¿Cómo llegó este matrimonio y por qué se instaló en Colombia?
“Una tarde llegaron a mi casa, tocaron la puerta y me dijeron: 'si sigues protestando te vamos a ‘sembrar’ y vas a ir presa'”.
Ese fue el momento en que Johana López supo que las amenazas del Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional) eran serias y entendió que debía salir de Venezuela lo más pronto posible.
A pesar del “aviso”, López mantenía su ilusión de que algún día caería el gobierno de Venezuela por la presión social y por ello religiosamente no dejó de protestar en las calles de Ciudad Ojeda (estado de Zulia), incluso hasta pocas horas antes de dejar su país y viajar a Colombia, recordó.
Hoy, en su restaurante "De pana, Sabor Venezolano", ubicado en un buen punto de Villavicencio, como ella lo califica por estar cerca a los centros comerciales de la capital del Meta, esta diseñadora gráfica de 31 años retoma su vida de la mano de su esposo Alex Mendoza, pero en un emprendimiento gastronómico.
Llegó hace seis años a esta ciudad, que está a una hora y media de Bogotá, donde vivía su mamá, quien hace 12 años huyó del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela por ser perseguida política, y se enraizó en esta zona que limita con la llanura venezolana a través del Orinoco.
Mientras atiende la entrevista con la Voz de América, Johana interrumpe por segundos la conversación para dar instrucciones a sus empleados, mantener todo en orden y no dejar al azar ningún detalle de la atención. Explica que eso es justo el principal ingrediente del éxito de su restaurante.
En este “rinconcito de Venezuela”, hay música de artistas venezolanos todo el tiempo, para que sus compatriotas se sientan como en casa, enfatiza.
Allí encuentran todos los alimentos que consumían en su país y la tradicional chicha venezolana, bebida dulce de pasta que no puede faltar para acompañar la merienda de sus paisanos que hoy tienen como hogar a Villavicencio. En este sitio hay 4.478 ciudadanos venezolanos, de los 7.568 que habitan el departamento del Meta, según las últimas cifras de Migración Colombia.
Los sueños se cumplen
Johana llegó a Villavicencio y allí conoció al que hoy es su esposo, un paisano de Ciudad Ojeda, con quien tiene una hija colombiana. Tras un largo camino, en el cual trabajó de niñera, vendió arepas venezolanas en las calles, montó un Cyber, fue empleada, hizo queratinas (tratamiento para alisar el cabello) y en la temporada de colegio hizo las márgenes a los cuadernos, se abrió espacio para incursionar en el negocio de los restaurantes.
Inicialmente quiso estar en los centros comerciales, pero necesitaba un local para instalar su restaurante y en ninguna parte lo consiguió, pero siguió su búsqueda y logró que el administrador de Food Truck, un nuevo proyecto de comidas en la ciudad, hiciera una excepción al ver empuje de Johana y le arrendó medio contenedor. Allí arrancó su experiencia gastronómica.
“Todo iba bien, pero arrancaron unas obras viales en inmediaciones del Food Truck y esto restringió el acceso a la zona y cayó drásticamente el número de clientes, lo que nos obligó a salir de allí”, recordó.
Luego vino la pandemia y los obligó a llevar su iniciativa a casa, desde donde atendían el negocio a domicilio, hasta que la ciudad abrió su economía con el mejoramiento de la salubridad, lo que les permitió encontrar un local, en el que operan hoy el restaurante, que se convirtió en un punto de encuentro y escape de sus coterráneos, añade Johana.
“Abrimos con paredes blancas, sin avisos, con menos mesas, prácticamente de cero, pero con clientes. No teníamos nada nuevo, si acaso la cocina, pero la gente llegaba, y muy rápidamente el negocio se consolidó”, detalla. Recuerda también que fue promoviendo de entre la gente, por los medios de comunicación y a través de las redes sociales que consiguieron sacar adelante el negocio.
“La verdad, así como tenemos clientes venezolanos desde hace tres años, tenemos muy, pero muy buenos clientes colombianos, que nos han acogido y nos recomiendan. Esa ha sido la mejor publicidad que tenemos, un cliente trae a un amigo o le dice a otro y este termina llegando”, subrayó.
Pasión cultural por la comida y el servicio
“Todo el mundo me pregunta si en Venezuela me dedicaba al arte culinario, pero no. Venezuela no es de los venezolanos. A Venezuela llegaba el italiano, el portugués, el francés, el colombiano, el peruano, el ecuatoriano, el chileno y los estadounidenses y ese revuelto de culturas hizo que uno aprendiera a cocinar en casa”, relata.
Apunta que en casa cocinaban sabroso, y que eso fue lo que hicieron aquí. Los secretos culinarios de la familia pegaron y le gustaron a la gente. “Lo que sabemos, es lo que hemos preparado durante toda la vida”, aseguró.
Johana dice que el toque final de este proceso gastronómico en "De pana, Sabor Venezolano", es que cuando los clientes ponen la comida en su boca y sienten el sabor, cierran los ojos y se transportan a sus casas en Venezuela.
“Aquí vino una señora que llevaba dos semanas de haber llegado a Colombia, se sentó y saboreó un platillo y se puso a llorar. Yo me acerqué y le pregunté que si estaba bien y ella me respondió que sí, que lo que pasaba es que ese plato le recordaba cuando comía con su familia en un restaurante de Caracas, y ahora ella está sola en Colombia”.
Frente al valor de la comida venezolana Johana sentencia que cualquiera puede vender barato, pero que ellos venden a un precio justo, que a la gente le guste y vuelva, así le cueste un poquito más del bolsillo. “Nosotros no vendemos un producto de mala calidad o pequeño”, explicó.
“No es vender, por vender, yo no quiero llenar el local porque es barato, yo quiero llenar el local porque es sabroso, porque a la gente le gusta y les gusta venir para acá. Esa es la idea, que vengan y se vayan conformes, que no se vayan con hambre, que se vayan satisfechos de encontrar cahapas, pabellón, pepitos, patacón con carne, papelón, mandocas, arepas y tequeños, entre otros”, recalcó.
Un país hermano
“El que viene a trabajar, viene a eso a trabajar”, contó al mostrar que Colombia le permitió regularizarse a ella y a su esposo, un ingeniero electrónico que vivía a 15 minutos de su casa en Ciudad Ojeda, pero que vinieron a conocerse en Colombia, luego de abandonar el país por razones similares.
“Tener un buen trabajo y buen dinero no te da la garantía de vivir bien y mucho menos si te quitan la luz entre cuatro, cinco o seis horas diarias, te cortan el gas, no poder salir por inseguridad y que te amenace el gobierno”, dijo la emprendedora venezolana.
Con nostalgia ve como se mueve la ciudad y recuerda que ella pasó un año sin poder salir caminando de su casa. “Si no era porque alguien me llevaba o me acompañaba, pues no salía, porque obviamente, para nadie era un secreto que Venezuela es peligroso”.
Mucha gente, dice que Colombia es ‘x’, ‘y’ o ‘z’, y que es difícil salir adelante, pero si uno se lo propone puede ponerse metas y alcanzarlas y seguramente uno llega a ellas, tarde, pero seguro, explicó.
“Ya estoy regularizada, yo ya soy residente colombiana. Mi hija es colombiana, y por ella nos dan la visa de residente, que se paga. Eso no quiere decir que sea nacional, para ser colombiana mi hija tiene que tener 18 años y será ella la que nos nacionalice”.
“Pero mientras esto ocurre, rogamos a Dios que sigamos creciendo nuestro emprendimiento y brindar un aliciente a nuestros coterráneos con los placeres gastronómicos de Venezuela en Colombia”, concluyó.
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