Más de dos millones de voluntarios japoneses se han sumado a los esfuerzos de la Cruz Roja en ese país para prestar ayuda a los damnificados por el terremoto y el tsunami de la semana pasada.
La tarea es considerada un gesto titánico ante el mayor desastre sufrido por Japón desde la II Guerra Mundial y causante hasta ahora de al menos 2.700 muertos y 3.700 desaparecidos, según cifras oficiales, aunque la cantidad real de fallecidos podría ser mayor de 10.000.
Los voluntarios colaboran en labores múltiples, desde la preparación de alimentos y la prestación de ayuda de emergencia hasta la limpieza de escombros.
Según la Federación Internacional de la Cruz Roja se ha movilizado a casi mil médicos y han sido instaladas clínicas móviles en varios poblados para prestar asistencia a los sobrevivientes de la tragedia, cerca de medio millón de personas que han quedado desamparadas.
Paul Conneally, vocero de la Cruz Roja, dijo que más de 2.600 paramédicos entrenados para brindar terapia psicológica y social se hallan sobre el terreno en las áreas devastadas, sin contar infinidad de pilotos de helicópteros y expertos en primeros auxilios que también prestan ayuda.
La Cruz Roja Japonesa (CRJ) ha dicho que es capaz de hacer frente a la enorme operación de auxilio a las víctimas y no ha pedido ayuda internacional, aunque está abierta a donaciones de quienes quieran hacerlas.
Además de los trágicos efectos del sismo y el maremoto, el país encara las potenciales consecuencias de fugas radiactivas de sus centrales nucleares dañadas por la catástrofe, y equipos de descontaminación de la CRJ colaboran estrechamente con las autoridades en previsión de que sea necesaria su asistencia.
Por el momento “no estamos respondiendo al desastre nuclear porque no son claras aún las necesidades humanitarias, y sí lo son ahora las de los supervivientes del tsunami. Esa es la prioridad, “ dijo el secretario general adjunto de la Cruz Roja, Matthias Schmale.
Un factor adicional que complica la situación es la avanzada edad de una importante parte de la población japonesa, con un 30 por ciento de personas mayores de 60 años, que son más vulnerables.
De acuerdo con Schemale, “fuera de la zona de exclusión (30 kilómetros alrededor de la central nuclear de Fukushima) los niveles de radiactividad son manejables y no hay un riesgo global".