Las personas con SIDA, “no tienen derechos”. O al menos, eso fue lo que le dijo su patrón a Roque, un peruano portador del virus del VIH.
“Hablamos, pero no vayas a dar mi apellido”, me solicitó Roque. Con gusto accedí.
Con mucha prudencia, este señor de tez morena y mediana altura, inició la charla: “¿Y qué querés que te diga?”, me preguntó. “Simplemente conversar unos minutos”, respondí.
A Roque no le gusta hablar de su enfermedad.
La última vez que alguien se enteró que él es un portador del virus del VIH, tuvo que mudarse de Florida, en donde vivió por cinco años.
Muchos de sus compañeros de trabajo “regaron el rumor” y para que su historia no anduviera de “boca en boca”, decidió emigrar a Virginia.
“Alguien le llegó con el chisme de que yo siempre iba a mis tratamientos (para el SIDA). Y luego ese ignorante me corrió del trabajo”, dijo Roque, refiriéndose a su antiguo patrón.
Esa no fue la única vez que alguien corrió a Roque por culpa del SIDA.
“Mi mujer me mandó al carajo”, dijo. Sus respuestas siempre llevaron la fuerza de un murmullo. Y en los, aproximadamente, cinco minutos que logré mantenerlo conmigo, Roque contestó sin contestar.
“Si te digo, no me lo vas a creer”; “demasiados”; “en un lugar”, fueron las respuestas que obtuve a preguntas como ¿Cuál es su edad?, ¿Cuántos años lleva viviendo con el virus?, y ¿en qué parte de Virginia vive? Tampoco me dijo su nacionalidad. No fue necesario preguntar. Lo asumí en el momento en que me explicaba que llegó a Estados Unidos, proveniente de la provincia del Callao, en Lima.
Su silencio
Roque tiene razones de sobra para callar. Cada vez que alguien se entera de su inmunodeficiencia, es objeto de críticas y discriminación. Pero este hombre no está solo, se estima que en América Latina hay dos millones de personas viviendo con el virus del VIH, según los datos más recientes de ONUSIDA.
Y aunque se reportan importantes avances en este tema, miles de ellos siguen siendo víctimas de la discriminación. “Muchos de nuestros pacientes, sufren constantemente de abusos y discriminación en las calles y en sus lugares de trabajo”, dijo Catalina Sol, directora del programa para pacientes con VIH y SIDA, de la Clínica del Pueblo, en Washington.
Carlos Bocanegra, abogado del estado de California, asegura que para la Declaración Universal de los Derechos Humanos, todos los humanos somos iguales, y tenemos mismos derechos.
“Las personas, desde que tenemos vida, somos protegidos por la declaración de derechos humanos”, dijo el abogado californiano.
Bocanegra explicó que algunos de los más importantes derechos que como seres humanos tenemos son “el derecho a la vida, a la no discriminación, a la salud, a la libertad y a la igualdad”.
“Que si una persona nació con cualidades mentales especiales, que si le falta algún miembro de su cuerpo, o si tiene SIDA, no importa. Estos derechos son inherentes al ser humano, independientemente de sus enfermedades o condición física”, argumentó el especialista.
Es decir, que como bien lo resumió Bocanegra, con sida o sin la enfermedad, “tenemos mismos derechos”.
Para Roque no todo es tan sencillo como se escucha. Aunque la ley nos protege a todos, muchas personas, ya sea por ignorancia o mala disposición, siguen denigrando a las personas que padecen del virus.
“Estoy bien jodido”, murmuró finalmente Roque, como pensando en voz alta.“Mire, tengo que ir a trabajar”, reaccionó este peruano, en un esfuerzo más por acabar nuestro efímero encuentro.
Le agradecí su tiempo y me despedí de él. Roque regresó a su trabajo de pintura comercial. Dentro de él se llevó esa angustia y miedo de sentirse diferente a los demás.
Un miedo que saltó a mi cabeza. Ese temor de estar expuestos a una enfermedad, que aunque tiene derechos, muy pocos los respetan y hacen valer.