Recién instalados en sus nuevas casas en tierra firme tras dejar una pequeña isla en el Caribe panameño azotada por el aumento del nivel del mar, algunos desplazados indígenas colocaron de inmediato sus tradicionales hamacas en el portal para aprovechar una ligera brisa que venía de las montañas en una tarde calurosa.
“Ahora está más fresco, allá (en la isla) a esta hora eso es un horno”, señaló Augusto Walter, de 73 años, quien se mudó el miércoles por la mañana y esperaba a su esposa, que se había quedado un poco más en la isla preparando comida. Otros tres familiares vivirán en la casa. Él trajo su hamaca, que es lo que se usa mayormente para dormir y descansar en la isla.
Los habitantes Guna que han dejado esta semana sus apiñadas viviendas en la isla Gardi Sugdub, están ocupando sus nuevos hogares aunque enfrentan un contratiempo: falta que les instalen la electricidad y les llegue el agua potable.
La mayoría de las 300 familias de la isla habían trasladado sus pertenencias en lanchas y vehículos hasta el miércoles por la tarde a las nuevas casas de la comunidad bautizada como Isberyala, establecida en lo que fue antes un terreno de cultivo de yuca en la comarca Guna Yala, rodeada de montañas.
Funcionarios de los servicios de protección civil dijeron que esperan terminar con esa operación el jueves. Alrededor de siete u ocho familias, con unos 200 miembros, permanecerán en Gardi Sugdub, según sus autoridades.
Es el primero de más de 60 poblados de las costas del Caribe y Pacífico de Panamá que se tendrán que desplazar a zonas más seguras en las próximas décadas debido al incremento del nivel del mar asociado al calentamiento global.
Ernesto López, de 69 años, se mudó el martes junto a su esposa Digna. Otros dos familiares se sumarán después al nuevo hogar en Isberyala, que está a algo más de media hora caminando del puerto de Cartí, que comunica a Gardi Sugdub y otras islas que atraen al turismo.
“Sentimos que acá estamos más cómodos, con más espacio”, aseguró a The Associated Press López sentado en una hamaca que también colocó en el portal de su nueva casa en la barriada con calles pavimentadas y nombres de legendarios sailas, las máximas autoridades en la etnia Guna. “En Gardi Sugdub estábamos muy apretados en viviendas para mucha gente, ya no se cabía y el mar se nos metía cada año”.
Al igual que la mayoría de las familias que se han mudado, López y su esposa no tenían aún electricidad y tampoco agua potable, según constató AP durante una visita al lugar. Ellos se ayudaron en su primera noche en tierra firme con una lámpara de batería que trajeron de la isla y dos estufas de gas para cocinar sus alimentos.
Temprano el miércoles López cogió su machete y se fue a un campo de cultivo que tiene a un par de horas de la nueva casa y que lo cruza un río. Se encontró con una gran serpiente pero logró traer guineos, mangos y cañas de azúcar que colocó en el piso de cemento de la casa.
“De vez en cuando vamos a cruzar también a la isla”, se consoló López, quien es uno de los sailas en Gardi Sugdub.
Muchas familias recién mudadas han optado por regresar a la isla por la tarde debido a la falta de luz en sus casas. Funcionarios del Ministerio de Vivienda dijeron que la nueva barriada tiene electricidad y alumbrado nocturno en las calles, pero que cada casa tiene que hacer un contrato con la compañía eléctrica para recibir un servicio prepago, algo que no se sabe cuándo lograrían formalizar. En cuanto al agua, señalaron que se licitaron cuatro pozos para proveer el líquido vital a la comunidad, pero que si se daba algún problema con la electricidad dejaría de operar la planta que envía el agua a las casas. Aseguraron que no tenían reportes de daños por parte del contratista, pero que iban a investigar.
Betsaira Brenes, de 19 años, se mudó el miércoles con su mamá, su abuela y una tía en un día de fuerte sol y de bastante actividad en la isla y el puerto por la mudanza. El puerto y Gardi Sugdup están separados sólo por algunos minutos en lancha.
“No es que la casa sea grande, pero el espacio es suficiente para nosotras, vivíamos en una isla sofocante y hacinada desde hace bastante tiempo”, afirmó mientras llevaba dos galones de agua a la nueva vivienda que trajo de Gardi Sugdub. “Claro está que vamos a extrañar todo allá y yo especialmente las tardes de danzas”. En la isla hay una casa donde se practica el baile tradicional guna.
También lea Guterres advierte que la meta de limitar el calentamiento global se alejaLa nueva urbanización en medio del bosque húmedo cuenta de momento con unas canchas para jugar baloncesto y vóleibol, una casa grande con techo de paja y paredes de adobe para las reuniones de las altas autoridades que se inauguró en abril y otra para celebrar una ceremonia tradicional de los gunas, quienes pueblan casi 50 de las 365 pequeñas islas del archipiélago caribeño de Guna Yala.
“Lo bueno de todo esto es que ahora tenemos una casa nueva y otra donde se quedaron otras tías” en Gardi Sugdub, dijo Brenes.
Las casas en Isberyala —que en lengua guna hace referencia al árbol de níspero— son de 40,96 metros cuadrados, con dos recámaras, una sala-comedor, un baño y una pequeña tina atrás para lavar la ropa. Las 300 casas —destinadas para igual número de familias— llaman la atención por su techo color ladrillo y paredes pintadas de crema y mostaza, con calles pavimentadas y un parquecito con asientos de cemento.
Construidas a un costo de más de 12 millones de dólares por el gobierno, las viviendas tienen en la parte trasera un terreno de 300 metros que sus dueños podrán utilizar para ampliarlas o sembrar allí hortalizas u otros cultivos, que será parte del nuevo cambio que tendrán que hacer en tierra firme.
También lea Calor, huracanes y apagones: cubanos se preparan para un largo verano tras un mayo abrasadorEl miércoles, mientras se seguían transportando desde la isla al puerto pertenencias de las últimas familias que se mudaban —como colchones, cilindros de gas, muebles, peluches de los niños, paneles solares, camas y estufas— muchos habitantes también se mantenían indiferentes al traslado y decididos a permanecer en la isla pese a las subidas del mar. Las mascotas —perros y gatos que abundan en la isla— no estaban siendo trasladadas de momento a las nuevas casas en tierra firme.
“A mí no me interesa mucho el traslado porque yo no voy a convivir con ellos, prefiero estar acá, es más relajante”, dijo sentado en un muelle desde donde se ven otras islas turísticas cercanas Augencio Arango, de 49 años.
Él no creía que el cambio climático fuera el responsable de la mudanza, sino decisiones tomadas por las personas. “El hombre es el que daña la naturaleza. Ahora quieren cortar todos los árboles para hacer las casas en tierra firme".
“Los animalitos se quedan acá porque los jefes (las autoridades indígenas de la isla) no quieren que sean trasladados por motivo que hay serpientes y los tigres pueden atacarlos y crear accidentes a las familias”, agregó Arango, quien es ayudante de mecánico en un taller de motores de lancha, pescador y también gana dinero en actividades relacionadas con el turismo.
Dijo que su mamá, abuela y hermano se trasladarán a Isberyala y que él se quedará en Gardi Sugdub con sus tías.
“La verdad no sé por qué la gente quiere vivir allá. Es como vivir en la ciudad, encerrados y ya uno no puede salir, y las casas son chiquitas”, se lamentó.
Simultáneamente a las labores de mudanza, en Gardi Sugdub —donde se ven retratos de sailas venerados pintados en la viejas paredes en las estrechas calles, la bandera roja, amarilla y verde del grupo indígena y frases alusivas de su revolución por sus tierras y auto determinación de hace un siglo— se desarrollaba otras actividades el miércoles. En su escuela alumnos y maestros, en estos días de vacaciones, pesaban decenas de sacos llenos de latas de aluminio recogidas en la isla, como parte de una operación de reciclaje para obtener fondos.
Unos trabajadores avanzaban a unas cuadras en la construcción de una casa de madera de dos plantas, que según estiman podría tener un costo de 15.000 dólares, algo sorprendente en medio de un desplazamiento histórico en la isla.
“No nos vamos a ir”, dijo uno de los indígenas constructores, Robertino Martínez, de 53 años. “Eso será hasta que llegue la muerte”. El cementerio de la isla está ubicado en tierra firme.
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