Buenas noches. Hace casi 10 años, Estados Unidos fue víctima del peor ataque contra nuestras costas desde Pearl Harbor. Este asesinato en masa lo planearon Osama bin Laden y su red de Al Qaida en Afganistán, y representó una nueva amenaza para nuestra seguridad, donde los objetivos ya no eran soldados en el campo de batalla, sino hombres, mujeres y niños inocentes que realizaban sus actividades cotidianas.
En los días posteriores, nuestra nación se unió en torno a la ofensiva que llevamos a cabo en contra de Al Qaida y a medida que derrotamos al Talibán en Afganistán. Luego cambiamos de objetivo. Se inició una segunda guerra en Irak, y derramamos muchísima sangre y gastamos mucho dinero para respaldar al nuevo gobierno allí. Cuando yo asumí el mando, la guerra en Afganistán se encontraba en su séptimo año. Pero los líderes de Al Qaida habían escapado a Pakistán y planeaban ataques nuevos, y mientras tanto, el Talibán se había reagrupado y tomado la ofensiva. Sin una nueva estrategia ni medidas decisivas, nuestros comandantes militares advirtieron que era posible que enfrentáramos el resurgimiento de Al Qaida y el retorno al poder por el Talibán en Afganistán.
Por este motivo, en una de las decisiones más difíciles que he tomado como Presidente, ordené la movilización de 30,000 soldados estadounidenses adicionales a Afganistán. Cuando anuncié este aumento de tropas en West Point, fijamos objetivos claros: enfocarnos nuevamente en Al Qaida; revertir el ímpetu del Talibán, y capacitar a las fuerzas de seguridad de Afganistán para defender a su propio país. También dejé en claro que nuestro compromiso no era ilimitado y que nuestras tropas comenzarían a regresar a casa en julio de este año.
Esta noche, les puedo decir que hemos cumplido esa promesa. Gracias a nuestros hombres y mujeres de uniforme, nuestro personal civil y los muchos socios de nuestra coalición, hemos cumplido nuestros objetivos. Como resultado, a partir del mes entrante y hasta fines de este año, podremos retirar 10,000 de nuestros soldados de Afganistán, y para el próximo verano, un total de 33,000 soldados podrán haber emprendido el retorno a casa, revirtiendo así del todo el aumento de tropas que anuncié en West Point. Tras esta reducción inicial, nuestros soldados continuarán regresando a casa a paso firme a medida que las fuerzas de seguridad de Afganistán asuman la delantera. Nuestra misión de combate pasará a ser de apoyo. Para el 2014, se concluirá este proceso de transición y el pueblo afgano estará a cargo de su propia seguridad.
Estamos iniciando esta reducción desde una posición de fuerza. Al Qaida está bajo más presión que nunca desde el 11 de septiembre. Junto con los paquistaníes, hemos eliminado a más de la mitad de los líderes de Al Qaida. Y gracias a nuestros profesionales de inteligencia y Fuerzas Especiales, eliminamos a Osama bin Laden, el único líder que Al Qaida conoció jamás. Esta fue una victoria para todos aquellos que han prestado servicios desde el 11 de septiembre. Un soldado lo resumió muy bien. “El mensaje”, dijo, “es que no olvidamos. Haremos que rindan cuentas, sin importar el tiempo que tome”.
La información que recuperamos del complejo de bin Laden indica que Al Qaida enfrenta serias dificultades. Bin Laden expresó inquietud de que Al Qaida no hubiera logrado reemplazar a los terroristas de alta jerarquía que habían sido eliminados y de que Al Qaida hubiera fracasado en su esfuerzo por caracterizar a Estados Unidos como un país en guerra contra el islam, privándola así de respaldo más generalizado. Al Qaida sigue siendo peligroso, y debemos permanecer alerta a ataques. Pero hemos puesto a Al Qaida en el camino a la derrota, y no cejaremos hasta que se concluya la labor.
En Afganistán, hemos causado bajas importantes en el Talibán y hemos tomado varios de sus baluartes. Además de nuestro aumento de tropas, nuestros aliados también han incrementado su compromiso, lo que ha ayudado a darle más estabilidad al país. Las Fuerzas de Seguridad de Afganistán cuentan ahora con más de 100,000 efectivos adicionales, y en algunas provincias y municipalidades, hemos comenzado a entregarle al pueblo afgano la responsabilidad por la seguridad. Ante la violencia e intimidación, los afganos están luchando y muriendo por su país, creando fuerzas policiales locales, abriendo mercados y escuelas, creando oportunidades para las mujeres y niñas, y tratando de pasar la página tras varias décadas de guerra.
Por supuesto que todavía existen enormes desafíos. Esto es solo el inicio –pero no el final– de nuestro esfuerzo por llevar esta guerra a su fin. Debemos realizar la difícil labor de retener los logros que hemos alcanzado a la vez que reducimos nuestras fuerzas y le entregamos al pueblo afgano la responsabilidad por la seguridad. Y en mayo, en Chicago, realizaremos una cumbre con nuestros aliados y socios de la OTAN para definir la próxima fase de esta transición.
Lo que sí sabemos es que sin un acuerdo político no puede haber paz en un territorio que ha visto tantas guerras. Por lo tanto, a la vez que reforzamos las Fuerzas de Seguridad del gobierno afgano, Estados Unidos se sumará a campañas por la reconciliación del pueblo afgano, en las que se incluirá al Talibán. Nuestra posición sobre estas conversaciones es clara: las debe dirigir el gobierno afgano, y quienes quieren ser parte de un Afganistán pacífico deben romper con Al Qaida, abandonar la violencia y respetar la constitución de Afganistán. Pero debido en parte a nuestro esfuerzo militar, tenemos motivo para creer que se pueden alcanzar logros.
El objetivo que tenemos se puede alcanzar y se puede expresar de manera simple: no habrá refugio desde el cual Al Qaida o sus afiliados puedan lanzar ataques contra nuestro territorio o nuestros aliados. No trataremos de hacer que Afganistán sea un lugar perfecto. No patrullaremos sus calles ni montañas indefinidamente. Esa es la responsabilidad del gobierno afgano, que debe aumentar su capacidad de proteger a su gente y pasar de una economía moldeada por la guerra a una que pueda sustentar una paz perdurable. Lo que podemos hacer y haremos será forjar una sólida alianza con el pueblo afgano que asegure que podamos seguir yendo en pos de los terroristas y apoyando al gobierno soberano de Afganistán.
Por supuesto que nuestros esfuerzos también deben lidiar con los refugios terroristas en Pakistán. No hay país más afectado por la presencia de extremistas violentos, motivo por el cual continuaremos presionando a Pakistán para que aumente su participación en afianzar un futuro más pacífico para esta región desgarrada por la guerra. Colaboraremos con el gobierno de Pakistán para arrancar de raíz el cáncer del extremismo violento e insistiremos en que cumpla sus promesas. Que no quepa la menor duda de que mientras sea Presidente, Estados Unidos nunca tolerará un refugio para quienes se proponen matarnos: no podrán eludirnos ni evitar ser llevados ante la justicia como lo merecen.
Conciudadanos: esta ha sido una década difícil para nuestro país. Las lecciones aprendidas no son nuevas: el gran costo de la guerra –costo pagado por casi 4,500 estadounidenses que perdieron la vida en Irak y más de 1,500 en Afganistán–, hombres y mujeres que no podrán gozar de la libertad que defendieron. Miles más fueron heridos. Algunos han perdido extremidades en el campo de batalla y otros aún luchan contra los demonios que los siguieron a casa.
Sin embargo, esta noche, nos reconforta saber que las sombras de la guerra se están alejando. Menos de nuestros hijos e hijas luchan en lugares peligrosos. Hemos concluido nuestra misión de combate en Irak y 100,000 soldados estadounidenses ya han salido de ese país. Y a pesar de que todavía habrá días funestos en Afganistán, se puede ver la luz de una paz segura a la distancia. Estas largas guerras llegarán de manera responsable a su fin.
Mientras esto sucede debemos aprender sus lecciones. Esta década de guerra ya ha causado que muchos hagan preguntas sobre el carácter de la participación por Estados Unidos en el mundo. Hay quienes quisieran que Estados Unidos deje de cumplir con su responsabilidad como piedra angular de la seguridad mundial y adopte un aislamiento que haga caso omiso de las amenazas muy reales que enfrentamos. Otros quisieran que Estados Unidos abarque demasiado y que enfrente cada mal que se puede encontrar en el extranjero.
Debemos trazar un curso más centrado. Como las generaciones previas, debemos aceptar la función singular de Estados Unidos en el curso de la historia de la humanidad. Pero nuestras pasiones deben ir de la mano de nuestro pragmatismo; y nuestra determinación de la mano de la estrategia. Cuando nos amenazan, debemos responder con fuerza, pero cuando es posible enfocar esa fuerza, no es necesario que movilicemos grandes ejércitos al extranjero. Cuando se mata a inocentes y se pone en peligro la seguridad mundial, no es necesario que decidamos entre permanecer cruzados de brazos o actuar solos. Más bien, debemos promover la acción internacional, lo que estamos haciendo en Libia, donde no tenemos a ningún soldado en el terreno, pero estamos apoyando a aliados para proteger al pueblo libio y darle la oportunidad de determinar su destino.
Con todo lo que hacemos, debemos recordar que lo que distingue a Estados Unidos no es solamente nuestro poderío, sino los principios de la fundación de nuestro país. Somos una nación que lleva a sus enemigos ante la justicia mientras se rige por el imperio de la ley y respeta los derechos de todos nuestros ciudadanos. Protegemos nuestra propia libertad y prosperidad al extendérselas a otros. No representamos el imperialismo sino la autodeterminación. Por eso tenemos un interés en las aspiraciones democráticas que está surgiendo en todo el mundo árabe. Apoyaremos esas revoluciones con fidelidad a nuestros ideales, con el poder de nuestro ejemplo y con una firme convicción de que todos los seres humanos merecen vivir con libertad y dignidad.
Por encima de todo, somos una nación cuyo poderío en el extranjero ha tenido como fundamento las oportunidades de nuestros ciudadanos dentro del país. En la última década, hemos gastado un billón de dólares en la guerra, en un momento de incremento de la deuda y dificultades económicas. Ahora debemos invertir en el mayor recurso de Estados Unidos: nuestro pueblo. Debemos dar rienda suelta a la innovación que genera nuevos empleos sectores industriales a la vez que vivimos dentro de nuestras posibilidades. Debemos reconstruir nuestra infraestructura y encontrar nuevas fuentes de energía limpia. Y más que nada, tras una década de debate acalorado, debemos recuperar el propósito común que compartíamos al inicio de este período de guerra, pues nuestra nación deriva su fortaleza de nuestras diferencias, y cuando nuestra nación es fuerte, ninguna colina es demasiado empinada ni ningún horizonte está fuera de nuestro alcance.
Estados Unidos: es hora de concentrarnos en el desarrollo de nuestra nación.
En este esfuerzo, nos sirven de inspiración nuestros conciudadanos que han sacrificado tanto a favor nuestro. A nuestros soldados, nuestros veteranos y sus familias, les hablo en nombre de todos los estadounidenses cuando digo que cumpliremos nuestro compromiso sagrado con ustedes y les proporcionaremos el cuidado, los beneficios y las oportunidades que merecen.
Conocí a algunos de esos estadounidenses patrióticos en Fort Campbell. Hace un tiempo hablé ante la 101º División Aerotransportada, que ha luchado para revertir la situación en Afganistán, y al equipo que eliminó a Osama bin Laden. Parado ante una maqueta del complejo de bin Laden, el miembro de los Navy SEALS que dirigió nuestro esfuerzo rindió homenaje a los caídos: hermanos y hermanas combatientes cuyos nombres ahora están escritos en las bases desde las cuales nuestras tropas nos defienden en el extranjero y las lápidas en plácidos rincones de nuestro país donde nunca pasarán al olvido. Este oficial –como muchos otros que he conocido en las bases en Bagdad y Bagram, Walter Reed y el Hospital Naval de Bethesda–, habló con humildad de cómo su unidad actuó como un solo hombre: se apoyaron unos a otros y confiaron entre sí, como lo haría una familia en momentos peligrosos.
Vale la pena recordar que todos somos parte de la familia estadounidense. A pesar de que hemos tenido desacuerdos y divisiones, nos une la doctrina que está escrita en los documentos de nuestra fundación y la convicción de que Estados Unidos de Norteamérica es un país que puede lograr cualquier cosa que se proponga. Ahora concluyamos la labor ante nosotros. Llevemos estas guerras a su fin de manera responsable y recobremos el Sueño Americano que es el núcleo de nuestra historia. Con confianza en nuestra causa; con fe en nuestros conciudadanos y con esperanza en el corazón, dediquémonos a la labor de extender la promesa de Estados Unidos a esta generación y a la próxima. Que Dios bendiga a nuestros soldados. Y que Dios bendiga a Estados Unidos.