La muerte el mes pasado en China del médico Li Wenliang pocas semanas después de advertir en un chat de internet la aparición de un nuevo coronavirus desconocido, generó una ola de demandas por libertad de expresión en el país autoritario más poblado del mundo.
En los chats de internet, muchos lamentaron la muerte de Li y destacaron la importancia de la transparencia y la libre expresión, y al tiempo que demandaban el fin del control sobre todos los aspectos de la vida que mantiene el Partido Comunista.
Algunos percibieron ecos de las protestas de la Plaza de Tiananmen en 1989, pero otros dijeron que los estrictos controles del gobierno chino y su masivo aparato de vigilancia son muy efectivos para neutralizar la disidencia.
Varios analistas dijeron a la Voz de América en mandarín que no solo este momento del coronavirus no es algo parecido a las protestas de 1989, sino que la libertad de expresión en China continúa empeorando a pesar de la emergencia en alza de Beijing en el escenario global.
Clamores y represión
Días después de la muerte de Li, el 31 de enero, alguien inesperadamente tocó a la puerta de Su Ping. Este hombre de 48 años, quien es propietario de dos compañías financieras y reside en Shenzhen, el centro tecnológico de China se encontró a dos policías en su puerta que le dijeron que alguien lo había reportado por “publicar comentarios inapropiados por internet”.
Los agentes lo llevaron a la estación de policía, donde le hicieron firmar un documento en el que prometía “no publicar comentarios inapropiados ni nada que creara el pánico”.
Su dijo que el “comentario inapropiado” fue una carta abierta que firmó por internet, la cual lamentaba la muerte de Li y pedía libertad de expresión y transparencia”. Sacado de su casa en el medio de la noche y bien consciente de la capacidad de las autoridades de hacerlo desaparecer, Su dijo que no tuvo otra opción que firmar el documento.
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Punto de inflexión
Las autoridades advirtieron a Li Wenliang, y después lo silenciaron a principios de enero por revelar el alcance del brote de coronavirus. El 1 de enero, cuando la policía de Wuhan anunció que Li y otras siete personas fueron amonestadas, las autoridades de salud pública locales estaban reportando que había decenas de casos de “una neumonía viral de causas desconocidas” sin evidencias obvias de transmisión entre humanos.
Para el momento en que la muerte de Li fue anunciada el 7 de febrero, era claro que él estaba en lo cierto y las autoridades perdieron tiempo.
Hasta este sábado, el virus se ha propagado a alrededor de 90 países, con 102.000 casos confirmados y 3.480 muertes. La inmensa mayoría de las fatalidades han ocurrido en China y especialmente en Wuhan.
El anuncio de la muerte de Li desató un torrente de dolor e indignación en los medios sociales. Millones de chinos le rindieron tributo mientras condenaban al gobierno por dar más valor a la estabilidad que el bienestar del pueblo.
Su firmó una de las cartas abiertas, que hacían referencia al Artículo 35 de la Constitución de China.
Este artículo dice que los ciudadanos chinos “disfrutan de libertad de expresión, de prensa, de asamblea, de asociación, de procesión y de demostración”.
Su afirma que firmó la carta porque “la rápida propagación del virus a todo el país tiene algo que ver con (la falta de) transparencia en la información”.
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“Estoy un poco temeroso después de firmar la carta… pero alguien tiene que decirlo”, señaló. “De otro modo la situación nunca cambiará. Si nadie habla, todo empeorará”.
Wang Yu, una abogada de derechos humanos que también firmó la carta, dijo a la VOA que lo hizo “porque nuestros derechos de supervivencia están amenazados. Muchas personas están dispuestas a levantarse y hablar, incluso cuando temen una posible represión por parte del gobierno.
Wang añadió que ella también recibió una advertencia de la Oficina Municipal de Justicia de Beijing.
De acuerdo con el grupo Defensores de los Derechos Humanos en China, hasta el plazo del 16 de febrero para la petición que firmaron Su y Wang, solamente 665 personas se sumaron.
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Coraje con temor
Lao Dongyan, una profesora especializada en leyes criminales en la Universidad Tsinghua de Beijing, alabó la corajuda acción de Li sobre el virus.
"Nos preocupamos de las consecuencias de hablar, nos preocupamos de los castigos en el trabajo, la discriminación de nuestros colegas, y hasta de una visita de la policía”, escribió. “Para mantener nuestros empleos, nos mantenemos silencios y apartados, hasta que nos acorralan”.
Lao añadió que la muerte de Li la hizo percatarse de que el gobierno no tolera hablar ni siquiera de los más básicos derechos. Su publicación, al igual que la de muchos, fue borrada con rapidez.
Chen Pokong, un comentarista político residente en Estados Unidos, quien fue un destacado activista durante el movimiento de Tiananmen, describió el reciente clamor público como “extremadamente débil”, en comparación con 1989, cuando decenas de miles de personas salieron a las calles.
“Después de 30 años de rígido control y represión implacable, la gente tiene miedo”, dijo.
Wang señaló que la estricta vigilancia electrónica de hoy imposibilita a las personas unirse y salir a protestar como hicieron en 1989.
“La gente está indignada, pero el problema principal son las cámaras de vigilancia por todos lados Uno ve cámaras por todos lados”.
Dos cámaras por ciudadano
Las autoridades chinas han aprovechado este brote para establecer controles más rígidos que expanden la actual red de vigilancia, basada en teléfonos celulares y cámaras en las calles.
Un reporte de 2019 de la firma de investigación de mercado International Data Corporation vaticina que, para 2022, China tendrá hasta 2.760 millones de cámara de vigilancia, lo que equivale a dos por cada ciudadano.
Wang dijo que con tales controles establecidos, ella no espalda protestas de la población.
“No creo que sea sensato para manifestantes desarmados enfrentarse a las armas avanzadas de hoy. No hay necesidad de hacerlo y nunca se puede ganar”, dijo a la VOA.
Para contener el virus, China cerró grandes ciudades y estableció una vigilancia nacional en todos los vecindarios. Chen dijo que estas medidas tienen un doble propósito para el Partido Comunista.
“Por un lado, piensan que pueden bloquear la expansión del virus, y por el otro les permite encerrar a las personas, impidiendo que salgan a las calles y se unan”, añadió.
“El cierre de las ciudades quizás no pueda bloquear al virus, pero separa con eficiencia a las personas, dificultándoles organizar un frente que pueda denuncia un mal gobierno”.
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La agresividad contenida
La prensa china ha destacado la dedicación de la población a combatir la epidemia, la valentía del personal médico, los logros del gobierno como la construcción de un nuevo hospital en Wuhan en 10 día, y, sobre todo, el liderazgo del presidente Xi Jinping.
Wang Juntao, un disidente que participó en Tiananmen, dijo que el coronavirus no manchará la reputación de Xi porque muchas personas tienen lavado el cerebro.
“El paciente dice ‘dos personas en nuestra familia fueron infectadas debido a la forma en que el brote fue abordado en Wuhan, pero el presidente Xi vino a nuestro rescate”, dijo Wang.
Sin embargo, el también disidente Wei Jingsheng expresó a la VOA que como el “brote ha tocado fondo… el pueblo chino a larga hará al gobierno responsable, por medios que quizás no sean pacíficos, racionales y no violentos”.
“Si el gobierno hiciera a Xi Jinping un chivo expiatorio, eso sería algo”, dijo. “Si la cúpula no es capaz de eso, la agresividad contenida definitivamente buscará una forma de salir, porque si uno no la suelta, explota”.