Pese a que en su encierro a 700 metros bajo tierra pudieron haberse quitado la vida, los sobrevivientes de la mina San José, de Chile, se organizaron para esperar su rescate.
La temperatura y la humedad no disminuían. Las pocas raciones de alimento se acababan. Vivían en penumbras, bebiendo agua sucia, mirándose las caras tiznadas de polvo y sin saber si alguien los buscaba. La pregunta no es cómo sobrevivieron. La pregunta es cómo, encerrados a 700 metros bajo tierra, no se volvieron locos.
Los 33 sobrevivientes de la mina San José, de Chile, fueron rescatados hace dos años, el 13 de octubre de 2010. Dos meses y medio antes, el 5 de agosto, ocurrió el accidente que los dejó encerrados en las profundidades de la mina, con una enorme roca obstruyendo la salida. Pasaron 17 días sin contacto alguno con la superficie.
Los mineros no han contado mayores detalles de lo que ocurrió en ese período. Pero sí hay algo que sabemos. Cuando fueron encontrados, el 22 de agosto, y posteriormente entrevistados por los equipos médicos, fueron declarados sanos psicológicamente.
“Alguien tendría que haberse derrumbado, colapsado, entrado en depresión grave, en un estado crepuscular con pérdida de conciencia significativa. Sin embargo, nada de eso sucedió”, dice a la Voz de América Alberto Iturra, quien lideró el equipo psicológico que atendió a los mineros.
La apuesta por sobrevivir
“Todo trabajo tiene su complicación, pero trabajar en minas subterráneas es otra cosa; hay que ser comando”, comenta a la Voz de América Pedro Gallo, técnico eléctrico quien implementó el sistema de comunicación telefónica con los mineros desde la superficie.
En la mina había explosivos y combustible. Los mineros podrían haber bajado la cortina en cualquier momento. Según la investigadora del área de la salud Annette Ramírez de Arellano, quien estudió y escribió un texto sobre el caso, entre los 33 había un grupo de jóvenes para quienes la alternativa era “morir todos a la vez”.
Sin embargo, la experiencia de personas mayores que ya habían estado en otros accidentes mineros ayudó a convencer a los demás de que se podía salir a flote.
“(Cuando se estableció el contacto) había varios que estaban bien flaquitos, delgaditos, estaban bien afectados ya en la parte física. Pero en el espíritu no”, asegura Gallo, quien permaneció en la mina San José durante todo el período de búsqueda y rescate.
Annette Ramírez, quien también participó de la exposición del rescate de los 33 mineros en el Museo de Historia Natural de Washington, DC, lo confirma: “Mantuvieron un sentido de esperanza. Sabían que sus familias estarían presionando al gobierno para que los buscaran”, dijo a la Voz de América.
A la espera del contacto
Una cucharada de comida cada 24 horas: ése fue el régimen de alimentación que utilizaron los mineros, racionando las latas de atún y galletas que había en el refugio de la zona en la que estaban. Y más tarde, las dosis se daban sólo cada 48 horas.
Según Iturra, cuando ya se les estaba acabando el alimento, uno de los mineros más delgados propuso comer sólo cada 72 horas. “Ése sentido de generosidad fue extraordinario”, comenta.
Este régimen alimentario formaba parte del sistema de organización que implementaron los 33. Se dividieron en tres grupos –los Rampa, los Refugio y los 105– para hacer distintas tareas y realizaban reuniones diarias para discutir sus conflictos y determinar sus acciones.
“Los tres grupos se juntaban y la decisiones que tomaban eran votadas. Siempre fue muy democrático el tema”, asegura Pedro Gallo.
El grupo era diverso: había un joven de 17 años y personas de más de 60. Algunos habían ido a la universidad mientras que otros tenían niveles mínimos de educación. Sus vínculos sociales eran distintos. Pero lograron organizarse.
Mientras esperaban algún contacto con la superficie, acordaron establecer turnos para velar el sueño de sus compañeros y asegurarse de que estuvieran respirando, en esa atmósfera cargada de dióxido y monóxido de carbono.
Y así seguramente resolvieron diversos conflictos. Uno de ellos correspondía a la posibilidad de intentar abrirse paso ellos mismos hacia el exterior de la mina, haciendo uso de una maquinaria que estaba en el túnel. “Algunos estaban de acuerdo y otros no, porque se podría generar un nuevo derrumbe”, cuenta Gallo.
Cuando fueron encontrados, los 33 mineros reconocieron a Luis Urzúa, el jefe de turno, como su líder. Pero Pedro Gallo asegura que hubo varios que estuvieron a la cabeza dentro de un solo gran conjunto. Por ejemplo, Mario Sepúlveda aportó con su humor en un liderazgo motivacional y José Henríquez en el área espiritual.
“Había varios liderazgos, pero bajo la mina eran todos uno solo. Era un solo grupo”, explica Gallo.
Según cuenta Iturra, los mineros utilizaban su sentido del humor y hacían ejercicios de imaginería, aunque hay muchos detalles que aún se desconocen.
“El sistema de estimulación mutua que ellos usaban abajo, de conversar mucho, de acompañarse mucho, de apoyarse mucho, fue estupendo”, afirma el psicólogo.
El encuentro
“Estamos bien en el refugio los 33”, decía el mensaje que los mineros lograron enviar a la superficie a través de la sonda que los buscaba. Ese 22 de agosto, la noticia de que estaban vivos dio la vuelta al mundo.
Desde abajo, los 33 habían escuchado el sonido de las perforaciones que los buscaban, aunque sin saber si finalmente los encontrarían.
Con el contacto vinieron las primeras comidas, los mensajes con los familiares, los exámenes médicos… Había que mantenerlos con vida hasta encontrar la forma de sacarlos, pero lo más difícil ya había pasado.
“La tragedia más grande de la historia minera de Chile se empezó a transformar en la historia de supervivencia más grande del mundo”, dice Pedro Gallo.
Entre tanto, las reuniones diarias de los mineros y su sistema de tres grupos para repartirse las tareas siguieron funcionando, ahora asumiendo nuevos quehaceres: repartir las raciones de comida, suministrar medicamentos, organizar las comunicaciones con los familiares, mantener la limpieza…
“Después de encontrar a los 33 juntos, sanos, saludables, colaborando unos con otros, ninguno golpeado por sus compañeros, ninguno abusado por sus compañeros, el sistema de resolución de problemas que tenían obviamente habían dado resultados”, asegura Alberto Iturra.
Así lo corroboraban los exámenes médicos y psicológicos. Efectivamente, después de 17 días, los 33 estaban bien.
Los 33 sobrevivientes de la mina San José, de Chile, fueron rescatados hace dos años, el 13 de octubre de 2010. Dos meses y medio antes, el 5 de agosto, ocurrió el accidente que los dejó encerrados en las profundidades de la mina, con una enorme roca obstruyendo la salida. Pasaron 17 días sin contacto alguno con la superficie.
Los mineros no han contado mayores detalles de lo que ocurrió en ese período. Pero sí hay algo que sabemos. Cuando fueron encontrados, el 22 de agosto, y posteriormente entrevistados por los equipos médicos, fueron declarados sanos psicológicamente.
“Alguien tendría que haberse derrumbado, colapsado, entrado en depresión grave, en un estado crepuscular con pérdida de conciencia significativa. Sin embargo, nada de eso sucedió”, dice a la Voz de América Alberto Iturra, quien lideró el equipo psicológico que atendió a los mineros.
La apuesta por sobrevivir
“Todo trabajo tiene su complicación, pero trabajar en minas subterráneas es otra cosa; hay que ser comando”, comenta a la Voz de América Pedro Gallo, técnico eléctrico quien implementó el sistema de comunicación telefónica con los mineros desde la superficie.
En la mina había explosivos y combustible. Los mineros podrían haber bajado la cortina en cualquier momento. Según la investigadora del área de la salud Annette Ramírez de Arellano, quien estudió y escribió un texto sobre el caso, entre los 33 había un grupo de jóvenes para quienes la alternativa era “morir todos a la vez”.
Sin embargo, la experiencia de personas mayores que ya habían estado en otros accidentes mineros ayudó a convencer a los demás de que se podía salir a flote.
“(Cuando se estableció el contacto) había varios que estaban bien flaquitos, delgaditos, estaban bien afectados ya en la parte física. Pero en el espíritu no”, asegura Gallo, quien permaneció en la mina San José durante todo el período de búsqueda y rescate.
Annette Ramírez, quien también participó de la exposición del rescate de los 33 mineros en el Museo de Historia Natural de Washington, DC, lo confirma: “Mantuvieron un sentido de esperanza. Sabían que sus familias estarían presionando al gobierno para que los buscaran”, dijo a la Voz de América.
A la espera del contacto
Una cucharada de comida cada 24 horas: ése fue el régimen de alimentación que utilizaron los mineros, racionando las latas de atún y galletas que había en el refugio de la zona en la que estaban. Y más tarde, las dosis se daban sólo cada 48 horas.
Según Iturra, cuando ya se les estaba acabando el alimento, uno de los mineros más delgados propuso comer sólo cada 72 horas. “Ése sentido de generosidad fue extraordinario”, comenta.
Este régimen alimentario formaba parte del sistema de organización que implementaron los 33. Se dividieron en tres grupos –los Rampa, los Refugio y los 105– para hacer distintas tareas y realizaban reuniones diarias para discutir sus conflictos y determinar sus acciones.
“Los tres grupos se juntaban y la decisiones que tomaban eran votadas. Siempre fue muy democrático el tema”, asegura Pedro Gallo.
El grupo era diverso: había un joven de 17 años y personas de más de 60. Algunos habían ido a la universidad mientras que otros tenían niveles mínimos de educación. Sus vínculos sociales eran distintos. Pero lograron organizarse.
Mientras esperaban algún contacto con la superficie, acordaron establecer turnos para velar el sueño de sus compañeros y asegurarse de que estuvieran respirando, en esa atmósfera cargada de dióxido y monóxido de carbono.
Y así seguramente resolvieron diversos conflictos. Uno de ellos correspondía a la posibilidad de intentar abrirse paso ellos mismos hacia el exterior de la mina, haciendo uso de una maquinaria que estaba en el túnel. “Algunos estaban de acuerdo y otros no, porque se podría generar un nuevo derrumbe”, cuenta Gallo.
Cuando fueron encontrados, los 33 mineros reconocieron a Luis Urzúa, el jefe de turno, como su líder. Pero Pedro Gallo asegura que hubo varios que estuvieron a la cabeza dentro de un solo gran conjunto. Por ejemplo, Mario Sepúlveda aportó con su humor en un liderazgo motivacional y José Henríquez en el área espiritual.
“Había varios liderazgos, pero bajo la mina eran todos uno solo. Era un solo grupo”, explica Gallo.
Según cuenta Iturra, los mineros utilizaban su sentido del humor y hacían ejercicios de imaginería, aunque hay muchos detalles que aún se desconocen.
“El sistema de estimulación mutua que ellos usaban abajo, de conversar mucho, de acompañarse mucho, de apoyarse mucho, fue estupendo”, afirma el psicólogo.
El encuentro
“Estamos bien en el refugio los 33”, decía el mensaje que los mineros lograron enviar a la superficie a través de la sonda que los buscaba. Ese 22 de agosto, la noticia de que estaban vivos dio la vuelta al mundo.
Desde abajo, los 33 habían escuchado el sonido de las perforaciones que los buscaban, aunque sin saber si finalmente los encontrarían.
Con el contacto vinieron las primeras comidas, los mensajes con los familiares, los exámenes médicos… Había que mantenerlos con vida hasta encontrar la forma de sacarlos, pero lo más difícil ya había pasado.
“La tragedia más grande de la historia minera de Chile se empezó a transformar en la historia de supervivencia más grande del mundo”, dice Pedro Gallo.
Entre tanto, las reuniones diarias de los mineros y su sistema de tres grupos para repartirse las tareas siguieron funcionando, ahora asumiendo nuevos quehaceres: repartir las raciones de comida, suministrar medicamentos, organizar las comunicaciones con los familiares, mantener la limpieza…
“Después de encontrar a los 33 juntos, sanos, saludables, colaborando unos con otros, ninguno golpeado por sus compañeros, ninguno abusado por sus compañeros, el sistema de resolución de problemas que tenían obviamente habían dado resultados”, asegura Alberto Iturra.
Así lo corroboraban los exámenes médicos y psicológicos. Efectivamente, después de 17 días, los 33 estaban bien.