Faltan minutos para que sean las 12 del mediodía. Aunque hace frío, centenares de personas se reúnen en la plaza del Ayuntamiento de Badalona, una localidad cercana a Barcelona, en España.
Familiares y grupos de amigos de todas las edades esperan con emoción disfrutar de la exhibición de “castells”, nombre con el que se conoce a las torres humanas. En catalán “castell” significa “castillo”.
A medida que las agujas del reloj avanzan, más personas se acercan al lugar. Las grallas y los timbales emiten las primeras notas musicales y los “castellers”, los integrantes de la torre, se van agrupando.
Decenas de personas empiezan a formar una especie de círculo que constituye la base del castillo o “piña”, encargada de soportar toda la estructura de la construcción y amortiguar las posibles caídas. En cada encuentro de “castellers” hay grupos de varias ciudades, llamados “colles”, quienes se ayudan entre sí para que la "piña" del castillo sea lo más sólida posible.
Cuando la piña está constituida, los “castellers” empiezan la construcción del castillo, conocida como “tronco”.
“¡Vamos!” grita uno de los espectadores mientras, poco a poco, los “castellers” van subiendo con gran habilidad. El primer y el segundo piso se forman sin ningún inconveniente.
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En el tercer nivel, algunos de los integrantes de la torre comienzan a temblar a causa de tener que aguantar peso y mantener el equilibrio. Sin embargo, logran mantener la torre hasta que llega el momento más emocionante del encuentro: cuando la “enxaneta”, nombre con el que se conoce al niño o niña que ocupa el último piso del castillo, empieza a trepar por las espaldas de sus compañeros.
Una de las “enxanetas” del evento es Noah, de 5 años, de origen hondureño. Ataviada con el uniforme de su grupo de “castellers”, que consta de pantalones blancos, faja negra y camisa y casco granates, cada vez se acerca más hacia la parte más alta de la torre. “¡Vamos, Noah!” grita desde abajo el “cap de colla”, el encargado de dar órdenes para que el castillo se forme de manera correcta.
Finalmente, la pequeña logra escalar unos seis metros y llega hasta arriba de la torre. Con la mirada en el horizonte y sin perder la concentración, lleva a cabo “la aleta”, un gesto que consiste en levantar el brazo y que en la jerga de los"castellers" significa que el castillo se ha "cargado" o completado.
El público comienza a aplaudir y el castillo se va desmontando. Sin perder el equilibrio, los integrantes de los pisos superiores van descendiendo poco a poco. Noah es una de las últimas en llegar al suelo. Afortunadamente, esta vez no ha habido “leña”, es decir, ningún “casteller” ha caído.
Una vez en tierra firme, Noah se acerca feliz hacia su madre, Estefani Valeriano, quien observa fascinada el espectáculo.
“Tengo un poco de nervios, la verdad. Pero ella lo disfruta y se lo pasa bien” dice la mujer.
Valeriano comenta que Noah se unió al grupo de “castellers” de Montcada i Reixach, una población situada en la provincia de Barcelona, el pasado mayo. Aunque no hay espectáculos de castillos todos los meses, la niña se reúne dos veces a la semana con sus compañeros para practicar.
“Entrena mucho para poder subir allí” añade la madre.
Por su parte, Noah explica que le gusta mucho subir hasta arriba de los castillos y que es “divertido”.
A unos metros de distancia, Gabriel García, originario de Uruguay e integrante de la “colla” de “castellers” de El Prat del Llobregat, otra ciudad situada a las afueras de Barcelona, se prepara para formar un castillo.
Seis meses atrás, después de una presentación del grupo en el colegio de su hija, ambos decidieron unirse a la "colla". Igual que Noah, su hija es “anxeneta”, y él forma parte de la “piña”.
“Lo que nos demuestra es que hay que aprender a hacer un trabajo en equipo. Si uno falla, fallamos todos, y eso es lo bonito de la piña, de la colla de "castellers", comenta a la Voz de América.
Para García, formar parte de esta tradición es un ejercicio de “integración social” en la cultura de su país de acogida.
“Ellos nos abren las puertas y nosotros tenemos que ser buenos con ellos también y adaptarnos”, concluye.
Una tradición centenaria
La tradición de los “castells” nació entre el siglo XVIII y el XIX en Valls, Tarragona. A través del tiempo se fue extendiendo por todo el territorio catalán y en partes de la Comunidad Valenciana, al sur de Cataluña.
Los grupos o “colles” de “castellers” pueden integrar hasta 500 personas de diferentes edades y géneros.
El gobierno destaca que en los últimos años “se están incorporando a las colles "personas provenientes de la inmigración” y califica a estos grupos como “un buen reflejo de la sociedad que las acoge y una escuela de valores como la diversidad, el trabajo en equipo y la búsqueda del bien común”.
Respecto a su configuración, en algunos casos, los castillos pueden ser de hasta siete pisos de altura. Debido a una cuestión de estructura, los más pesados se colocan en la parte baja del castillo, y los más ligeros en los pisos superiores.
“Para hacer un castillo muy pequeñito, con 20 o 25 personas, puedes hacer un pilar. Cuando tienes que hacer castillos grandes o castillos muy complicados, necesitas a 700 u 800 personas”, explica Chupe Rivas, integrante de la “colla de castellers” de Badalona desde hace 25 años.
Las torres humanas volvieron a las calles el pasado abril tras dos años de pausa a causa de la pandemia y sus restricciones.
“Como es una actividad de contacto total, no pudimos hacer nada. La vuelta ha sido muy complicada en la mayoría de 'colles' y ahora, poquito a poco, estamos volviendo a luchar para recuperar el nivel que teníamos antes”, dijo Rivas.
En 2010 la UNESCO nombró a los “castells” Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
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