En la vida del Caribe colombiano el oficio de la pesca ha sido desarrollado tradicionalmente por los hombres de las comunidades que viven al pie de las ciénagas o cerca del mar.
La creencia de que sólo ellos eran capaces de soportar las duras faenas en medio del agua y bajo el implacable sol ha primado a través de los años en sociedades donde la mujer era la encargada de la preparación de alimentos o de la venta del pescado como una prolongación de sus tareas domésticas.
Sin embargo, en un apartado corregimiento del departamento del Magdalena, la historia es otra. Cerca de un centenar de madres, hermanas y amigas le han dado cara a la adversidad. Tras la ausencia de sus esposos por diferentes razones, ellas se convirtieron en las mujeres pescadoras de El Cerrito, corregimiento del departamento colombiano de Magdalena, que ha padecido todas las formas de violencia en los últimos 40 años.
El tráfico de marihuana a Estados Unidos, los cárteles de cocaína, grupos paramilitares y guerrillas de las FARC y el ELN golpearon con fuerza la zona.
Luzdary García Segovia es fundadora de una de las primeras asociaciones de pescadoras de este pueblo. Ella le contó a la Voz de América cómo varias circunstancias, entre ellas la violencia, obligó a mujeres cerriteñas a cargar el trasmallo, aprender a tirarlo desde sus canoas y a esperar largas horas para llevar el sustento a sus familias.
“Lo que pasa es que aquí la mayoría de mujeres son cabezas de hogar. En la época de los paramilitares recuerdo que mataron a varios hombres y por eso quedaron sus mujeres viudas. No hace mucho mataron a otros tres compañeros pescadores y sus compañeras quedaron solas. Como aquí en El Cerrito no se vive de otra cosa sino de la pesca, pues se ven obligadas a ejercer la pesca artesanal”, explicó García.
Agregó que también muchas de las mujeres de esta región se casan a temprana edad. Salen de sus hogares siendo adolescentes y forman grandes familias al traer numerosos hijos al mundo. Confían en la abundancia de la naturaleza para darles lo necesario, pero a los pocos años sufren el abandono de sus parejas cuando estos parten hacia las ciudades en busca de nuevas oportunidades.
“Al verse solas con la responsabilidad de sacar adelante a sus hijos extraen de lo más profundo de su alma la valentía que se requiere para aprender el oficio de la pesca, tan duro para sus manos y su piel, pero lo logran porque el amor es lo único que las mueve”, dijo.
Pescan cerca de los playones que forman las crecientes de los ríos, pero también se internan en los cuerpos de agua que se alimentan de las grandes y pequeñas corrientes: las ciénagas Pajaral, la Zapatosa, la Redonda, localizadas a 20 minutos de El Banco, el pueblo más habitado y cercano a donde después de asegurar su comida llevan el resto de lo pescado para vender por sus plazas y calles.
“Si yo quiero ser pescadora, yo requiero tener amor por lo que voy a hacer y amor a la familia, a los hijos, por el sustento de tus hijos, por tu familia vas a la ciénaga con ese corazón abierto, a volver y a traer la alimentación a tus hijos que esperan en casa”, acentuó Luzdary.
Otras aprenden el arte desde niñas, como Miriam Zambrano, que hoy tiene 37 años pero recuerda como si fuera ayer esa gran curiosidad que sentía cuando llegaba la subienda, la época de abundancia de los peces que remontan las corrientes para desovar.
“Eso viene de nuestros abuelos. Desde pequeña salía a pescar con ellos y me gustaba. Cuando había abundancia de peces nos daba ganas de ir y de subirnos a las canoas a aprender viendo ese espectáculo”, describe la pescadora, quien además reconoce que para hacerlo hay que tener paciencia y desarrollar la intuición.
La jornada
El último vislumbre del sol/es el inicio de la diaria faena./La danza valerosa/con el agua de las pescadoras del Banco,/en las riberas del río Magdalena.
En este fragmento de la poesía Pescadoras, de la filósofa, investigadora y poeta de la etnia indígena Zenú, Janeth Álvarez Montiel, se describe parte del quehacer de las mujeres pescadoras de El Cerrito, una tarea que comienza cada día bajo la luz de la luna.
Despiertan antes de las tres de la madrugada para disponer sus herramientas, trasmallo, remos o canaletes, palanca -palo largo usado para tomar impulso, machete y algún bocado ya listo para consumir o preparar en una especie de estufa hechiza que cargan en sus canoas durante la jornada. Las que tienen maridos van en pareja, las que no, van solas o se acompañan entre sí.
La atarraya de sueños se hunde/como fábrica productora de esperanzas,/sus redes entrelazan sentimientos y dolores,/como cumbia que se canta y se danza.
“Estas mujeres son el vivo ejemplo de la capacidad inagotable, de empoderamiento que tenemos las mujeres para superar las vicisitudes, son unas guerreras, sanadoras, cuidadoras del medio ambiente, resilientes, llenas de valentía, constructoras de patria”, aseguró la autora del verso.
Los peligros
Algunas de las embarcaciones están provistas de motor pero eso puede desencadenar en un problema mayor cuando se navegan cuerpos de agua con sedimentos o vegetación acuática. Las condiciones cambian con las corrientes, las lluvias, las interacciones con otros cuerpos de agua y el clima.
Una pescadora diestra lleva en su mente los caminos que hay que abrir en medio del agua usando su palanca para hacerle el quite a uno de sus peores enemigos, la tarulla, una planta invasiva que flota en los ríos, a la que llaman “churre”y que cuando crece, forma barreras tan fuertes que pueden atascar todo lo que pretenda atravesarlas.
“La tarulla es como una trampa, trae abajo como unas raíces o telarañas y ella se agarra con sus raíces grandes en cantidades, no dejan fluir rápido, hay que darle con un machete para hacer el camino. Pero cuando es demasiado largo, nuestras fuerzas se agotan por el sol, si eso se suma al hambre y a la desesperación, puede ser fatal. Ha habido pescadores muertos por eso”, aseguró Miriam.
Otro de los peligros a los que se enfrentan son los caimanes, primos de los cocodrilos, habitantes naturales de las lagunas y ciénagas de esta región. Cuando las mujeres necesitan saltar al agua para asegurar sus redes, todos sus sentidos deben estar alerta por si se topan con alguna de estas criaturas. Lo primero sería golpearlos con cualquiera de sus elementos de trabajo para ahuyentarlos.
“No ha sido mi caso pero hay pescadores que han traído fotos con caimanes en lugares donde enterramos el trasmallo para fijarlo a un palo. Hay que mirar primero qué hay alrededor para poder tirarse al agua lo más seguro posible”, contó la mujer de 37 años.
El oficio aguas adentro tiene muchos más desafíos: Aprender a tirar el trasmallo, pues de no saber cómo la persona puede enredarse, volcarse y correr el riesgo de morir ahogada; el sol sin protección suficiente se convierte en otro adversario y la piel cuarteada por años de jornadas a más de 30 grados de temperatura es la consecuencia; fenómenos meteorológicos como trombas y fuertes vientos pueden desestabilizar las canoas que con todo su equipo se convierten en blanco de los rayos en mitad de una tempestad.
“Como ven ser una mujer pescadora no es fácil pero se pasa bueno”, afirmó Luz Dary, cuando describe cómo es un día en la vida de una mujer dedicada a este oficio. “Ahí pasamos un rato, charlamos, reimos, echamos chistes, hay una rutina con las compañeras y los hombres pescadores, preparamos café con pan, a veces cocinamos viuda (pescado con verduras) en una estufa de gasolina que llevamos en la canoa. A la sombra de un árbol esperamos, dos, tres horas antes de revisar lo que cae”.
Según estas mujeres cabeza de hogar, una “buena pesca” la hace el volumen y el peso de lo que cae en la red. Un producido de 5 a 11 arrobas o más, es un resultado para agradecer a Dios y a la virgen del Carmen, de los que son muy devotos, pero hay días “malos” en los que solo se atrapan tres pescados. La sedimentación de los ríos y ciénagas ha venido afectando progresivamente la salud de los peces obligándolos a esconderse para reproducirse.
Por su ubicación geográfica, Colombia tiene solo dos estaciones al año, la época de lluvias y la época de sequía. Un ciclo que también se ha visto alterado por los efectos del Cambio Climático. En el Caribe, la sequía se vive con mayor rigor pues el calor golpea más fuerte las actividades de subsistencia. Cuando hay escasez de alimento en el agua, las mujeres pescadoras trasladan sus intereses a la tierra, esto es lo que se conoce como cultura anfibia.
Bajo el liderazgo de Luzdary, la asociación de pescadoras Asococre construyó en equipo una propuesta comunitaria de restauración que logró ganar una convocatoria de proyectos de reactivación económica y social respaldados por el gobierno colombiano y la empresa privada. También se dedican a otras actividades como vender en poncheras los pocos pescados que atrapan y a preparar alimentos fritos típicos de la culinaria local.
“Cuando finaliza la pesca tenemos un vivero comunitario para hacer restauración en esos cuerpos de agua, se hace con árboles nativos de la misma ciénaga buscando recuperar los humedales como eran antes. Arborización para la fauna, para los mismos peces y recibimos recursos con la mediación del Fondo de Adaptación para sembrar más de 7.000 árboles”, explicó Luzdary.
Así, al menos 40 familias logran subsistir hasta que vuelva la época de lluvias y con ella, como reza un capítulo de la biblia cristiana, la multiplicación de los peces. Bocachicos, Tacoras, Curvinatas, Bagres, Blanquillos, Changos, Comelones y Doncellas, son las especies que después de febrero surcarán de nuevo las aguas que bañan El Cerrito y sus pueblos vecinos.
Aguas que irónicamente les proveen el alimento pero les quita su espacio porque inundan sus casas y los desplazan a vivir temporalmente en zonas secas como el cementerio.
“La gente pregunta pero cómo viven ahí y yo digo gracias a Dios nos gusta cuando hay creciente, dirán esta gente está loca, porque cuando crece el agua hay abundancia de pez, nosotros queremos que crezca porque cuando se va se nos va la comida”, aseguró Miriam.
Entonces de nuevo madrugarán las madres, hijas, hermanas y amigas con sus atarrayas, sus palancas, canoas y estufas de gasolina, sus cantos, charlas y oraciones para agradecer una vez más la oportunidad de contar cada día con el pescado que alimenta a sus hijos y el honor de ser las mujeres pescadoras de El Cerrito, Magdalena.
“Nosotras nos le medimos a todo, no nos arrugamos ante nada, si hay que tirar trasmallo, machete y palo, lo hacemos, nosotras también podemos, somos más inteligentes, más cuidadosas y más tranquilas”, completó Luzdary, la vocera de 35 mujeres y 7 hombres que integran su pequeña organización.
¡Conéctate con la Voz de América! Suscríbete a nuestros canales de YouTube, WhatsApp y al newsletter. Activa las notificaciones y síguenos en Facebook, X e Instagram.
Foro