En la población colombiana de Necoclí, ubicada en el mar Caribe y el primer paso de entrada de migrantes al Tapón del Darién, ruta obligada como camino hacia Estados Unidos, los niños, niñas y adolescentes viven una pesadilla. No se oyen las risas ni el sonido propio de una edad enérgica, permanecen conmovidos al lado de sus padres que llevan miles de kilómetros recorridos desde que comenzaron su viaje al norte.
Son cientos de familias que llegan a esta población con niños, niñas y adolescentes, que tienen que atravesar un peligroso rincón selvático controlado por grupos guerrilleros, mafias, narcotraficantes y paramilitares.
Un informe de la Unicef asegura que desde 2017, el número de niños, niñas y adolescentes que cruzan el Tapón del Darién se ha disparado de 109 a 1.653 en 2020, con un pico de 3.956 en 2019. Un incremento de 15 veces más niños, niñas y adolescentes migrando por la selva colombo - panameña en los últimos cuatro años.
Necoclí es un paraíso, pero también es el fin de una ruta segura para los migrantes que van llegando con sus familias. Después empieza el Darién, una ruta peligrosa según dicen quienes ya lo han cruzado. Los niños, niñas, adolescentes y las mujeres embarazadas son los más vulnerables en este peligroso camino.
“Estamos recibiendo alrededor de 500 migrantes diarios, que salen los días martes, miércoles y jueves hacia Capurganá. El tiquete en barco cuesta 50 dólares, el 80% son haitianos, el 20% cubanos y el restante de distintas nacionalidades”, explicó Andrés Felipe Vargas, representante de la empresa marítima que se encarga de transportar a estas familias migrantes, que en su mayoría sobrepasan sus propios límites cruzando esta peligrosa selva.
Son familias enteras que huyen de la violencia, pobreza y crisis de sus países de origen, con la esperanza de encontrar mejores oportunidades en Estados Unidos. Por eso no les importa el peligro que esto representa.
“En Cuba tengo mis hijas, mi madre y muchas personas, por eso tengo que tratar de llegar a Estados Unidos para darles un mejor futuro porque en Cuba no hay futuro, no hay comida, se pasa mucho trabajo para darle un mejor futuro a la familia”, dice Heikel González, minutos antes de subirse al barco junto a otras familias que viajan con él.
“Llegan mujeres embarazadas y niños. La administración permitió la ubicación de albergues para que las familias estuvieran de una forma más digna. Es una situación que por el alto flujo no queremos que se salga de las manos, por eso trabajamos en soluciones”, le dice a la Voz de América Freddy Marín, concejal del municipio de Necoclí.
Por último, las restricciones de movilidad y el cierre de las fronteras por causa del covid-19, disminuyó el flujo irregular de migrantes. Ahora con la apertura de los corredores fronterizos la situación está volviendo a la normalidad. Solo en el 2020 el número de menores que estaba haciendo paso por esta selva significó un 25 por ciento.
De momento, para aquellos que emigran a través del Tapón del Darién, sentir miedo no es una opción, a partir de este punto no habrá quien escuche las quejas de los menores que junto a sus padres esperan superar el terreno montañoso, los insectos y la presencia de grupos criminales para llegar a Centroamérica y luego a Estados Unidos.
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