Los uruguayos pueden ser clasificados en dos grupos.
Primero están aquellos que rememoran con orgullo la historia futbolística del país y sus dos mayores hazañas: ganarle a Argentina en el primer mundial de 1930, y ganarle a Brasil en el Maracaná en el mundial de 1950.
Sus evocaciones están cargadas de emoción e infladas de patriotismo. Son los que en los foros de Internet acotan, ante cualquier tema de discusión relacionado a Uruguay, que “para lo chico que es el paisito, es un orgullo que haya ganado dos mundiales (y un Oscar)”.
Luego están aquellos que critican a los que rememoran el pasado y aseguran que eso es parte del espíritu nostálgico de los uruguayos que tanto mal le hace al país.
Si bien no reniegan del orgullo que sienten por sus hazañas futbolísticas, los uruguayos que entran en esta segunda categoría creen que es hora de “mirar hacia delante”. Sin embargo, ellos también quedan atrapados dentro de ese estereotipo, porque se viven quejando de los que miran hacia atrás.
Editoriales, columnas de opinión, programas de debate en televisión suelen caer en el lugar común de utilizar los mundiales de 1930 y 1950 como ejemplo de que los uruguayos viven para rememorar un pasado mejor y no se dan cuenta de que hoy por hoy el país está hecho un desastre.
Son de los que suelen decir que “a los uruguayos les encanta jactarse de que fuimos la Suiza de América, pero hoy somos la Suiza de África. Fíjese en los pozos que hay en las calles de Montevideo para darse cuenta”.
En realidad, lo que hacen es mencionar de forma soslayada los triunfos del fútbol uruguayo, pero siempre en el marco de una crítica. No sea cosa que a ellos también se los acuse de estar estancados.
Lo cierto es que todos los uruguayos – los optimistas y los críticos, los nostálgicos y los cínicos – tienen los dedos cruzados por su selección. Necesitan un triunfo más para reciclar su histórico antagonismo.