Santa Cruz del Islote es una pequeña isla artificial ubicada en el archipiélago de San Bernardo que está poblada hace más de un siglo. Hasta allí llegamos después de un viaje de una hora en lancha desde Tolú, un municipio turístico situado en la costa caribeña del norte de Colombia.
Los primeros habitantes llegaron a lo que fuera una plataforma coralina y rellenaron como pudieron la superficie: caracoles y escombros sirvieron para completar los cimientos del pueblo donde hoy viven unos 800 pobladores, organizados en 330 familias que viven en 140 unas casas, de acuerdo con un censo local. La mayoría de ellos se dedica al turismo y a la pesca.
Muchas son las pecualiaridades de este lugar. Por ejemplo, lo conforman cuatro calles y su poco más de una hectárea de extensión se puede recorrer a pie en apenas unos 10 minutos.
Como otras islas del mundo, Santa Cruz del Islote está en peligro, pero su situación es todavía más crítica dado que no tiene cortaolas o barreras que le permitan contrarrestar los efectos del cambio climático. La superpoblación es notable en las calles, e incluso en su arquitectura de casas apiñadas.
Expertos y pobladores consultados dijeron que cada vez son más frecuentes los mares de leva, un fenómeno que se caracteriza por un aumento en el nivel del mar con oleajes altos, lo que podría incidir en que sean cada vez más frecuentes las inundaciones.
“La marea normalmente crecía en octubre y noviembre pero ahora mismo está creciendo en cualquier mes. Entonces sí nos preocupa, nos preocupa que estamos tan abandonados porque no hay presencia de estado”, dijo a la Voz de America Adrián Caraballo de Hoyos, un joven ambientalista de 25 años que nació en la isla.
“Lo que queremos hacer es un muro de contención para nosotros evitar las olas grandes, porque a veces cuando hay mar de leva algunas casas sufren”, agregó.
Una casa en cada rincón y unos pocos servicios
El hacinamiento de la isla es evidente a cada paso. La mayoría de sus pobladores lucen felices en su modo de vivir sencillo, con olor a mar. Andan en pantalones cortos, usan sandalias y tienen el carácter alegre de los isleños y mucho de la forma de ser de los colombianos. Son amables y abiertos con las personas que llegan a visitar.
Paradógicamente no hay playas, y aunque todo parece fluir con normalidad, personas como Caraballo de Hoyos creen que esta comunidad necesita programas de educación medioambiental y trabaja en ello junto a un grupo de líderes jóvenes como él.
Explica este ambientalista, que está trabajando en completar un censo, que en esta isla hay un colegio y unos 40 perros. No existe un cementerio local por lo que los pobladores de Santa Cruz dan sepultura a los suyos en la isla vecina de Tintipán.
Además de unas 140 casas, también hay un restaurante, un par de tiendas y algunas peluquerías. Incluso, algunas viviendas tienen una segunda planta. La energía eléctrica proviene de una planta de combustible y de un par de conjuntos de paneles solares.
Para moverse a otras islas o al continente, los pobladores lo hacen en pequeñas lanchas.
La inundación, un destino a simple vista
Este islote, que ha resistido por más de 100 años un crecimiento de población y habitacional no planificado, tiene apenas una elevación de un metro sobre el nivel del mar y está en el centro de otras dos islas de mayor tamaño.
“Los pescadores pretendieron habitar Tintipán pero esta isla se defendió porque los mosquitos no soportaban a sus nuevos visitantes”, dijo Fabio Flores Amaya, un biólogo y ecólogo de la Universidad Nacional de Colombia, quien ha seguido de cerca el devenir de las isla en los últimos 45 años.
Flores de Amaya ha venido alertando por décadas sobre los desafíos que encara Santa Cruz del Islote.
“Ahora su problema más grande es sobrevivir al impacto climático (...) están desapareciendo las islas, desaparecen y a nadie le interesa que desaparezcan las islas (...) figuran como un recuerdo en el mapa”, dijo el experto que confeccionó un mapa de las islas del archipiélago de San Bernardo, donde está Santa Cruz del Islote.
Basado en décadas de estudios, Flores de Amaya afima que ha observado cómo algunas de estas islas ya no están.
"Galeras desapareció, isla Maravilla desapareció, está desapareciendo Panda y Mangle también desapareciendo”, lamentó.
Proyecciones de la NASA indican que para el 2100, el nivel del mar aumentará entre 30 y 122 centímetros.
Población anfibia y capacidad limitada
En ese contexto, cada día sus pobladores reciben a cientos de turistas, que llegan y se van sorprendidos al ver la cantidad de casas que hay en la isla, en relación con su extensión de un poco más de 1 hectárea. Durante unos 15 minutos los visitantes recorren el islote, antes de irse a la playa de la isla vecina. También visitan un acuario que exhibe dos tiburones.
Una imagen aérea muestra a simple vista el hacinamiento y la precariedad de muchas de estas viviendas, cuya construcción en su mayoría es a base de materiales que van desde la madera, zinc y algunos tienen techos de guano.
“Su capacidad de supervivencia está muy limitada, el área no soporta la población, ya la construcción se hace de dos pisos, ya la profundidad no permite hacer el calce (cuña) y el relleno. Ellos sufren la adversidad total de los mares de leva que inundan sus pequeñas casas, así vive una población anfibia, los más desarrollados en pesca artesanal marina de Colombia están ahí, en una población totalmente abandonada y sometida a que desaparezcan”, concluye Flores de Anaya, el veterano biólogo de 85 años que ha dedicado parte de su vida a estudiar esta geografía.
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