“Es la furia, la alegría y el sentir de todo hogar venezolano”: Carlos Mayorca está en el estadio en Caracas para ver el primer encuentro entre los “eternos rivales”, el clásico Caracas - Magallanes, de la Liga de Béisbol Profesional, que desata pasiones entre las fanaticadas de Venezuela.
“El béisbol es amor, es cultura, es el primer deporte del país”, sigue Miguel Gutiérrez, que está dentro del estadio para apoyar al equipo de la casa.
Hace mucho tiempo este estadio no se veía con tanto público, pese a ser el béisbol el deporte rey en Venezuela. Sin embargo aún están lejos los días en que estos escenarios deportivos quedaban desbordados hace más de una década.
Es el torneo con más seguimiento en el país, pero que en las pasadas dos temporadas resultó afectado por la pandemia, que llevó a reducir el aforo a 40 %. Un deporte ya golpeado durante años por la compleja crisis económica que se recrudeció en 2016.
Además estuvo el veto del sistema de las Ligas Mayores de Béisbol (MLB), que impidió durante un período traer jugadores importados: tras las sanciones de Estados Unidos contra Venezuela, MLB prohibió en agosto de 2019 a jugadores de sus equipos o sus filiales en las Ligas Menores competir en el país suramericano.
Una tradición que se había perdido
Pero hoy el estadio luce distinto: largas filas en la entrada pese al mal tiempo, producto de la atípica temporada de lluvias, y muchos revendedores de boletos.
“Sí, está más lleno, venimos saliendo de la pandemia y hay libre tránsito como queríamos nosotros”, explicó Gutiérrez a la Voz de América.
Jessy Aldana carga un león de peluche. Está emocionado.
“Me causa mucha emoción como se ha recuperado esto porque era una tradición que se había perdido después de mucho tiempo, es un método de distracción para nosotros y de verdad me alegra estar aquí otra vez”, dice este joven, que tiene puesta una camiseta del equipo de la capital, Leones del Caracas.
Sin embargo, en Venezuela la gran mayoría no puede costear esta tradición.
La inflación y la devaluación de la moneda local frente al dólar han erosionado el salario mínimo y el poder adquisitivo de los trabajadores venezolanos.
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Gutiérrez pagó, por ejemplo, 40 dólares por los boletos de él y su esposa.
Gaseosas, comida y cervezas se cobran a precios dolarizados, todo esto difícil de cubrir para quienes reciben sueldo mínimo de unos 20 dólares mensuales.
“Del salario mínimo nadie vive; a algunos les toca hacer de más, dos trabajos. No todo el mundo puede comprar una entrada y menos en silla, está un poco costoso. Ojalá todos pudieran venir todos los fines de semana a los juegos, a los que nos gusta el béisbol hacemos el esfuerzo”, sigue Gutiérrez, de 40 años, que se para de la silla cada tanto para alentar a su equipo, que va arriba en el marcador.
“Para una persona que gana el sueldo mínimo no es accesible, no lo es, tienes otro tipo de necesidades, y si te pones a verlo desde ese punto de vista es un lujo”, añadió Aldana.
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