Uno de los “parches” familiares de fin de semana en Cali, capital del Valle del Cauca, es visitar los animales en el zoológico de la ciudad, uno de los más grandes y frecuentados de todo el territorio colombiano.
Susan Posada, jefe de comunicaciones de la entidad, asegura que las últimas semanas han sido la más duras desde su creación, “la gente desapareció y con ella, los recursos para su sostenimiento”.
Los animales padecen un doble drama: el maltrato, producto del tráfico ilegal que los sacó de su hábitat natural, más la carencia de alimentos y la ausencia de sus cuidadores como consecuencia de la COVID-19.
La funcionaria asegura que no estaban preparados para enfrentar los efectos de la pandemia por el coronavirus, que obligó al confinamiento nacional y puso en crisis financiera al zoológico. La seguridad alimentaria de estas especies está bajo amenaza, haciendo alusión a uno de los niveles del peligro de extinción que acecha a los animales del planeta. También, el empleo de 250 familias que trabajan de manera directa con la entidad.
Era común escuchar las carcajadas, los gritos de asombro de los niños ante la imponencia de las fieras y las conversaciones a viva voz que reflejaban la felicidad y el orgullo caleño por contar con un parque natural de incomparables proporciones. Posada explica que la instalación cuenta con 25 hectáreas distribuidas por categoría, que reúnen a 2.500 animales de todas las especies. No en vano es considerado el mejor zoológico de Colombia y uno de los más importantes de América Latina, acreditado así por la AZA, la Asociación Americana de Zoológicos y Acuarios.
Sin embargo, detrás de tantos recuerdos y alegrías para los habitantes de Cali y el resto del país, hay una reflexión sobre las condiciones en las que llegan a este santuario animal para ser recuperados una gran cantidad de estos huéspedes especiales.
Según cifras del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, entre los años 2009-2012, en Colombia, 211.571 animales vivos fueron decomisados por tráfico ilegal, cifra que crece con el paso de los años.
Entre algunas especies más apetecidas por los delincuentes para traficar están las tortugas hicotea, el terecay, y la charapa, codiciadas por los vendedores y compradores ilegales por sus huevos y su carne. El mono Titi Gris y el caimán son otras dos especies que, según este ministerio, registran un mayor tráfico.
Los traficantes ponen trampas, talan árboles o sacrifican a los padres de los animales para apoderarse de sus crías, que ponen en jaulas para iniciar largos recorridos y comercializarlos en el mercado negro de animales silvestres. En el reporte de las autoridades ambientales, Colombia ocupa un tristemente célebre segundo lugar en la lista de países con mayor tráfico de fauna y flora.
Ahora con la pandemia, la vulnerabilidad de estas especies, liberadas ya una vez del flagelo del tráfico de animales, aumenta.
“Pese a que el Zoológico pertenece al municipio y es administrado por la Fundación Zoológico de Cali que es una organización sin ánimo de lucro, no recibe recursos públicos, se mantiene de los recursos generados por las taquillas, pero hoy no hay visitantes”, afirma la comunicadora.
De acuerdo con las cifras entregadas por la fundación Zoológico de Cali a la Voz de América, los gastos de sostenimiento mensual ascienden a los 800 millones de pesos (202.000 dólares) y si bien en la última semana el gobierno de Cali a través del Departamento Administrativo de Gestión del Medio Ambiente (Dagma) y la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), giró 400 millones de peso para su alimentación y medicamentos, los administradores del zoológico calculan que los recursos suplirán las necesidades hasta el mes de mayo. En Cali, hoy se preguntan ¿Qué pasará después?
Las directivas del Zoológico de Cali han hecho un llamado urgente de auxilio para que no desaparezca el familiar bramido de las cebras, el canto de los papagayos, el rugido del tigre blanco y el forrajeo de los Titíes. Es un pedido a quienes puedan unirse a la defensa de la supervivencia de los animales en cautiverio y a la búsqueda de recursos que garanticen su sostenimiento.
Hasta la publicación de este artículo, los tan anunciados y esperados recursos para “salvar” el Zoológico de Cali aún no habían sido girados.