La visita del gobernante cubano a China y Vietnam tiene efecto después de que las reformas económicas emprendidas en la isla hacen mucho ruido pero están dando pocas nueces.
El viaje emprendido esta semana por el gobernante cubano Raúl Castro puede dar la impresión de que busca revivir añoranzas ideológicas entre viejos amigos comunistas, todos sobrevivientes en mejor o peor medida del “socialismo real”, pero la visita del general a China y Vietnam tiene más carácter de urgencia que de nostalgia.
No es casual que Castro haya emprendido su primer viaje oficial al gigante asiático después de haber reemplazado hace seis años a su hermano Fidel, en momentos en que el régimen de la isla se debate entre la disyuntiva de dejar que se le desplome el ineficiente andamiaje económico que le sirvió de sustento durante cinco décadas y lo arrastre al abismo, o tratar de enmendarlo de alguna manera y no perder el poder.
La decisión ya fue adoptada hace rato, y desde el VI Congreso del Partido en abril del año pasado están en marcha reformas económicas que el gobierno prefiere no llamar como tales y ha optado por darles el calificativo siempre neutral de “actualización”, para no tener que admitir que el “modelo” aplicado a lo largo de tantos años sobre las espaldas de los cubanos fue indolentemente devastador.
Castro viaja a China y Vietnam en momentos también de gran incertidumbre para la cúpula de gobierno en Cuba, ante la eventualidad de que las subvenciones que La Habana recibe de Venezuela – que antes obtuvo de Moscú y perdió al extinguirse la Unión Soviética—puedan desaparecer por un mal desenlace de la salud del presidente Hugo Chávez o el desmoronamiento del chavismo tras las elecciones de octubre próximo en ese país.
Analistas destacan que el hecho de que Raúl Castro no es muy dado a los viajes y a dar la cara a la prensa internacional como sí lo era su hermano, demuestra la importancia que le da Cuba al periplo asiático, del que por lo pronto el general ya consiguió concretar ocho acuerdos de cooperación financiera y técnica con China, que en los últimos años se ha perfilado como el mayor socio económico en Latinoamérica.
De hecho, China es el segundo socio comercial de Cuba después de Venezuela, con un comercio bilateral que en el 2010 ascendió a $1.900 millones de dólares, en tanto que los intercambios con Vietnam totalizan $269 millones de dólares. Tras el colapso de la Unión Soviética, China se convirtó en un sostén vital para la depauperada economía cubana, y Vietnam ha sido el suministrador del arroz que comsumen los cubanos.
Al finalizar la guerra en Vietnam, Cuba envió a Hanoi cientos de técnicos entre otras cosas para asesorar al país en el cultivo del café, un grano que antiguamente se producía en grandes cantidades en el oriente de la isla. Paradójicamente, entre los $2.000 millones de dólares que exportan hoy en día los vietnamitas también venden café a los cubanos.
China empezó a desarrollar reformas a fines de la década de 1970 –que por cierto fueron entonces criticadas con gran furia y desprecio por Fidel Castro--, y Vietnam comenzó a hacerlo en los años 80. En ambos países se dio enorme importancia a las transformaciones agrícolas, algo que en Cuba el gobierno ya lleva años tratando de hacer sin resultados todavía visibles, puesto que el país sigue importando alrededor del 80 por ciento de los alimentos que necesita.
Otra particularidad de las exitosas reformas económicas en China que Raúl Castro parece haber empezado a imitar con extrema cautela es que en la actualidad casi las tres cuartas partes de las inversiones que recibe Pekín provienen de los chinos que residen en Hong Kong, un territorio que hasta hace poco más de una década estuvo bajo control británico y que siempre fue un oasis de prosperidad envidiado por la China devastada por el comunismo.
Aunque desde 1993, en época de Fidel Castro, en Cuba se autorizó la inversión extranjera tras la debacle ocasionada por la extinción soviética, en la práctica el capital foráneo no ha llegado en la medida necesaria en razón a infinidad de trabas burocráticas, policiales y también ideológicas. Todas son derivadas del temor que provoca en los sectores más ortodoxos del gobierno que la libertad de mercado y de empresa a su máxima expresión terminen por arrebatarles todo el poder económico que durante décadas les ha garantizado el control político absoluto en la isla.
No obstante, coincidiendo con la gira asiática de Raúl Castro, se rumora en fuentes oficiales en La Habana que la Ley de Inversión Extranjera en Cuba será modificada antes de que concluya este año para actualizar el modelo económico socialista. Aún así hay quienes dentro de la propia isla siguen pensando, como la renombrada bloguera Yoani Sánchez, que la visita del gobernante cubano a China y Vietnam es sólo para ganar más tiempo y “oxigenar” las tímidas reformas emprendidas por el gobierno.
No es casual que Castro haya emprendido su primer viaje oficial al gigante asiático después de haber reemplazado hace seis años a su hermano Fidel, en momentos en que el régimen de la isla se debate entre la disyuntiva de dejar que se le desplome el ineficiente andamiaje económico que le sirvió de sustento durante cinco décadas y lo arrastre al abismo, o tratar de enmendarlo de alguna manera y no perder el poder.
La decisión ya fue adoptada hace rato, y desde el VI Congreso del Partido en abril del año pasado están en marcha reformas económicas que el gobierno prefiere no llamar como tales y ha optado por darles el calificativo siempre neutral de “actualización”, para no tener que admitir que el “modelo” aplicado a lo largo de tantos años sobre las espaldas de los cubanos fue indolentemente devastador.
Castro viaja a China y Vietnam en momentos también de gran incertidumbre para la cúpula de gobierno en Cuba, ante la eventualidad de que las subvenciones que La Habana recibe de Venezuela – que antes obtuvo de Moscú y perdió al extinguirse la Unión Soviética—puedan desaparecer por un mal desenlace de la salud del presidente Hugo Chávez o el desmoronamiento del chavismo tras las elecciones de octubre próximo en ese país.
Analistas destacan que el hecho de que Raúl Castro no es muy dado a los viajes y a dar la cara a la prensa internacional como sí lo era su hermano, demuestra la importancia que le da Cuba al periplo asiático, del que por lo pronto el general ya consiguió concretar ocho acuerdos de cooperación financiera y técnica con China, que en los últimos años se ha perfilado como el mayor socio económico en Latinoamérica.
De hecho, China es el segundo socio comercial de Cuba después de Venezuela, con un comercio bilateral que en el 2010 ascendió a $1.900 millones de dólares, en tanto que los intercambios con Vietnam totalizan $269 millones de dólares. Tras el colapso de la Unión Soviética, China se convirtó en un sostén vital para la depauperada economía cubana, y Vietnam ha sido el suministrador del arroz que comsumen los cubanos.
Al finalizar la guerra en Vietnam, Cuba envió a Hanoi cientos de técnicos entre otras cosas para asesorar al país en el cultivo del café, un grano que antiguamente se producía en grandes cantidades en el oriente de la isla. Paradójicamente, entre los $2.000 millones de dólares que exportan hoy en día los vietnamitas también venden café a los cubanos.
China empezó a desarrollar reformas a fines de la década de 1970 –que por cierto fueron entonces criticadas con gran furia y desprecio por Fidel Castro--, y Vietnam comenzó a hacerlo en los años 80. En ambos países se dio enorme importancia a las transformaciones agrícolas, algo que en Cuba el gobierno ya lleva años tratando de hacer sin resultados todavía visibles, puesto que el país sigue importando alrededor del 80 por ciento de los alimentos que necesita.
Otra particularidad de las exitosas reformas económicas en China que Raúl Castro parece haber empezado a imitar con extrema cautela es que en la actualidad casi las tres cuartas partes de las inversiones que recibe Pekín provienen de los chinos que residen en Hong Kong, un territorio que hasta hace poco más de una década estuvo bajo control británico y que siempre fue un oasis de prosperidad envidiado por la China devastada por el comunismo.
Aunque desde 1993, en época de Fidel Castro, en Cuba se autorizó la inversión extranjera tras la debacle ocasionada por la extinción soviética, en la práctica el capital foráneo no ha llegado en la medida necesaria en razón a infinidad de trabas burocráticas, policiales y también ideológicas. Todas son derivadas del temor que provoca en los sectores más ortodoxos del gobierno que la libertad de mercado y de empresa a su máxima expresión terminen por arrebatarles todo el poder económico que durante décadas les ha garantizado el control político absoluto en la isla.
No obstante, coincidiendo con la gira asiática de Raúl Castro, se rumora en fuentes oficiales en La Habana que la Ley de Inversión Extranjera en Cuba será modificada antes de que concluya este año para actualizar el modelo económico socialista. Aún así hay quienes dentro de la propia isla siguen pensando, como la renombrada bloguera Yoani Sánchez, que la visita del gobernante cubano a China y Vietnam es sólo para ganar más tiempo y “oxigenar” las tímidas reformas emprendidas por el gobierno.