La otra cara de Miami

El año pasado, el Aeropuerto Internacional de Miami reportó un número récord de pasajeros.

Roberto Casin nos dice con qué ojos ven la ciudad quiénes la habitan, los que la visitan y cómo la retratan las últimas estadísticas.

Hace unos años escribía que Miami es tal vez la única ciudad de Estados Unidos donde una buena parte de los inmigrantes hispanos recién llegados no dejan de preguntarse por qué algunos americanos (entiéndase estadounidenses) se aferran a seguir hablando el inglés.

Cierto que la ciudad es multiforme y multilingüe, variopinta y plural, donde –decía yo—uno puede toparse lo mismo con un melodioso Yes que con un malhumorado ¡No!, y comerse una croquetas, unas arepas o una clásica hamburguesa con french fries.

A Miami se la han colgado muchos nombres, entre otros el de Capital del Sol, Ciudad de los Cruceros y Puerta de las Américas. Pero todos resultan superfluos porque otra de las peculiaridades de esta ciudad es que cada cual la identifica como mejor le acomoda.

Para los venezolanos se ha convertido en una especie de segunda Caracas, por supuesto salvando las distancias y los malandros. Algo por el estilo pudieran decir los colombianos, argentinos, salvadoreños, dominicanos, nicaragüenses, en fin…qué hispanoparlante no.

Además de ser una especie de Meca del ilusionismo, donde de cada cinco turistas que llegan sólo se marchan cuatro, y de que hasta ahora ha habido lugar para muchos, la revista Forbes le ha conferido una cara fea, como subproducto directo de la crisis económica.

Según Forbes, Miami es la segunda ciudad “más miserable” de EE.UU. sólo superada por Stockton, en California, con una población menor, de casi 300 mil habitantes, pero que por segunda vez en tres años es merecedora de tan excluyente categoría.

¿Qué hizo retroceder a Miami del noveno lugar en descrédito que ocupaba hace dos años, y saltar al segundo? Nada más y nada menos que la vivienda, el desplome del valor de las casas y condominios.

Cierto que la revista consideró una decena de factores en la muestra de 200 ciudades que sometió a escrutinio, incluyendo el clima, la tasa de desempleo, los impuestos, el tiempo consumido en las autopistas para ir y venir del trabajo, el índice delictivo e incluso el desempeño de los equipos deportivos.

Pero a contrapelo del amigable sol y de que los floridanos no pagan un impuesto estatal sobre los ingresos, el precio de la vivienda cayó 50 por ciento en tres años; con un desempleo del 12 por ciento fue la ciudad del país con más embargos hipotecarios en 2010, y la corrupción está fuera de límite “con 404 funcionarios públicos hallados culpables de delitos esta década en el Sur de Florida”, según destaca Forbes.

Sin embargo, a pesar del impecable expediente de deméritos, la ciudad, al menos para los turistas, no ha perdido todavía sus encantos. La tasa de ocupación de los hoteles creció casi ocho por ciento en 2010; los cruceros se abarrotaron como nunca en octubre, noviembre y diciembre, con un millón 140 mil viajeros, y el Aeropuerto Internacional de Miami reportó una cantidad récord de pasajeros en el año, unos 35 millones 700 mil.

La calidad de vida en Miami sin duda se deterioró para los residentes, pero su buena fama como destino turístico, como se ve, no.