La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, dio un vuelco significativo a la política exterior del país en relación con Irán, al votar en contra del régimen de Teherán en Naciones Unidas por primera vez en 10 años.
A sólo días de su encuentro con el mandatario estadounidense Barack Obma, el gobierno de Brasil parece dispuesto a mejorar sus relaciones con Washington apoyando una resolución propuesta por EE.UU. Al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, a favor del envío de un relator especial a Irán para investigar violaciones de los derechos humanos cometidas por el Gobierno de Mahmoud Ahmadineyad.
En los ocho años del gobierno de su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, Brasil se abstuvo siempre en las votaciones que condenaban a Irán o le imponían sanciones, argumentando que dichas medidas de condena o de sanción no eran un "instrumento eficaz" para resolver los problemas de ese país.
El cambio del gobierno de Rousseff en la política exterior se advirtió enseguida, tras afirmar en una entrevista al diario Washington Post que si ella hubiese sido presidenta cuando Brasil votó en contra de la resolución de la ONU que condenaba la violación de los derechos humanos en Irán, la posición brasileña hubiera sido diferente.
Rousseff ha afirmado que quiere hacer de su gobierno un baluarte de "defensa de los derechos humanos" y se ha mostrado en contra de "todas las dictaduras del planeta".
Los análisis políticos apuntan que Rousseff desea conseguir lo que Lula nunca consiguió: un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.