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"Welcome to the ultra exclusive luxury living", se lee en inglés en el mostrador de mármol blanco, detrás del cual dos jóvenes y una pequeña heladera con botellas de champagne esperan a potenciales compradores de un lujoso departamento. El ambiente huele a vainilla y también hay un guardia vestido de traje negro.
Hasta hace unas semanas, los visitantes también eran recibidos por un retrato de Donald Trump, el nuevo presidente de Estados Unidos, colocado detrás de ese mostrador que da la bienvenida a una vida de "lujo ultra exclusivo". No más. El propio magnate pidió que se retirara su imagen de las oficinas de la Torre Trump Punta del Este, un edificio de 26 pisos, 154 apartamentos y dos penthouses que promete ser lo más lujoso y exclusivo de este balneario exclusivo de Sudamérica, a 140 kilómetros al este de Montevideo, la capital uruguaya.
Lo que sí permanece son las grandes letras doradas con su apellido que cubren parte de un piso del frente de la torre, que por ahora es apenas un esqueleto gris y frío, un entramado de hormigón con forma de gigantesco cilindro que todavía dista de estar terminado.
Trump ha dicho que no realizará ningún proyecto nuevo fuera de Estados Unidos mientras sea el presidente de ese país. Hace unos días incluso entregó el control de su organización a sus dos hijos. Sin embargo, eso no afecta a la Torre Trump en Punta del Este, donde las obras avanzan y son una muestra de que el nombre del mandatario no deja de ser atractivo para el mundo de los negocios.
Y aunque para algunos las obras van más lentas de lo previsto, no hay dudas de que se concluirá.
Trump anunció que construiría la torre en noviembre de 2012. Las ventas comenzaron en marzo de 2013 y la obra en octubre de 2014. Entonces se prometió inaugurarla en octubre de 2017, una fecha hoy pospuesta.
"La entrega está prevista para fines del 2018. Estamos haciendo una torre con cuatro subsuelos frente al mar, y esto es algo que no existe en Punta de Este", dijo a The Associated Press Juan José Cugliandolo, director general de YY Development Group, la empresa que lleva adelante la torre.
"Lógicamente cuando tenés que romper roca y entrar más de 15 metros hacia abajo, ocurren todos estos procesos. Estamos dentro de los plazos que nos hemos propuesto", añadió.
En Uruguay ha habido casos de esqueletos de edificios que permanecen décadas sin ser terminados, lo cual hace que algunos potenciales clientes recelen de invertir en una obra que aún luce lejos de estar terminada.
Talma Friedler, propietaria de New Home Propiedades, una inmobiliaria de Montevideo y Punta del Este que vende apartamentos de la Torre Trump, dice que la lentitud en la construcción ha asustado a algunos.
Sin embargo, dijo, "no tengo dudas de que se va a terminar, y más ahora que será presidente de Estados Unidos".
La obra está ubicada frente al océano Atlántico y a pocos metros de la playa. Allí el ruido del mar se mezcla con sonidos de golpes metálicos, varillas de hierro que crujen y andamios que se levantan.
En la construcción trabajan 130 obreros de cascos amarillos que, en contraste con los lujosos automóviles estacionados en la puerta de la recepción, llegaron en su mayoría en motos. Decenas de ellas los aguardan en un estacionamiento para obreros, atrás de la obra, en una polvorienta calle de tierra, donde no hay mármol, ni champagne, ni olor a vainilla.
En los folletos se promete algo completamente nuevo, siempre en inglés: "Luxury living is about to arrive", "Ultra exclusive becomes real", "Better than ever before". Entre 65% y 70% de los 154 departamentos han sido vendidos. Cugliandolo dijo que lo más económico que queda a la venta son algunos de 164 metros cuadrados a un precio mínimo de 770.000 dólares.
El detalle de las comodidades que anticipa es apabullante: dos piscinas cubiertas climatizadas, una de ellas exclusiva para practicar natación y otra exterior con dos cascadas, bar y restaurante. Spa. Baño finlandés. Ducha escocesa. Sala de masajes. Microcine privado. Parque de juegos exterior. Sala para adolescentes. Cava privada. Mercado interno. Ocho ascensores de alta velocidad para los propietarios, dos para el servicio. Cancha de tenis cerrada, de medidas reglamentarias, con tribunas para público y con control inteligente de temperatura.
Cugliandolo aseguró que no hay ninguna conexión entre el proyecto y la faceta política del presidente.
"La marca Trump en residencias... preexiste a todo el tema político", aseguró. Incluso, dijo, fue el mismo magnate quien pidió retirar su imagen de la recepción.
Es obvio, añadió, "que al ejercer las funciones de presidente de los Estados Unidos, no corresponde poner la imagen de él en el desarrollo inmobiliario".
Recientemente, Natalia Provenzano y su esposo escuchaban a una vendedora en una sala que muestra cómo serán los baños y las cocinas.
"Es sobresaliente, no tengo palabras. Es algo no conocido hasta ahora", dijo la argentina de 43 años y quien desde hace 30 veranea en Punta. Aseguró que se iban con muchas ganas de comprar.
Provenzano llegó a la Torre Trump por consejo de Ligia Kindelan, una cubana que trabaja en la sucursal que la inmobiliaria Remax tiene en La Barra, un balneario satélite de Punta del Este.
"La venta viene muy bien, quedan muy pocas unidades disponibles", dijo Kindelan.
Frente a la obra, decenas de turistas corren o pasean en bicicletas. Casi todos dirigen una mirada fugaz a la estructura de hormigón, no más que eso.
Las opiniones sobre Trump son variadas. Entre una docena de uruguayos, argentinos, paraguayos y brasileños consultados, hay partidarios, detractores e indiferentes.
"Si lo eligieron presidente y tiene su cadena de hoteles, es porque es un empresario. Y hay que apoyar a las personas que deciden invertir en distintos países", dijo la argentina Paola Craposof.
Hugo Acosta, un turista paraguayo, dijo que como persona "no me agrada", sin embargo, "como empresario, sus edificios y todo lo que ha hecho, me parece bastante loable".
Nadie recela de la seguridad en torno al proyecto, a pesar de que el 9 de diciembre los bomberos debieron desalojar la obra debido a una amenaza de bomba que resultó falsa.
Natalia Arrospide luce ropa de trabajo y un gorrito que dice "Trump". Es dueña de una pequeña empresa que pinta edificios. Ella misma pintó la recepción, la pared detrás del mostrador de mármol y de la heladera con el champagne. También las letras doradas gigantes que están colgadas en medio del esqueleto de hormigón.
"¿Ya es presidente, no?", preguntó Arrospide sobre el hombre cuyo apellido pintó de dorado. No está muy enterada de la política estadounidense, a pesar de que vivió ocho años en Greenville, Carolina del Sur, donde aprendió su oficio. Regresó a Uruguay porque no tenía papeles y sentía terror de ser deportada y separada de su hijo.
El trabajo le gusta. Las indicaciones de los colores a usar se los da una decoradora que sigue los dictados del feng shui.
"El clima de trabajo es bueno", dijo. "El edificio se llama Trump, pero es como cualquier otro trabajo".