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La inflación golpea doble a los migrantes


Carlos Huerta, originario de Puebla, México, se prepara para buscar a un cliente en el barrio de Queens, Nueva York, el jueves 6 de octubre de 2022. Huerta vive lejos de su esposa y sus hijos desde hace casi 20 años, con empleos como lavar platos o llevar a ejecutivos.
Carlos Huerta, originario de Puebla, México, se prepara para buscar a un cliente en el barrio de Queens, Nueva York, el jueves 6 de octubre de 2022. Huerta vive lejos de su esposa y sus hijos desde hace casi 20 años, con empleos como lavar platos o llevar a ejecutivos.

Los trabajadores migrantes que envían efectivo a sus seres queridos en otro país a menudo ahorran menos porque el alza de los precios les obliga a gastar más.

Casi en cada rincón del mundo, la gente gasta más en comida y combustible, alquileres de vivienda y transporte.

Pero la inflación no afecta a todos por igual. Para los migrantes con familiares que dependen del dinero que envían a casa, los precios más altos golpean a las familias dos veces: en casa y en el extranjero.

Los trabajadores migrantes que envían efectivo a sus seres queridos en otro país a menudo ahorran menos porque el alza de los precios les obliga a gastar más. Para algunos, la única opción es trabajar más, con turnos de fin de semana y de noche, o asumir un segundo empleo.

Para otros supone recortar en productos básicos como carnes y frutas para poder enviar lo que queda de sus ahorros a sus familias, que en ocasiones viven bajo la amenaza del hambre o la violencia.

Carlos Huerta, un mexicano de 45 años que trabaja como conductor en la ciudad de Nueva York, solía enviar unos 200 dólares por semana, pero ahora apenas puede ahorrar unos 100 dólares semanales.

Al otro lado del Atlántico, Lissa Jataas, de 49 años, envía cada mes unos 200 euros (195 dólares) de su trabajo de oficina en Chipre a su familia en Filipinas. Para ahorrar dinero busca comida más barata en la tienda y compra ropa en una tienda benéfica.

Economías ya maltrechas por el impacto de la pandemia del COVID-19 y los efectos del cambio climático volvieron a sufrir un revés con la guerra de Rusia en Ucrania, que disparó los precios de la comida y la energía.

Esos costos sumieron a 71 millones de personas en la pobreza en todo el mundo en las semanas después de la invasión de febrero, que interrumpió las cruciales exportaciones de granos de la región del Mar Negro, según el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas.

Cuando el combustible y la comida cuestan más, el dinero que los migrantes pueden enviar a sus familiares no rinde tanto como antes. El Fondo Monetario Internacional estima que la inflación global alcanzará el 9,5 % este año, pero la cifra es mucho más alta en países en desarrollo.

“La gente más pobre dedica mucho más de sus ingresos a comida y energía”, dijo Max Lawson, responsable de lucha contra la desigualdad en la organización antipobreza Oxfam.

La inflación, señaló, “aviva las llamas” de la desigualdad. “Es casi como si los pobres fueran una especie de esponja que tiene que absorber el golpe económico”, explicó.

En Nueva York, Huerta vive lejos de su esposa y sus hijos desde hace casi 20 años. Ha trabajado lavando platos o como chófer de ejecutivos, lo que haga falta para ganar suficiente.

Dijo que envía unos 200 dólares semanales a su esposa y su madre en Puebla, México. También aprendió a pintar casas, de modo que si no hay demanda para un chófer, aún puede ganar unos 150 dólares al día.

Ingresa unos 3.600 dólares al mes y el arrendamiento de su apartamento en Queens ha subido, de modo que Huerta dijo que ha cambiado la carne de ternera por pollo, come menos fruta porque el precio se ha disparado y ha cancelado su suscripción de televisión por cable.

Se estima que las familias de bajos ingresos en los países en desarrollo dedican en torno al 40 % de sus ingresos a comida, incluso teniendo en cuenta los subsidios del gobierno, indicó Peter Ceretti, analista de seguridad alimentaria en la consultora de riesgos Eurasia Group.

En Minnesota, Mohamed Aden, un conductor de autobús de 36 años, dijo que por las noches trabaja para Uber para mantener a su esposa, sus hijos y hermanos, que huyeron de Somalia a Kenia debido a la violencia en su patria.

Su familia aún no tiene permiso de trabajo en Kenia y depende del dinero que él envía, casi la mitad de sus ingresos de 2.000 dólares mensuales.

Pero ahora paga más por el combustible y los precios de la comida son más altos en Kenia, de modo que el dinero no rinde tanto.

Aden intenta visitar Kenia cada año en diciembre durante el frío invierno de Minnesota.

“Este año no puedo, por la inflación”, explicó. “Soy el único que está aquí, alimentando a la familia (...) pero volveré cuando consiga el dinero”.

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