“Se requieren mujeres en el debate público”: economista colombiana

María del Pilar López Uribe, investigadora de la Universidad de los Andes, en Bogotá, y de London School of Economics. [Cortesía]

La Asociación Internacional de Economía distinguió a María del Pilar López Uribe como la investigadora destacada del mes de octubre. Además de reconocer su trabajo en temas de género o de tierras, la mención visibiliza a las académicas del sector en países en desarrollo.

Siempre desde su experiencia, María del Pilar López Uribe ha inspirado a colegas y estudiantes en Colombia, el Reino Unido o Sierra Leona. Nacida hace 38 años en la ciudad fronteriza de Cúcuta, es economista e historiadora de la Universidad de los Andes, en Bogotá, donde trabaja como investigadora y profesora desde 2018.

Doctora en Desarrollo Económico, sabe del privilegio —y esfuerzo—de haber hecho la tesis en London School of Economics (LSE) y el de haber podido viajar a decenas de países. Ambos, no obstante, también le mostraron que las brechas de género y la desigualdad internacional condicionan incluso a la academia. Por eso desde su regreso a Bogotá no solo se ha dedicado a un tema tan latinoamericano como el impacto de las políticas públicas en las mujeres, o a otro tan colombiano como la concentración de la tierra. López Uribe, que no habla sin evidencias, también se dedica a visibilizar a las futuras economistas del país en las facultades y a las expertas en tiempos de webinars, mientras investiga con diálogos Sur-Sur.

La Asociación Internacional de Economía, que reúne a las organizaciones nacionales de economistas, seguía su trabajo y la reconoció como la investigadora destacada del mes de octubre. Con el entusiasmo que eso le significa, y que la caracteriza, atiende por teléfono a la Voz de América.

VOA: ¿Cómo interpreta esa mención?

La mención es relevante porque combina dos cosas: de dónde soy y dónde trabajo, y que soy mujer. La academia es un mundo muy masculinizado donde las mujeres tenemos unas barreras muy fuertes desde que empezamos la carrera en Economía, y eso se refleja en que cerca del 15% de los profesores en los departamentos son mujeres.

Por otro lado, la academia también está basada en redes, y eso es mucho más sólido en países desarrollados. Esto implica que los editores de las revistas más importantes están ahí, que los seminarios y conferencias [más importantes] se dan ahí y que hay más recursos para investigar. En un país como Colombia, donde la inversión en ciencia e investigación es tan baja, conseguir recursos y sacar proyectos adelante es muy difícil. Ahora, lo otro es que resalta el papel de la universidad donde trabajo y visibiliza muchas preguntas muy interesantes que nos hacemos investigadores en el contexto colombiano.

VOA: ¿Qué ha sido entonces surgir y destacar en su profesión siendo mujer de un país en desarrollo? ¿Qué patrones ha podido ver?

Un patrón inicial es el de las estudiantes: en Colombia, ellas son más o menos un 30-35% en Economía. Luego está el de profesores. Yo tuve dos o tres clases de todo mi pregrado y maestría con mujeres; las demás fueron con hombres. En el doctorado entramos quince personas: de esas quince, dos éramos mujeres, y ahí tuve una o dos profesoras. Es más difícil que nos contraten, que nos asciendan o que publiquemos.

Son sesgos que arrancan desde el colegio, con estereotipos como el de que no somos buenas para matemáticas, que hacen que menos mujeres escojan una carrera como Economía, y luego eso se traduce en barreras a lo largo de la carrera académica. Es más difícil que nos contraten, que nos asciendan o que publiquemos. Cuando hacemos seminarios para conseguir trabajo nos hacen preguntas más hostiles, más agresivas o más condescendientes. Lo mismo con los adjetivos que usan en cartas de recomendación. Son barreras invisibles.

Pero para el doctorado tuve la oportunidad de ir a una universidad donde hay un centro de estudios de género y en la que el tema empezaba a tocar la economía del desarrollo. Varios de mis profesores, hombres o mujeres, empezaron a desarrollar trabajos donde diferenciaban los efectos de políticas púbicas cuando el beneficiario era hombre o mujer. Todo esto empezó a generarme una conciencia sobre estas barreras y sobre la importancia de incluirlas en mi agenda de investigación. Y de ahí en adelante empecé a empujarla.

VOA: ¿Cómo fue pasar de encararlo como estudiante a hacerlo como profesora?

Cuando volví, me di cuenta de que éramos cinco o seis profesoras en la facultad y que el tema no se trabajaba, y cuando hablé con mis estudiantes percibí que ellas también sentían esos micromachismos por parte de sus compañeros y profesores. Eso me empujó a seguir. Después de uno o dos semestres incluí un tema completo de género en mi curso [de Historia Económica de Colombia], que tengo la ventaja de que es obligatorio.

El gran paso fueron los correos de estudiantes mujeres que me agradecían haber abierto ese espacio porque sentían que no lo tenían. Al ver su reacción, el siguiente paso fue invitarlas a un café y ahí empezamos a compartir experiencias, a organizarnos. Yo veo a mis estudiantes de 2019 que ya se graduaron y las veo mucho más empoderadas, y ellas reconocen que también fue por la ayuda de sus compañeras para romper miedos e inseguridades. Eso es parte de lo que estamos haciendo con [la organización estudiantil] MÍA. Y al visibilizar se hace el trabajo implícito con los hombres de generar esta conciencia. Muchas veces ellos no se dan cuenta, porque muchos de estos sesgos, comentarios y micromachismos son invisibles.

VOA: ¿Qué tal ha sido la situación en pandemia?

Aprovechamos para visibilizar a través de redes, y cuando vimos que en todos estos webinars estaban puros hombres, empezamos la campaña #AbajoLosManeles. El objetivo del grupo fue visibilizar que esto no estaba bien, que se requieren mujeres en el debate público. La campaña tuvo una muy buena acogida, salimos en medios y otras universidades empezaron a organizarse, como la del Rosario, la Javeriana o la Nacional.

Pero nos respondían: “Es que no hay suficientes mujeres”. Entonces elaboramos la base de datos Econexpertas para poner a todas las economistas o a las mujeres que trabajan en áreas afines en el sector público, privado o en la academia que podían participar en conferencias, seminarios o conversatorios. Eso nos dio mucha visibilidad y el grupo se ha consolidado.

VOA: Hizo el doctorado en LSE y se ha especializado en economía del desarrollo siendo de un país en desarrollo. ¿Cómo es el diálogo Norte-Sur en estos temas de investigación?

La investigación en el Reino Unido está focalizada hacia las excolonias. Los recursos, lo mismo. Entonces América Latina estaba en un segundo plano. Creo que en Estados Unidos es distinto y asumo que en España también. Pero luego está esa visión con la que me topo todo el tiempo: esa visión paternalista de cómo se hace investigación con el Sur global.

VOA: Por ejemplo...

No se permite un diálogo Sur-Sur: todo tiene que pasar por el Norte. Siempre se asume que la calidad de la investigación es menor; por eso es más como una mentoría en la que los investigadores del Sur global son secundarios y los principales son los del Reino Unido. Eso hace que el diálogo Sur-Sur, con lo que también he venido trabajando, sea muy flojo.

El diálogo entre África y América Latina es prácticamente inexistente

Yo me topé con un completo desconocimiento en Sierra Leona, Mozambique o Sudáfrica sobre América Latina, y lo mismo acá en Colombia sobre África. Ese diálogo es prácticamente inexistente, porque además cuando tenemos que pasar por el Norte muchas veces se quiebra. Tenemos mucho por aprender de la otra región, porque en muchos sentidos somos muy parecidos y en muchos sentidos hemos tenido patrones distintos.

Mi aprendizaje fue inmenso en Sierra Leona, un país que vivió una guerra civil muy cruda. Eran unas dinámicas muy distintas, pero nosotros [en Colombia] acabábamos de salir del plebiscito. Volví allá y les conté sobre la experiencia de nuestra guerra, del posconflicto, y empecé a oírlos sobre cómo pudieron perdonar a todos esos rebeldes que luego lograron tener participación política.

VOA: También ha viajado por medio mundo. ¿Qué impacto profesional le ha dejado?

Mucho. Esos contrastes son como un despertar y un abrir de ojos impresionante. Si uno sale y conoce otras realidades, otros contextos y otros mundos, pone todo en perspectiva, para bien o para mal. Todo esto genera una curiosidad, un interés adicional. Por ejemplo, cuando hago mi trabajo en África yo siempre me pregunto cómo respondería en un contexto como el colombiano o qué puedo tomar de él para replicar.

Yo creo que estos viajes, tanto por trabajo como por ocio, también me han puesto el mundo en una perspectiva impresionante sobre el contexto en el que crecí, mi burbuja, también mi privilegio. Valoro mucho más las oportunidades a las que he tenido acceso y el contexto en el que crecí y me formé. Sin eso no sé si me habría dedicado a la economía para el desarrollo, pero creo que sí me permite, al entender otras realidades, hacerme unas preguntas mucho más amplias y tomar esas herramientas y elementos para entender mucho mejor mi entorno.

VOA: Además de economía del desarrollo, investiga sobre economía política e historia económica, pero su trabajo en Colombia se ha centrado en las brechas de género y en la propiedad de la tierra. ¿Qué hallazgos destaca y qué interrogantes mantiene?

Sobre el tema de la tierra, la pregunta siempre pasa por poner la historia en el centro de todo y es intentar entender por qué la desigualdad de la tierra en Colombia. ¿Qué ha pasado?, ¿qué fue?, ¿qué explica esa extrema concentración? Y a partir de ahí tengo diferentes trabajos donde intento estudiar episodios o políticas particulares que han intentado cambiar esa concentración, pero que han sido completamente inefectivas.

“La debilidad institucional en Colombia no ha hecho cumplir los derechos de propiedad sobre la tierra”

Básicamente, los principales hallazgos son una clara debilidad institucional que no ha hecho cumplir, por ejemplo, los derechos de propiedad sobre la tierra, y esto ha facilitado que aquellas élites locales y regionales rurales se aprovechen de estas políticas mucho más que un campesino sin su poder político o económico. Estas reformas y políticas agrarias de los siglos XIX y XX no solo no cumplieron con desconcentrar la tierra o cambiar la estructura de tenencia, sino que facilitaban que los que ya tenían tierra la siguieran acumulando.

Ya uno sabiendo eso, las siguientes preguntas son cómo rompemos con estas barreras para unas reformas que son hermosas en el papel, pero que en la práctica son imposibles de implementar porque en lo local son capturadas por esas élites.

VOA: ¿Y en materia de género?

Estoy en varios proyectos. En brechas educativas mejoramos, pero todavía hay mucho por hacer en temas de participación laboral y sobre todo en temas de mujeres rurales y participación política. Eso se explica en parte por el atraso y rezago en la llegada de las mujeres a la sociedad, a ser ciudadanas. Pudimos acceder al voto, a la educación terciaria y al mismo pénsum de educación secundaria de los hombres muy tarde. Y en eso estoy trabajando: en herramientas y políticas que aumenten la participación y la representación política de las mujeres, que ayuden a empoderar a la mujer rural en temas de formalización, de acceso a crédito o desarrollo productivo, y en temas de economía del cuidado.

VOA: Hay otros diálogos que involucran su carrera, como el de la historia y la economía. ¿Cómo ha compaginado ambas disciplinas en temas de desarrollo?

Ha sido absolutamente maravilloso. Cuando estamos en un mundo donde hay tantos iguales a uno, es buscar la manera de diferenciarse, y en mi caso ha sido transformando todas esas minas de oro de los archivos, que están en letras, en variables que yo puedo utilizar para aplicarles métodos cuantitativos. Por otro lado, hago mucho énfasis en la mezcla de esos métodos con evidencia cualitativa. Yo trabajo en una facultad y publico en revistas de economía, pero lo primero es tener una historia bien contada detrás y, segundo, apoyarla en evidencia cualitativa, en entrevistas o en documentos que sustenten lo que dicen los datos.

VOA: También están las conversaciones entre academia y políticas públicas, y entre academia y sociedad. ¿Cómo cerrar las brechas con ambas?

Parte de todo está en poder aterrizar esto a unos términos que todo el mundo pueda entender. Cada paper que yo presenté [en una conferencia reciente del Banco de la República] tiene detrás una regresión y bases de datos, pero yo no presenté nada de eso porque era para una audiencia muy general. Y parte de la labor que tenemos como académicos es mantener lo que se pueda de la rigurosidad para responder preguntas interesantes, pero al mismo tiempo poder aterrizarla a un lenguaje que le llegue a una audiencia mayor. Eso en parte le falta a la academia: yo lo veo en mi comunidad y en mi mundo, donde el tecnicismo impide el diálogo con otras ciencias sociales, con el sector público y con una audiencia general.

Y respecto al sector público, lo mismo. Yo he estado trabajando en varias evaluaciones de impacto de programas y creo que el diálogo entre academia y sector público es clave, pero con una buena información y unos buenos datos, y fácil acceso a esos datos. Es importantísimo que las decisiones de política se tomen bien informadas y con evidencia, y esto viene del diálogo con la academia, que es la que puede presentar con una alta rigurosidad la evidencia y el contraste de qué políticas sirven y cuáles no, y a quiénes afectan más.

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