Comprar una mina terrestre cuesta $4 dólares. Localizarla, desactivarla y destruirla, más de mil. Destruir los 167 millones de minas que hay repartidas por 78 países del mundo costaría más de $40.000 millones de dólares y al menos 1.100 años.
Son algunos de los datos que acompañan las fotografías de 'Vidas minadas', la exposición que el fotoperiodista español Gervasio Sánchez presentó en la Organización de los Estados Americanos (OEA).
El uso y producción de minas terrestres continúa disminuyendo a nivel mundial, al igual que el número de muertos producidos por esos artefactos explosivos, según indica el nuevo informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El Monitor de Minas Terrestres 2010, señala que en 2009 hubo unas 4.000 víctimas, el menor número contabilizado desde que comenzaron a llevarse las estadísticas sobre el tema diez años atrás.
Marcos Hiznay, editor del informe, subrayó que 156 Estados –más del 80% de los países de mundo– han ratificado el Tratado de Prohibición de Minas.
“Sin embargo, nos preocupa la disminución del ritmo, su ritmo de universalización. Palau fue la última nación en adherirse al Tratado en 2007”, dijo Hiznay.
El informe afirma que una docena de países puede estar fabricando minas, aunque se cree que sólo lo hacen activamente India, Myanmar y Pakistán.
Exposición 'Vidas minadas'
“Esto no es arte, yo no soy un artista, soy un fotógrafo que quiere usar el arma del periodismo para documentar lo que ocurre, y de alguna manera para denunciar la existencia de estos problemas tan graves que afectan a tantos seres humanos”, explica Sánchez a voanoticias.com.
Desde que se firmara el Tratado de Ottawa en 1995 para frenar la proliferación de minas antipersona, la OEA ha eliminado 200.000 minas en el terreno, un millón de ellas en almacenes, 18.000 armas y cuatro millones de municiones en desuso. Sin embargo, China, Rusia y Estados Unidos siguen siendo los principales productores de esta mortífera arma que deja cerca de 15.000 víctimas al año.
“Lo primero que pensé es que no podría volver a jugar al fútbol”, recuerda Manuel Orellana, de Apopa, una ciudad a las afueras de San Salvador, la capital de El Salvador. Tenía veinte años el último día que iba a trabajar en el cafetal, a sólo un mes y dieciocho días de que finalizara la guerra. “No sé si es una guerra justa o injusta, pero es una guerra que tuve que vivir”, señaló. Manuel perdió las dos piernas al pisar una bomba cuando salía de trabajar.
“La mina es arbitraria por naturaleza. No distingue si el que la pisa es un combatiente o un niño jugando, y el resultado es devastador”, reconoció José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, quien añadió que la mayoría de las víctimas son civiles, “no pertenecen a ningún combate”.
Víctimas de por vida
“Cuando comencé el reportaje llevaba diez años trabajando en conflictos en Chile, Perú, Colombia... Y sabía lo que eran las minas. Siempre las minas eran lo más preocupante, porque son invisibles”, examinó Sánchez.
El periodista cree que hay una diferencia importante entre un minado y un herido. El herido, no muere, se recupera. Un minado es un mutilado para siempre, explica.
“Pero luego la vida sigue. Y es echarle ganas”, concluye Manuel.
Escuche la entrevista con Manuel Orellana:
La exposición se puede visitar hasta el 2 de enero de martes a domingo de 10 am a 5 pm en el Museo de Arte de las Américas (18th street y Constitution Ave., NW Washington DC).