A un año de la pandemia: mejores tratamientos, pero ninguna cura

Un paciente recibe una "terapia de mar" después de pasar 114 días enfermo de COVID-19 en un hospital de Barcelona, España, el 25 de marzo de 2021.

Aún no se ha encontrado un remedio que prevenga o trate la enfermedad COVID-19 provocada por el nuevo coronavirus.

A un año de comenzar la pandemia del nuevo coronavirus, los médicos aún no han encontrado una cura para el COVID-19.

Han logrado tratamientos que ayudan, como antiinflamatorios y anticuerpos, y aprendido lo que no funciona, como la droga hidroxicloroquina contra la malaria, pero no existe una píldora mágica que prevenga o trate la enfermedad.

"Pienso que hemos progresado mucho, pero no ha habido un cambio radical”, dijo Adarsh Bhimraj, jefe de la sección de enfermedades neurológicas infecciosas de la Clínica de Cleveland, quien presidió un panel de la Sociedad Americana de Enfermedades (IDSA) que escribió una guía de tratamiento para COVID-19.

Cuando el panel emitió sus primeras recomendaciones en abril de 2020, los médicos trataban con todo para ver si algo funcionaba, dijo uno de sus integrantes, Rajesh Gandhi, profesor de Medicina de la Facultad Médica de Harvard.

Las primeras guías no ayudaban mucho, “para cada terapia teníamos datos insuficientes”, dijo.

Diecinueve revisiones después, la guía más reciente fue divulgada este mes y ya incluye algunos tratamientos prácticamente efectivos.

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Qué funciona (más o menos)

Lo mejor es la dexametasona, un esteroide barato muy común que se usa para tratar las inflamaciones.

En muchos casos, la respuesta inflamatoria hiperactiva del organismo a la infección es lo que mata a los pacientes de COVID-19. La dexametasona ayuda a aplacar esa respuesta.

Entre los pacientes hospitalizados y en condición crítica, un tercio menos murieron cuando recibieron la droga, y más fueron dados de alta del hospital dentro de cuatro semanas.

Sin embargo, la dexametasona ayuda solo a pacientes en estado crítico y para los demás podría ser incluso más dañina.

Otra terapia dirigida a la inflamación de COVID-19 es la droga tocilizumab, de la compañía farmacéutica Genentech, que se usa para la artritis reumatoide. Ha sido capaz de reducir la posibilidad de que un paciente necesite un ventilado, cuidados intensivos o la muerte, pero en menos de un 20%.

La antiviral remdesivir, del laboratorio Gilead, que acaparó mucha atención el año pasado por ser el primer medicamento aprobado por la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) contra COVID-19 no dio los resultados esperados después de varios estudios. En realidad acorta el período de recuperación en los casos más graves, pero no reduce el peligro de morir.

IDSA dice que es mejor que nada, pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) no la recomienda.

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Anticuerpos

Un viejo remedio que se puso de moda con el COVID-19 fue el plasma convaleciente, un producto de la sangre de pacientes que se ha recuperado de la enfermedad. Los glóbulos rojos y blancos, y las plaquetas se remueven de la sangre y el fluido amarillo residual contiene anticuerpos que desarrolló el sistema inmune del paciente para combatir la infección.

Los médicos usaron plasma convaleciente para tratar pacientes durante la pandemia de influenza de 1918 y en algunos brotes anteriores de sarampión y paperas.

El plasma convaleciente se usó mucho en los primeros días del coronavirus, pero se hicieron pocos estudios de alta calidad para comprobar si funciona bien, así que ni el IDSA ni los Institutos Nacionales de la Salud lo recomiendan.

Los anticuerpos monoclonales, preparados en laboratorios para atacar partes específicas del coronavirus que provoca COVID-19, han demostrado alguna promesa para mantener a los pacientes fuera del hospital.

Dos compañías, Regeneron y Eli Lily, tienen dos cócteles de anticuerpos que parecen reducir el riesgo de hospitalización, pero las guías de IDSA dicen que en la práctica el de Lily luce superior.

Estas terapias, sin embargo, hay que aplicarlas a pacientes al principio de la enfermedad y antes que necesiten ser hospitalizados. Son intravenosas “y no tienen una buena forma operacional para llevarlas a las venas”, dijo Amesh Adalja, un académico del Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud.

Como resultado, “hay muchos frascos de antivirus monoclonales sin usar en los estantes”, explicó Adalja.

Estas drogas lucen útiles para los pacientes solo en las primeras etapas de la enfermedad, dijo Gandhi. “Para cuando se enferman al punto en que tienen que hospitalizare, esa oportunidad quizás se haya cerrado”.

Nuevas variantes del coronavirus amenazan con dar al traste con los beneficios de los anticuerpos monoclonales.

En ensayos de laboratorio, los anticuerpos siguen siendo efectivos contra la variante que apareció en Gran Bretaña, pero son menos potentes contra las identificadas en Sudáfrica, California y Nueva York.

Los científicos desconocen todavía cuál será el impacto. “Tenemos que ver cómo evoluciona”, añadió Gandhi.