Delia Ortega, obrera jubilada, de 70 años, da pasos breves y meticulosos, aferrada a su bastón, entre una fila de carros parqueados a las afueras de la sede del Ministerio de Educación venezolano.
Las pulseras metálicas que le cuelgan de ambas muñecas tintinean cuando camina. Un extenso collar de bisutería plateada guinda de su cuello. Cartera al hombro, espera un aventón que le lleve a su casa.
La mañana de este lunes, acaba de honrar en la oficina ministerial un proceso esporádico en el que, con su presencia, debe comprobarle al gobierno que aún vive para seguir recibiendo su paga.
Su salario mensual, de aproximadamente 250.000 bolívares (3,36 dólares al cambio oficial), le dura apenas una compra modesta de comida, dice. Dos, a lo sumo. Se siente vulnerable, admite, en una economía donde la moneda nacional cada vez vale menos.
En Venezuela, está vigente un control oficial de cambio desde 2003, durante la presidencia de Hugo Chávez. Dirigentes empresariales han alegado durante años que no reciben divisas a precios preferenciales y que los precios finales de sus productos encarecen por ello.
“Cuando uno va para un abasto, para un mercado, todo es dolarizado. A uno no le queda nada de lo que gana, ¡nada!”, vocifera Delia, morena, de contextura robusta y un verbo que latiguea con prisa.
El sueño de sus tiempos mozos era jubilarse para comprar una casa propia. No pudo. Su liquidación, hace años, fue de 60.000 bolívares, que hoy equivalen a aproximadamente 80 centavos de dólar.
La economía de Venezuela atraviesa horas complejas desde hace siete años, con especial énfasis en los últimos dos, donde economistas han advertido la existencia de niveles hiperinflacionarios.
La inflación entre diciembre de 2018 y el mismo mes de 2019 fue de 7.374,4 por ciento, publicó hace dos semanas la comisión de Finanzas del Parlamento venezolano, de mayoría opositora. Es la peor tasa de alza de precios del mundo. Y, allí, el dólar ha hallado nicho.
Desde el año pasado, el Banco Central de Venezuela equiparó el precio oficial de la divisa extranjera al paralelo.
La divisa norteamericana es dueña y señora de mercados, abastos y negocios varios de Venezuela, especialmente desde el año pasado. Determina precios de productos de línea blanca, prendas de vestir, inmuebles, vehículos, servicios profesionales, mano de obra y, sobre todo, la comida.
En ciudades como Maracaibo, el 86 por ciento de las transacciones comerciales se realizan con moneda estadounidense, reportó el año pasado la firma consultora Ecoanalítica. El informe detalló que, en total, 54 por ciento de las transacciones nacionales de octubre se hicieron en dólares.
Refugio en el dólar
Decenas de miles de ancianos venezolanos, como Delia, han quedado vulnerables en un contexto donde les cobran bienes y productos en dólares –o el precio fijado según su valor diario- mientras ellos reciben pagos de jubilaciones y pensiones o remesas en bolívares, cada vez más devaluados.
“Me ha afectado demasiado. Me siento indefensa, incapaz. Me siento impotente”, advierte Delia, vehementemente, sobre la influencia del dólar en la economía local.
Mientras ciudadanos longevos abandonan la sede gubernamental a sus espaldas, la anciana tira de ironía al comentar que no entiende cómo ni por qué el dólar reina en las narices del gobierno en disputa de Nicolás Maduro.
“Dice que no quiere nada con Estados Unidos y el país está dolarizado”, critica, con sorna. “Nos dan bonos para que el pueblo se calle, se calme. Son insuficientes”.
Ecoanalítica augura que el grado de dolarización de las transacciones será mayor este año. Asdrúbal Oliveros, su director y economista, calcula que será de 60 por ciento en zonas urbanas.
“La hiperinflación provocó que los ciudadanos ya no confíen en el bolívar. Y se refugian en el dólar. La hiperinflación no excluye a nadie. Claro está, los que viven con bolívares, están mucho peor”, advirtió en noviembre pasado en una publicación en sus redes sociales.
Ángel Chourio, extrabajador de una empresa petrolera, de 64 años, asegura que no tiene manera de hacer frente a la dolarización de facto. Ha tenido que revender comida, precisa, para tener más dinero que los 250.000 bolívares que recibe una vez al mes por su pensión gubernamental.
Le molesta ver todos los productos del mercado expresados o calculados en dólares. “Ves los artículos y todo cuesta 1, 2, 3 dólares o pesos colombianos. ¡El bolívar es de nosotros”, defiende.
La crisis es aún más aguda para venezolanos que nunca han tenido un dólar en sus bolsillos, como Miguel Chala, pensionado de 83 años. “Quisiera conocer al dólar. No lo conozco”, bromea el hombre, con problemas de visión, deteniendo su lento andar en la avenida Santa Rita de Maracaibo.
Algunas tiendas y comercios, incluso, se atrevieron a inicios de año nuevo a expresar sus precios en la divisa estadounidense. ¿Una cerveza mexicana? Un dólar y medio. ¿Una camisa femenina?. Quince.
Desigualdad añeja
La dolarización en Venezuela es “muy desigual” y perjudica intensamente a los agentes económicos que no tienen acceso a la divisa extranjera, advierte Alejandro Grisanti, economista, en conversación con la Voz de América desde Nueva York.
Cree que el dominio progresivo del dólar en la economía ha sido “informal y desordenado”, lo que ha dejado en condición de vulnerabilidad a adultos mayores sin ingresos en esa moneda ni familiares en el extranjero que les envíen remesas.
Grisanti observa que la posibilidad de una dolarización total es lejana. Lo desaconseja en el caso venezolano, aunque explica que, para que ello ocurra, los bancos nativos deben aceptar depósitos en dólares para formalizar pagos de salarios con la divisa. “Ahorita, no es posible”, dice.
Lila Gotera, de 70 años, hace votos por defender la moneda venezolana, pero culpa al madurismo de hacerse de la vista gorda ante el avance del dólar para que se alivie la crisis general.
“Esto ha afectado al venezolano. Si no tienes dólares, no puedes comprar. El bolívar debe ser lo más importante y hay que defenderlo”, expresa, indignada. Los dos hijos de Gotera, docente jubilada, la ayudan financieramente desde el exterior. “Si no, no pudiera mantenerme”, apunta.
Roger Albarrán Santos, empleado jubilado de la Universidad del Zulia, de 70 años, descansa esta mañana en una silla de mimbre, al lado de un quiosco donde resarcen zapatos. A su lado, a unos metros, tres hombres pagan en bolívares sus apuestas en una agencia de envites y azar.
Él, ocasionalmente, se suma a los juegos. Le encoleriza el “menosprecio” a la moneda nacional y despotrica contra los comerciantes que dolarizan sus precios. Los culpa de hacer lo que se les antoje.
“¿Por qué tienen que mandar los gringos aquí?”, se pregunta, enojado, logrando captar la atención del zapatero. “Prefiero que vuelva el bolívar. La pasamos mal los que no tenemos dólares”.
Hasta las consultas médicas se han contagiado de la fiebre del dólar. Alba Andrade, paciente oncológica entrada en sus 60 años, cuenta su experiencia mientras espera el transporte público.
“El año pasado, pagué 10.000 bolívares por una consulta y este jueves (23 de enero) fui a una, y me cobraron 20 dólares o su equivalente en bolívares. Fueron 1.560.000 bolívares”, comparte.
Alba disfruta de la fortaleza del dólar sin tenerlo tangiblemente en sus manos: su hijo, en Estados Unidos, cambia dólares a bolívares cada tanto para transferírselos a su cuenta en banco venezolano.
El imperio de la divisa extranjera en mercados locales, cree, es culpa del mismo venezolano.
“Esto es pueblo contra pueblo. Ojalá esto cambie”, dice, decepcionada, antes de embarcarse con parsimonia en un bus rojo, camino a su hogar.