Un grupo de refugiados rohinyas llegó a las costas indonesias esta semana tras pasar varios meses en el mar, en un viaje marcado por el hambre, la sed y la violencia de los traficantes de personas.
Al menos una mujer murió durante la travesía y su cuerpo fue arrojado por la borda, contaron a la agencia francesa de noticias AFP varios refugiados que desembarcaron en la isla de Sumatra.
El grupo de casi 100 rohinyás, una minoría musulmana perseguida en Birmania, entre ellos unos 30 niños, se hallaba en una embarcación precaria. Unos pescadores los trajeron a Lhokseumawe, una localidad de la provincia de Aceh.
Las autoridades indonesias se negaron inicialmente a permitirles desembarcar, alegando el riesgo de contagio de COVID-19. Pero los habitantes se compadecieron y decidieron traer a los refugiados exhaustos a la costa, donde recibieron comida y ropa y fueron registrados.
Un refugiado contó a la AFP la violencia con la que los trataron los traficantes después de que abandonaran un campo de refugiados en Bangladés para tratar de llegar a Malasia.
Abandonados a la deriva
“Nos torturaron, nos hirieron. Uno de nosotros incluso murió”, denunció Rashid Ahmad, un hombre de 50 años con barba, en un centro de inmigración de Lhokseumawe. “¡Hemos sufrido mucho en este barco! (...) Al principio había comida, pero cuando se agotó, (los traficantes) nos llevaron a otro barco y nos dejaron a la deriva, solos”, explicó.
Habibulá, otro refugiado, explica que “todos han recibido golpes”. “Me cortaron la oreja, me pegaron en la cabeza”.
Según Korima Bibi, una mujer rohinyá de 20 años, dos personas murieron durante el viaje.
“No teníamos suficiente comida ni agua. Algunos tuvieron que beber agua salada u orina”, dijo, cubierta con un velo blanco y en cuclillas en el suelo con su hijo. “Aún así hemos sobrevivido”.
La AFP no ha podido verificar estas afirmaciones. Las versiones de los supervivientes contadas a la AFP y a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) coinciden en que los rohinyas procedían del campo de refugiados de Balukhali en Cox Bazar, en Bangladés, y que huyeron de la persecución en Birmania.
Durante el arduo viaje, una mujer falleció dejando a sus dos hijos solos. Otros tres menores, entre ellos una niña de 10 años, hicieron el viaje sin estar acompañados de adultos, informó un portavoz del grupo a la OIM. También hay una mujer embarazada.
Los traficantes pedían 2.300 dólares, según la OIM, por llevarlos a Malasia, un destino buscado por los rohinyas porque es un país relativamente rico y con una población mayoritariamente musulmana.
Los refugiados rohinyás suelen partir de Birmania o Bangladés, donde un millón de ellos viven hacinados en campamentos después de haber huido de la violencia del ejército birmano en 2017.
Los traficantes les dicen que tendrían una vida mejor en el sudeste asiático, pero el viaje de miles de kilómetros a Malasia o Indonesia es muy peligroso.
Desde la epidemia de la COVID-19, varios países que les permitían atracar los rechazan invocando el riesgo sanitario. En los últimos meses, el número de refugiados rohinyás que erran por el mar ha aumentado, hasta unos 1.400 este año, advierte la OIM, que cifra en al menos 130 los muertos en el mar.
El martes los habitantes de la costa estaban furiosos por la negativa de las autoridades a dejar desembarcar a los refugiados. Y decidieron ir a buscarlos ellos mismos.
“Como musulmán sentí compasión por ellos, sobre todo porque había tantos niños y mujeres entre ellos, me partió el corazón”, contó Saiful Hardi, un habitante de Lhokseumawe. “Espero que sigamos ayudándolos”.
La iniciativa fue aplaudida por las organizaciones de derechos humanos. Y los test de los refugiados a la COVID-19 dieron negativos.
El futuro de estos refugiados sigue siendo muy incierto. Las autoridades indonesias afirman que pueden enviarlos de vuelta al mar con víveres.
“Nos salvaron y lo agradecemos mil veces”, dijo Korima Bibi a los indonesios. “Ahora, todo depende de ustedes. Como quiera que sean vuestras leyes, las respetaremos”.