Toma aire, agarra impulso y golpea con fuerza la tierra una y otra vez, para luego cernir y echar en una carretilla. Entre tumultos de arena, piedras y un sol inclemente, Misgleidy Herrera pasa sus días en una cantera improvisada en las afueras de Caracas, en la que empezó a trabajar cuando quedó desempleada.
“Es un trabajo fuerte, rudo, pero me siento capaz de enfrentarlo”, dice a la Voz de América esta joven de 32 años, la única mujer trabajando en este terreno en San Isidro, estado de Miranda.
Misgleidy lleva el cabello perfectamente alisado y las uñas perfectamente hechas: era manicurista antes de dedicarse a escarbar polvillo, arena lavada y piedra en esta cantera, formada por un deslizamiento de tierra y una obra inconclusa.
A pocos pasos está Justo Cedeño, 67 años, echando pico para conseguir el material que venden a personas que trabajan en la construcción y se acercan al lugar en camiones para cargar.
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Una semana buena puede traducirse en 50 dólares por persona, casi el doble del salario mínimo mensual decretado hace dos meses por el presidente Nicolás Maduro tras un aumento de 1.700 %.
Pero Justo no consigue trabajo formal desde hace tres años, cuando se desempeñaba como pintor y albañil.
“Nosotros por la edad no conseguimos trabajo, no nos dan trabajo”, dice este hombre con las manos tiesas por el barro. “Los contratistas extranjeros que eran los que nos daban trabajo se fueron (del país), se nos acabó el trabajo para nosotros”.
La mitad de la población económicamente activa en Venezuela está desempleada, según un estudio de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) publicado a finales de 2021, que señala que tres de cada cuatro familias no tienen ingresos suficientes para comprar sus alimentos.
Es parte de una profunda crisis, que sumó siete años consecutivos de recesión y cuatro de hiperinflación, que diluyó el poder adquisitivo de los venezolanos.
En ese escenario, la “minería” informal no es una opción descabellada.
“Hemos recurrido acá para llevar el sustento, para comprar la arepita”, el plato típico de Venezuela, continúa este hombre que vive en la zona desde hace unos 40 años. “La cosa se ha puesto dura”.
Misgleidy, que no lleva botas sino unas chanclas con medias, domina su nuevo oficio tan bien como el resto de los otros 10 hombres que estaban ese día en la cantera.
“Al principio fue un poco incómodo, pero después me fui moldeando al nivel de ellos, echándole pierna”, dice tras recordar sus comienzos hace dos años.
“Era manicurista pero dada las consecuencias de los precios elevados, empezaron a subir las cosas, fue imposible comprar materiales”, entonces se dedicó al hogar pero “la situación se puso un poco ruda (difícil)” y decidió lanzarse a la tierra.
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