Corrie”, en la que una joven adinerada tiene un romance con un arquitecto “equipado con una esposa y una familia joven”, y “The Moons of Jupiter”, sobre una escritora de mediana edad que visita a su padre enfermo en un hospital de Toronto y comparte recuerdos de diferentes partes de sus vidas.
“Creo que cualquier vida puede ser interesante”, dijo Munro durante una entrevista posterior al premio en 2013 para la Fundación Nobel. “Creo que cualquier entorno puede ser interesante”.
Fue admirada, colocada en lo más en lo más alto del panteón por gente como Jonathan Franzen, John Updike y Cynthia Ozick. La hija de Munro, Sheila Munro, escribió unas memorias en las que confió que “tan inexpugnable es la verdad de su ficción, que a veces incluso me siento como si estuviera viviendo dentro de una historia de Alice Munro”. La también escritora canadiense Margaret Atwood la llamó una pionera para las mujeres y para los canadienses.
“En las décadas de 1950 y 1960, cuando Munro comenzó, existía la sensación de que no sólo se pensaba que las escritoras, sino también los canadienses estaban invadiendo y transgrediendo”, escribió Atwood en un homenaje de 2013 publicado en The Guardian después de que Munro ganara el Nobel. “El camino hacia el Nobel no fue fácil para Munro: las probabilidades de que una estrella literaria surgiera de su tiempo y lugar alguna vez habrían sido cero”.
Aunque no era abiertamente política, Munro fue testigo y participó en la revolución cultural de las décadas de 1960 y 1970 y permitió que sus personajes hicieran lo mismo. Era hija de un granjero y una maestra que luego dejó a su esposo en la década de 1970 y se dedicó a “usar minifaldas y hacer cabriolas”, como recordó durante una entrevista de 2003 con The Associated Press.
Muchas de sus historias contrastaban la generación de los padres de Munro con las vidas más abiertas de sus hijos, alejándose de los años en que las amas de casa soñaban despiertas “entre las paredes que el marido estaba pagando”.
Incluso antes del Nobel, Munro recibió honores de todo el mundo de habla inglesa, incluido el Premio Internacional Man Booker de Gran Bretaña y el premio del Círculo Nacional de Críticos Literarios en Estados Unidos, donde la Academia Estadounidense de Artes y Letras la votó como miembro honorario. En Canadá, fue tres veces ganadora del Premio del Gobernador General y dos veces ganadora del Premio Giller.
Munro era una escritora de cuentos por elección y, aparentemente, por diseño. Judith Jones, editora de Alfred A. Knopf que trabajó con Updike y Anne Tyler, no quiso publicar “Lives of Girls and Women” (“La vida de las mujeres”), su única novela, escribiendo en un memorándum interno que “no hay duda de que la dama pueda escribir, pero también está claro que es principalmente una escritora de cuentos”.
Munro reconocería que no pensaba como una novelista.
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