Con el Mundial Sudáfrica 2010 sentiré lo mismo que con Lost.
Al no ver la serie, no pertenezco a su comunidad de fanáticos, con todo lo que eso conlleva. No puedo ir a las reuniones que organizan amigos para ver el estreno de la nueva temporada, ni asegurar que es “la mejor serie que se ha hecho”, ni puedo teorizar sobre el final y cómo se resolverán los enigmas planteados.
Trato de disimular la ansiedad que me genera estar tan por fuera de un fenómeno cultural como este. Lo cierto es que me gustaría ser otra fanática más, pero ese tren ya pasó. Van seis temporadas y me da pereza atragantarme con Lost durante un fin de semana con tal de alcanzarlos.
Me conformo con la idea de que más adelante, cuando tenga tiempo, cuando termine de ver otras series con las que estoy enganchada, le daré una oportunidad a Lost.
Se acerca el Mundial 2010 y me temo que ocurrirá lo mismo.
En Uruguay, por lo menos, no se hablará de otro tema. Los bares y restoranes pasarán los partidos, amigos organizarán sus reuniones en torno a eso y no me quedará otra que intentar participar del fervor que genera, sin poder opinar mucho sobre las jugadas o si el juez cobró mal o no.
Como a muchas personas que no les interesa el fútbol, es inevitable sentir la emoción de ver a Uruguay jugar en el mundial después de tanto tiempo, y esos partidos sí los voy a ver. Pero si no llega a la final, y si no llegan los otros dos países que me interesan – Brasil y Argentina – mi nivel de atención llegará al mínimo imprescindible.
En todo caso, ya me puse una meta: convertirme en una fanática del fútbol para el Mundial 2014 en Brasil. Para ese entonces, espero haber visto todas las temporadas de Lost.