No hace mucho, Ferishta Salihi y su familia tenían lo suficiente para una vida decente. Su esposo trabajaba y devengaba un buen salario, y ella podía enviar a sus hijas a escuelas privadas.
Pero ahora, después de que su esposo perdió el empleo con la llega del Talibán al poder en Afganistán, al igual que otros cientos hacía fila para inscribirse en el Programa Mundial de Alimentos de la ONU para recibir la ayuda que su familia necesita desesperadamente para sobrevivir.
“Lo hemos perdido todo. Hemos perdido nuestras mentes”, dijo Salihi después de inscribirse. La acompañaba su hija mayor, de 17 años, a quien ya tuvo que sacar de la escuela. No puede pagar lo que cuesta una escuela privada y el Talibán hasta ahora no permite a niñas adolescentes en las escuelas públicas.
“No quiero nada para mí, solo deseo que mis hijos tengan una educación”, lamentó.
En cuestión de meses, mientras la economía de Afganistán se deteriora, muchas familias estables de clase media como la de Salihi han caído en la desesperación.
Es por eso que la ONU está sonando las alarmas sobre una crisis alimentaria, con el 22% de la población de 38 millones de habitantes cerca de una hambruna y otro 36% enfrentando una inseguridad alimentaria, simplemente porque no pueden comprar comida.
La economía ya estaba en problemas con el anterior gobierno respaldado por EE. UU., que a veces no podría pagar a sus empleados. La situación empeoró con la pandemia del coronavirus y una sequía que hizo elevar los precios de los alimentos. Ya en 2020, casi la mitad de la población de Afganistán estaba viviendo en la pobreza.
Entonces la cancelación global de fondos para Afganistán después de la toma del poder del Talibán el 15 de agosto resultó funesta para la pequeña clase media del país. El financiamiento internacional llegó a pagar en un momento la mayor parte del presupuesto afgano, y sin ese dinero el Talibán apenas puede afrontar los salarios y los servicios públicos.
La comunidad internacional no ha reconocido al gobierno del Talibán y demanda inclusividad y respeto a los derechos humanos.
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La ayuda internacional ayudaba también a proyectos en el país que creaban empleos y que ahora están en suspenso. Los bancos ni tienen acceso a la banca mundial, lo que afecta al sector privado. Se calcula que la economía afgana se ha contraído en un 40% en solo tres meses.
Los hospitales están recibiendo números mayores de niños hambrientos, desnutridos, en su gran mayoría de las familias más pobres que apenas pueden subsistir.
Ahora las familias que tenían una situación estable de pronto no tienen nada y tienen que hacer maravillas para cubrir los gastos de la comida, la renta y los servicios médicos.
Estados Unidos y otros donantes internacionales están canalizando fondos hacia Afganistán para ayuda humanitaria a través de las agencias de la ONU, que aseguran que el dinero no irá a parar a las arcas del Talibán.
El Programa para el Desarrollo de la ONU, la Organización Mundial de la Salud y la UNICEF están trabajando para pagar directamente salarios a médicos y enfermeras de todo el país para tratar de impedir el colapso del sector de la salud.
El Programa Mundial de Alimentos, mientras tanto, está suministrando dinero en efectivo y alimentos a las familias. La entidad ha tenido que incrementar su actividad drásticamente. En 2020, su ayuda fue a 9 millones de afganos, y en lo que va de este año ya llega a casi 14 millones. El plan de la agencia es ayudar a más de 23 millones de personas el año que viene y dice que necesita 220 millones de dólares mensuales para ese fin.
Y no son solo los más pobres, generalmente en áreas rurales, lo que necesitan ayuda.
“Hay una nueva clase urbana de personas que hasta este verano recibían un salario … y ahora están enfrentando el hambre por primera vez”, dijo Shelley Thakral, la portavoz del Fondo Mundial de Alimentos para Afganistán.
“La gente ahora tiene que luchar por la comida, están saltando comidas y las madres se ven forzadas a reducir las porciones”, agregó.
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