Todos los días, los empleados de supermercados vuelven a colocar papel de baño, huevos, productos enlatados y fabricados tan rápido como los artículos dejan los estantes.
Desinfectan teclados, manijas de los congeladores y cajas registradoras mientras cientos de personas pasan a su lado, en ocasiones demasiado cerca de ellos en medio de la pandemia de coronavirus. Algunos trabajan durante horas detrás de barreras de plástico instaladas en las cajas, para protegerlos contra estornudos repentinos o tos que podrían propagar gérmenes.
No son médicos o enfermeros, sin embargo, han sido elogiados por su dedicación por el papa Francisco, el expresidente Barack Obama y un sinnúmero de personas en las redes sociales, en momentos en los que aumenta el número de casos confirmados y muertes por COVID-19.
Desde Sudáfrica hasta Italia y Estados Unidos, los empleados de supermercados, muchos de ellos con baja remuneración, están en las líneas de combate en medio de cierres a nivel mundial, con su trabajo considerado como esencial para mantener el flujo de alimentos y productos de primera necesidad. Algunos temen infectarse o llevar el virus a casa, a sus seres queridos. Algunos exigen mejores protecciones laborales, incluidos turnos más cortos que les permitan descansar, y un pago extra por trabajar de cerca con el público.
En Estados Unidos, varios estados han dado a los trabajadores de supermercado una clasificación especial que les permite poner a sus hijos bajo cuidado pagado por el estado mientras trabajan. Los sindicatos de Colorado, Alaska, Texas y muchos otros estados presionan a los gobernadores para que eleven a socorristas el estatus de sus trabajadores.
Los trabajadores de supermercados y entrega de alimentos insisten en que sus empleadores les paguen más y les proporcionen mascarillas, trajes y acceso a pruebas.
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