Naiguatá, Venezuela - “La promesa que estoy pagando ahorita es por mi mamá, que tiene cáncer”, dice Gabriel Ramos, de 30 años, mientras se quita la aparatosa máscara de diablo y se pone de pie frente a una iglesia, adonde llegó de rodillas.
Lo acompaña su hermano, que llora desconsolado. Son miles vestidos de diablo, con coloridos trajes y pintorescas máscaras, para pagar promesas en Naiguatá, un pueblo costero de Venezuela, donde se celebra esta tradición religiosa desde hace siglos.
La festividad, que se realiza en varias zonas del país cada jueves de Corpus Crhisti, fue reconocida en 2012 como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
“Nosotros simbolizamos al diablo por fuera, pero por dentro somos devotos al Santísimo Sacramento” y se “rinden” y “humillan” ante él, explica a la Voz de América Efrén Iriarte, de 31 años, presidente de la cofradía de Naiguatá.
Al sonido del tambor los promeseros van de rodilla hasta el templo, que ha cerrado sus puertas. Son unos 30 metros, pero el asfalto caliente complica la llegada a la iglesia para rendirse ante el cuerpo de Cristo.
Una mujer sostiene a un hombre que ya no puede más y que es la primera vez que acude al ritual. Mientras, otros danzan en las calles del pueblo, con un sol ardiente propio de la costa.
Hace 30 años, Henry González, de 57, tuvo un accidente en moto y recuerda que “una amiga me vio en cama y dijo: ‘Santísimo si tú lo salvas él te va a pagar promesa toda su vida”, recuerda. “Y aquí estoy, pues”, sigue con una sonrisa.
Hoy González lleva el título de “Diablo mayor”, que se otorga a la persona viva que lleva más tiempo en la tradición.
“Nosotros simbolizamos al diablo por fuera, pero por dentro somos devotos al Santísimo Sacramento”Efrén Iriarte, presidente de la cofradía de Naiguatá.
No solo hay mujeres y hombres, también los niños participan.
No todos visten de diablos. Algunos foráneos toman prestada la máscara para pagar peticiones. La festividad se extiende todo el día.
“El promesero, el promesero”
“El promesero, el promesero”, repite un hombre que organiza el ritual, “señores el día es corto”, sigue.
Cada tanto un nuevo grupo parte desde una plaza en rodillas… Al llegar a la iglesia algunos leen una oración o plegaria.
“Lo mágico (es) nuestro baile, nuestra danza”, dice Kelvis Romero que tiene 56 años y que comenzó a danzar desde los seis.
“Somos los únicos que pintamos nuestra ropa, tenemos una danza diferente a muchas, somos la única (cofradía) que no entramos a la iglesia, bailamos con la puerta cerrada. Fuimos, la primera que usamos el campanario” -un cinturón lleno de campanas que suena al bailar-, dijo este hombre desde la casa de un vecino donde se alistaba.
La festividad de los Diablos Danzantes de Venezuela se celebra también en poblaciones de los estados de Miranda, Aragua, Carabobo y Guárico, y proviene de una mezcla de culturas indígenas, negra y española, que data de la época de la colonia.
“Tenemos más de trescientos años con esta cultura y seguiremos”, remata Romero, que estuvo en París, en 2012, cuando los Diablos Danzantes ingresaron a la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
“En lo que dijeron ‘patrimonio…’ yo dije: ‘vivaaa… y saqué la bandera de Venezuela”.
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