Discurso de Obama

El envío de 30.000 soldados comenzará a principios de 2010.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, habló ante cadetes de la escuela de West Point en Nueva York.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, habló en la escuela militar de West Point en el estado de Nueva York.

Desde allí explicó a los cadetes y soldados los planes de enviar más tropas a Afganistán como parte de un plan para devolver la paz al pueblo afgano. Este es el discurso pronunciado por el mandatario.

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Buenas noches. Al Cuerpo de Cadetes de Estados Unidos, a los hombres y mujeres de nuestras fuerzas armadas y a mis compatriotas, me dirijo a ustedes esta noche para hablar acerca de nuestros esfuerzos en Afganistán, la naturaleza de nuestro compromiso allá, el alcance de nuestros intereses y la estrategia que mi gobierno pondrá en vigor para llevar esta guerra a su fin. Es un honor para mi hacerlo aquí, en West Point, donde tantos hombres y mujeres se han preparado para proteger nuestra seguridad y representar lo mejor de nuestro país.

Para hablar sobre esos temas, en primer lugar, es importante recordar por qué Estados Unidos y nuestros aliados se vieron obligados a luchar en Afganistán. No buscamos esta guerra. El 11 de septiembre del 2001, diecinueve hombres secuestraron cuatro aviones y los utilizaron para asesinar a casi 3,000 personas. Atacaron nuestros centros militares y económicos. Arrebataron la vida de hombres, mujeres y niños inocentes sin importarles su credo, raza o condición. Si no hubiera sido por los actos heroicos de los pasajeros a bordo de uno de esos aviones, pudieron haber atacado uno de los grandes símbolos de nuestra democracia en Washington y asesinado a muchos más.

Como sabemos, esos hombres pertenecían a Al Qaida, un grupo de extremistas que ha distorsionado y profanado el Islam, una de las grandes religiones del mundo, para justificar la matanza de inocentes. La base de operaciones de Al Qaida estaba en Afganistán, donde eran protegidos por el Talibán, un movimiento radical, represivo e inmisericorde que tomó el control del país después de que fuera arrasado por años de ocupación soviética y guerra civil, y después de que la atención de Estados Unidos y de nuestros aliados se dirigía hacia otros asuntos.

A pocos días del 11 de septiembre, el Congreso autorizó el uso de la fuerza contra Al Qaida y aquellos que los protegieran, una autorización que sigue vigente hasta el día de hoy. La votación en el Senado fue de 98 a 0. La votación en la Cámara de Representantes fue de 420 a 1. Por primera vez en la historia, la Organización del Tratado del Atlántico Norte invocó el Artículo 5, el compromiso que estipula que el ataque contra un miembro es un ataque contra todos. Y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas respaldó el uso de las medidas necesarias para responder a los ataques del 11 de septiembre. Estados Unidos, nuestros aliados y el mundo actuaron al unísono para destruir la red terrorista de Al Qaida y proteger nuestra seguridad común.

Bajo la bandera de esta unidad nacional y legitimidad internacional, y sólo después de que el Talibán se rehusara a entregar a Osama bin Laden, enviamos a nuestras tropas a Afganistán. En cuestión de meses, Al Qaida estaba desarticulada, y muchos de sus efectivos habían muerto. El Talibán fue depuesto del poder y forzado a retirarse. Un lugar que durante décadas sólo había conocido el temor ahora tenía razón para albergar la esperanza. En una conferencia organizada por la ONU, se estableció un gobierno provisional encabezado bajo el Presidente Hamid Karzai. Y se estableció una Fuerza de Ayuda para Seguridad Internacional (International Security Assistance Force) con el fin de ayudar a llevar una paz duradera a este país devastado por la guerra.

Luego, a principios del 2003, se tomó la decisión de librar una segunda guerra en Irak. El difícil debate sobre Irak es bien conocido y no necesitamos repetirlo aquí. Basta decir que durante los seis años siguientes, la guerra de Irak absorbió la mayor parte de nuestras tropas, nuestros recursos, nuestra diplomacia y la atención de nuestro país, y que la decisión de entrar en Irak causó divisiones considerables entre Estados Unidos y gran parte del mundo.

Hoy, tras un costo exorbitante, estamos llevando a su fin, de manera responsable, la guerra en Irak. Las brigadas de combate retornarán de Irak a fines del verano próximo y todas nuestras tropas estarán de regreso a fines del 2011. El que estemos logrando esto es evidencia del carácter de nuestros hombres y mujeres de uniforme. Gracias a su valor, determinación y perseverancia, les hemos dado a los iraquíes la oportunidad de forjar su futuro y estamos teniendo éxito en dejarle Irak al pueblo iraquí.

Pero aunque hemos logrado difíciles avances en Irak, la situación en Afganistán se ha deteriorado. Después de escapar a Pakistán cruzando la frontera en el 2001 y 2002, los líderes de Al Qaida establecieron un refugio allá. Aunque el pueblo afgano eligió un gobierno legítimo, éste se ha visto aquejado por la corrupción, el narcotráfico, el subdesarrollo de la economía e insuficientes Fuerzas de Seguridad. En los últimos años, el Talibán y Al Qaida han hecho causa común, pues ambos procuran derrocar al gobierno afgano. Gradualmente, el Talibán ha empezado a tomar el control de varias regiones de Afganistán, a la vez que realiza actos terroristas cada vez más destructivos y atrevidos contra el pueblo paquistaní.

Durante todo este tiempo, los niveles de tropas en Afganistán fueron una fracción de las de Irak. Cuando asumí la presidencia, teníamos poco más de 32,000 estadounidenses prestando servicios en Afganistán, en comparación con 160,000 en Irak en el punto máximo de la guerra. Los comandantes en Afganistán solicitaron repetidas veces apoyo para contrarrestar el resurgimiento del Talibán, pero esos refuerzos nunca llegaron. Por eso, poco después de asumir la presidencia, aprobé una solicitud de tropas adicionales que llevaba pendiente hacía mucho. Después de consultar con nuestros aliados, anuncié luego una estrategia que reconocía la intrínseca conexión de nuestros esfuerzos bélicos en Afganistán y los refugios para extremistas en Pakistán. Establecí el objetivo que se definió específicamente como desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaida y a sus aliados extremistas, y prometí coordinar mejor nuestros esfuerzos civiles y militares.

Desde entonces, hemos alcanzado logros en varios objetivos importantes. Líderes extremistas de alto rango de Al Qaida y el Talibán han sido eliminados, y hemos aumentado la presión sobre Al Qaida en todo el mundo. En Pakistán, el Ejército de ese país ha entablado la mayor ofensiva en años. En Afganistán, nosotros y nuestros aliados evitamos que el Talibán impidiera las elecciones presidenciales, y ese proceso electoral, aunque empañado por el fraude, produjo un gobierno conforme a las leyes y constitución de Afganistán.

Sin embargo, quedan enormes desafíos. No hemos perdido Afganistán, pero durante años, ha retrocedido. No hay amenaza inminente de que el gobierno sea depuesto, pero el Talibán ha ganado impulso. Al Qaida no ha resurgido en Afganistán con los mismos números que antes del 11 de septiembre, pero conserva sus refugios a lo largo de la frontera. Y nuestras tropas carecen del pleno respaldo que necesitan para capacitar eficazmente y aliarse con las Fuerzas de Seguridad de Afganistán con el fin de proteger mejor a la población. Nuestro nuevo comandante en Afganistán, el general McChrystal, ha informado que las condiciones de seguridad son peores de lo que anticipaba. En resumen: el status quo es insostenible.

Como cadetes, ustedes se ofrecieron voluntariamente para prestar servicios durante estos tiempos de peligro. Algunos de ustedes han luchado en Afganistán. Muchos serán desplegados allá. Como su Comandante en Jefe, mi deber para con ustedes es una misión claramente definida y merecedora de sus servicios. Por eso, después de que terminaron las elecciones afganas, insistí en un análisis meticuloso de nuestra estrategia. Permítanme ser claro: nunca hubo ante mí una opción que solicitara envío de tropas antes del 2010, de modo que no ha habido demoras ni se rechazaron recursos necesarios para las operaciones de guerra. En vez, este análisis me permitió hacer las preguntas difíciles y explorar todas las diferentes opciones junto con mi equipo de seguridad nacional, nuestros líderes civiles y militares en Afganistán, y con nuestros principales aliados. Considerando lo que está en juego, era lo menos que debía hacer por el pueblo estadounidense y por nuestras tropas.

El análisis ya se realizó. Y como Comandante en Jefe, he decidido que es vital para nuestros intereses nacionales el envío de 30,000 soldados estadounidenses adicionales a Afganistán. Después de 18 meses, nuestras tropas empezarán a regresar a casa. Éstos son los recursos que necesitamos para retomar la iniciativa, a la vez que ampliamos la capacidad de Afganistán para poder permitir una transición responsable de nuestras tropas y salir de Afganistán.

No tomo esta decisión a la ligera. Me opuse a la guerra en Irak precisamente porque creo que debemos restringirnos en el uso de la fuerza militar y siempre debemos considerar las consecuencias a largo plazo de nuestros actos. Hemos estado en guerra durante ocho años y hemos pagado un precio enorme en vidas y recursos. Los años del debate sobre Irak y el terrorismo han hecho pedazos nuestra unidad en materia de seguridad nacional y han creado un trasfondo muy polarizado y partidista para este esfuerzo. Y es comprensible que después de haber pasado por la peor crisis económica desde la Gran Depresión, el pueblo estadounidense esté concentrado en la reconstrucción de nuestra economía y que la gente vuelva a trabajar aquí en casa.

Lo que es más importante, sé que esta decisión exige incluso más de ustedes, miembros de las fuerzas armadas que, junto con su familia, ya vienen llevando la carga más pesada. Como Presidente, he firmado una carta de condolencia para cada familia de cada estadounidense que perdió la vida en estas guerras. He leído las cartas de padres y cónyuges de soldados en el extranjero, he visitado a nuestros valerosos combatientes heridos en Walter Reed. Viajé a Dover para darle el encuentro a los ataúdes envueltos en banderas de 18 estadounidenses que regresaban a casa para ir a su lugar de descanso eterno. Veo de primera mano las terribles consecuencias de la guerra. Si no creyera que la seguridad de Estados Unidos y la seguridad del pueblo estadounidense no estuvieran en juego en Afganistán, con gusto daría la orden de que cada uno de nuestros soldados regresara a casa mañana.

Así que no, no tomo esta decisión a la ligera. Tomo esta decisión porque estoy convencido de que nuestra seguridad está en juego en Afganistán y Pakistán. Ése es el epicentro del extremismo violento practicado por Al Qaida. Desde allá nos atacaron el 11 de septiembre y es desde allá que se están planeando nuevos ataques en estos precisos momentos. Este peligro no es insustancial, no es una amenaza hipotética. En apenas los últimos meses, hemos arrestado a extremistas dentro de nuestras fronteras que fueron enviados aquí desde la región fronteriza de Afganistán y Pakistán para cometer nuevos actos de terrorismo. Este peligro sólo se incrementará si la región vuelve a recaer y Al Qaida puede operar con impunidad. Debemos mantener la presión sobre Al Qaida y para hacerlo, debemos incrementar la estabilidad y capacidad de nuestros aliados en la región.

Por supuesto que esta carga no es solamente nuestra. Ésta no es sólo la guerra de Estados Unidos. Desde el 11 de septiembre, los refugios de Al Qaida han sido la fuente de ataques contra Londres y Amán y Bali. Los pueblos y gobiernos de tanto Afganistán como Pakistán están en peligro. Y lo que se arriesga es incluso mayor dentro de un Pakistán con armas nucleares, porque sabemos que Al Qaida y otros extremistas procuran obtener armas nucleares, y tenemos todas las razones del mundo para creer que podrían usarlas.

Estos hechos nos obligan a actuar junto con nuestros amigos y aliados. Nuestro objetivo central sigue siendo el mismo: detener, desmantelar y vencer a Al Qaida en Afganistán y Pakistán, y quitarles la capacidad de amenazar a Estados Unidos y nuestros aliados en el futuro.

Para cumplir con esa meta, nos fijaremos los siguientes objetivos en Afganistán. Debemos negarle refugio a Al Qaida. Debemos frenar el avance del Talibán e impedir que adquieran la capacidad de derrocar al gobierno. Y debemos aumentar el poderío de las Fuerzas de Seguridad y el gobierno de Afganistán, para que puedan encabezar la tarea y asumir la responsabilidad por el futuro de Afganistán.

Cumpliremos con estos objetivos de tres maneras. En primer lugar, seguiremos una estrategia militar que frenará el impulso del Talibán y aumentará la capacidad de Afganistán en los próximos 18 meses.

Los 30,000 soldados adicionales que estoy anunciando esta noche serán desplegados a inicios del 2010 – al paso más rápido posible– para que puedan ir en pos de los insurgentes y resguardar centros poblados clave. Aumentarán nuestra capacidad de entrenar a Fuerzas de Seguridad afganas competentes y de asociarnos con ellas para que más afganos puedan participar en la lucha. Y ayudarán a crear las condiciones para que Estados Unidos transfiera responsabilidades a los afganos.

Debido a que éste es un esfuerzo internacional, he pedido que nuestro compromiso esté acompañado por aportes de parte de nuestros aliados. Algunos ya han proporcionado tropas adicionales, y estamos seguros de que habrá aportes adicionales en los días y las semanas venideros. Nuestros amigos han luchado y derramado sangre y muerto a lado nuestro en Afganistán. Ahora, debemos unirnos para acabar con esta guerra de manera exitosa, pues lo que está en juego no es simplemente una prueba de la credibilidad de la OTAN; lo que está en juego es la seguridad de nuestros aliados y la seguridad común del mundo.

En conjunto, estos soldados estadounidenses e internacionales adicionales nos permitirán acelerar la transferencia de responsabilidad a las fuerzas afganas y nos permitirán comenzar el proceso de sacar a nuestras fuerzas de Afganistán en julio del 2011. Así como lo hemos hecho en Irak, realizaremos esta transición de manera responsable, tomando en cuenta las condiciones en el terreno. Continuaremos asesorando y ayudando a las Fuerzas de Seguridad de Afganistán para cerciorarnos de que puedan tener éxito a largo plazo. Pero quedará claro para el gobierno de Afganistán –y lo que es más importante aun, el pueblo de Afganistán– que a fin de cuentas, ellos serán responsables por su propio país.

En segundo lugar, colaboraremos con nuestros aliados, las Naciones Unidas y el pueblo afgano para seguir una estrategia civil más eficaz, de manera que el gobierno pueda aprovechar las mejoras de seguridad.

Este esfuerzo debe basarse en el desempeño. Se acabaron los días en que se escribían cheques en blanco. El discurso de investidura del Presidente Karzai envió un mensaje acertado sobre tomar un nuevo curso. Y de ahora en adelante, seremos claros sobre lo que esperamos de quienes reciben nuestra ayuda. Apoyaremos a los ministros, gobernadores y líderes locales de Afganistán que combaten la corrupción y producen resultados a favor del pueblo. Esperamos que quienes son ineficaces o corruptos rindan cuentas. Y también dirigiremos nuestra asistencia a sectores como agricultura que pueden tener un impacto inmediato en la vida de los afganos.

El pueblo de Afganistán ha sufrido violencia durante décadas. Han enfrentado ocupación: por la Unión Soviética y luego por los combatientes extranjeros de Al Qaida que usaron el territorio de Afganistán para sus propósitos. Por lo tanto, esta noche deseo que el pueblo afgano comprenda que Estados Unidos busca el fin de esta era de guerra y sufrimiento. No estamos interesados en ocupar su país. Apoyaremos los esfuerzos por el gobierno de Afganistán de abrirles la puerta a los talibanes que abandonen la violencia y respeten los derechos humanos de sus conciudadanos. Y procuraremos una alianza con Afganistán basada en el respeto mutuo, para aislar a quienes destruyen; darles fuerza a quienes edifican; acelerar el día en que nuestras tropas se marchen, y forjar una amistad perdurable en la que Estados Unidos es su aliado y nunca su patrón.

En tercer lugar, actuaremos con pleno reconocimiento de que nuestro éxito en Afganistán está inextricablemente ligado a nuestra alianza con Pakistán.

Estamos en Afganistán para prevenir que el cáncer vuelva a propagarse por todo ese país. Pero este mismo cáncer también ha echado raíces en la región fronteriza de Pakistán. Es por eso que necesitamos una estrategia que funcione en ambos lados de la frontera.

En el pasado, ha habido quienes en Pakistán han argumentado que la lucha contra el extremismo no era su lucha, y que a Pakistán le conviene hacer poco o buscar un acuerdo con quienes recurren a la violencia. Pero en años recientes, con la matanza de inocentes desde Karachi hasta Islamabad, ha quedado claro que el pueblo pakistaní es el más amenazado por el extremismo. La opinión pública ha cambiado. Y el Ejército de Pakistán ha librado una ofensiva en Swat y Waziristán del Sur. Y ahora no cabe duda de que Estados Unidos y Pakistán tienen un enemigo común.

En el pasado, demasiado a menudo definimos nuestra relación con Pakistán de manera restringida. Esos días han quedado atrás. De ahora en adelante, estamos comprometidos con una alianza con Pakistán que tenga como base intereses mutuos, respeto mutuo y confianza mutua. Reforzaremos la capacidad de Pakistán para ir en pos de estos grupos que amenazan a nuestros países, y hemos dejado en claro que no podemos tolerar un refugio para terroristas con paradero conocido e intenciones claras. Estados Unidos también está proporcionando recursos considerables para apoyar la democracia y el desarrollo de Pakistán. Somos la mayor fuente internacional de apoyo para los pakistaníes desplazados por la lucha. Y de ahora en adelante, el pueblo pakistaní debe saber: Estados Unidos seguirá siendo un firme defensor de la seguridad y prosperidad de Pakistán, mucho después de que las armas se hayan silenciado, para que pueda dar rienda suelta al gran potencial de su pueblo.

Éstos son los tres elementos básicos de nuestra estrategia: una campaña militar a fin de crear las condiciones para una transición; un aumento de personal civil que refuerce medidas positivas, y una alianza eficaz con Pakistán.

Reconozco que hay una variedad de inquietudes sobre nuestra estrategia. Por lo tanto, permítanme tratar brevemente algunos de los argumentos prominentes que he oído, los cuales me tomo muy en serio.

En primer lugar, hay quienes insinúan que Afganistán es otro Vietnam. Alegan que no es posible crear estabilidad allí y que nos resulta más conveniente cortar por lo sano y retirarnos rápidamente. Sin embargo, este argumento se basa en una interpretación falsa de la historia. A diferencia de Vietnam, nos acompaña una extensa coalición de 43 países que reconocen la legitimidad de nuestros actos. A diferencia de Vietnam, no enfrentamos una insurgencia popular general.

Y lo más importante, a diferencia de Vietnam, el pueblo estadounidense fue atacado salvajemente desde Afganistán, y sigue siendo blanco de los mismos extremistas que complotan a lo largo de su frontera. Abandonar esta zona ahora–y depender solamente de esfuerzos contra Al Qaida desde lejos– perjudicaría seriamente nuestra capacidad de seguir ejerciendo presión sobre Al Qaida y crearía un riesgo inaceptable de ataques adicionales contra nuestro territorio y nuestros enemigos.

En segundo lugar, hay quienes reconocen que no podemos dejar a Afganistán en su situación actual, pero que sugieren que prosigamos con las mismas tropas que tenemos allí. Pero esto simplemente mantendría el status quo en el que tratamos difícilmente de abrirnos paso y permitiría un lento deterioro.

Finalmente resultaría más costoso y prolongaría nuestra permanencia en Afganistán, porque nunca podríamos crear las condiciones necesarias para entrenar a las Fuerzas de Seguridad de Afganistán y darles el espacio para hacerse cargo.

Finalmente, hay quienes se oponen a designar un cronograma para nuestra transición y para que Afganistán asuma la responsabilidad. De hecho, hay quienes proponen una intensificación más drástica y sin limitaciones de nuestro esfuerzo bélico, que nos comprometa a un proyecto de reconstrucción nacional que tomaría hasta una década. Rechazo este curso porque fija objetivos que van más allá de lo que podemos lograr a un costo razonable y lo que necesitamos lograr para proteger nuestros intereses. Además, la ausencia de un cronograma para la transición nos negaría todo sentido de urgencia al trabajar con el gobierno de Afganistán. Debe quedar claro que los afganos deberán asumir responsabilidad por su seguridad y que Estados Unidos no está interesado en librar una guerra interminable en Afganistán.

Como Presidente, me rehúso a fijar objetivos que van más allá de nuestras responsabilidades, nuestros medios o nuestros intereses. Y debo sopesar todos los desafíos que enfrenta nuestra nación. No tengo el lujo de comprometerme a sólo uno. De hecho, tengo muy en cuenta las palabras del Presidente Eisenhower, quien al hablar sobre nuestra seguridad nacional, dijo, "Cada propuesta debe sopesarse en vista de una consideración más extensa: la necesidad de mantener el equilibrio en los programas nacionales y entre ellos”.

En años recientes, hemos perdido ese equilibrio y no hemos apreciado la relación entre nuestra seguridad nacional y nuestra economía. Como consecuencia de una crisis económica, demasiados de nuestros amigos y vecinos no tienen trabajo y pasan apuros para pagar sus cuentas, y demasiados estadounidenses se preocupan por el futuro que enfrentarán nuestros hijos. Mientras tanto, la competencia en la economía mundial se ha vuelto más feroz. Entonces, simplemente no podemos darnos el lujo de hacer caso omiso de los costos muy reales de estas guerras.

A fin de cuentas, cuando asumí el mando, el costo de las guerras en Irak y Afganistán llegaba al billón de dólares. De ahora en adelante, me comprometo a tratar estos costos abierta y francamente. Nuestra nueva estrategia en Afganistán probablemente nos cueste aproximadamente 30,000 millones de dólares para las fuerzas armadas este año y trabajaré estrechamente con el Congreso para abordar estos costos mientras nos esforzamos por reducir nuestro déficit.

Pero a medida que nos acerquemos al fin de la guerra en Irak y hagamos la transición de responsabilidad en Afganistán, debemos recuperar la solidez aquí, dentro del país. Nuestra prosperidad es la base de nuestro poder. Beneficia a nuestras fuerzas armadas. Respalda nuestra diplomacia. Aprovecha el potencial de nuestro pueblo y permite la inversión en sectores nuevos. Y nos permitirá competir en este siglo con el mismo éxito que lo hicimos en el anterior. Es por eso que nuestro compromiso de tropas en Afganistán no puede ser ilimitado, porque el país que más me interesa construir es nuestro propio.

Permítanme ser claro: Nada de eso será fácil. La lucha contra el extremismo violento no concluirá rápidamente, y se extiende más allá de Afganistán y Pakistán. Será una prueba continua de nuestra fuerza como sociedad libre y nuestro liderazgo en el mundo. Y a diferencia de los grandes conflictos de poder y las claras líneas divisorias que definieron al siglo XX, nuestro esfuerzo involucrará regiones alborotadas y enemigos difusos.

Entonces, como resultado, Estados Unidos tendrá que mostrar nuestra fuerza en la manera en que finalizamos guerras y evitamos conflictos. Tendremos que ser ágiles y precisos en nuestro poderío militar. Donde Al Qaida y sus aliados intenten establecer una posición –ya sea en Somalia o Yemen u otros lugares– deben enfrentar presión cada vez mayor y alianzas firmes.

Y no podemos contar con tan sólo el poderío militar. Debemos invertir en nuestra seguridad nacional, porque no podemos capturar ni eliminar a todo extremista violento en el extranjero. Tendremos que mejorar y coordinar mejor nuestros servicios de inteligencia, para que sigan estando un paso por delante de las redes clandestinas.

Tendremos que quitarles las herramientas de destrucción masiva. Es por eso que un pilar central de mi política exterior es impedir que los terroristas tengan acceso a materiales nucleares en circulación; detener la propagación de armas nucleares, e ir en pos del objetivo de un mundo sin ellas. Porque toda nación debe comprender que la verdadera seguridad nunca provendrá de una carrera interminable por armas cada vez más destructivas; la verdadera seguridad provendrá de quienes las rechazan.

Tendremos que usar la diplomacia, porque ningún país puede afrontar los desafíos de un mundo interconectado actuando solo. He pasado este año renovando nuestras alianzas y forjando nuevas sociedades. Y hemos forjado un nuevo inicio entre Estados Unidos y el mundo musulmán; uno que reconoce que a ambos nos conviene romper el ciclo de conflicto, y que promete un futuro en el que quienes matan a inocentes son aislados por quienes defienden la paz y prosperidad y dignidad humana.

Finalmente, debemos sacar fortaleza de nuestros valores, ya que quizá hayan cambiado los desafíos que enfrentamos, pero nuestras convicciones no. Por eso debemos promover nuestros valores viviéndolos dentro del país, razón por la cual he prohibido la tortura y cerraremos la prisión en la bahía de Guantánamo. Y debemos dejar en claro a todo hombre, mujer y niño alrededor del mundo, que vive bajo la sombra de la tiranía, que Estados Unidos se pronunciará a favor de sus derechos humanos y velará por la luz de la libertad y la justicia, las oportunidades y el respeto por la dignidad de todos los pueblos. Eso es lo que nos define. He allí el origen de la autoridad moral de Estados Unidos.

Desde los tiempos de Franklin Roosevelt, y el servicio y sacrificio de nuestros abuelos, nuestro país ha sobrellevado una carga especial en asuntos internacionales. Hemos derramado sangre estadounidense en muchos países en múltiples continentes. Hemos gastado nuestros ingresos para ayudar a otros a reconstruir lo que estaba en ruinas y desarrollar sus propias economías. Nos hemos unido a otros para ser los arquitectos de varias instituciones –desde las Naciones Unidas hasta la OTAN y el Banco Mundial– que velan por la seguridad y prosperidad común de los seres humanos.

No siempre nuestros esfuerzos fueron reconocidos, y a veces cometimos errores. Pero más que cualquier otro país, Estados Unidos de Norteamérica ha respaldado la seguridad mundial durante más de seis décadas, un periodo que, a pesar de todos sus problemas, ha visto muros que caen, mercados que se abren, miles de millones que superan la pobreza, logros científicos sin paralelo y el avance de las fronteras de la libertad humana.

Porque a diferencia de las grandes potencias del pasado, no hemos tratado de dominar al mundo. Nuestra unión fue fundada resistiendo la opresión. No buscamos ocupar otras naciones. No reclamaremos los recursos de otra nación ni atacaremos a otros pueblos porque su religión u origen étnico es diferente al nuestro. Nuestra lucha fue y seguirá siendo por un futuro mejor para nuestros hijos y nietos, y creemos que su vida será mejor si los hijos y nietos de otros pueblos pueden vivir teniendo libertad y oportunidades.

Como nación, no somos tan jóvenes –ni quizá tan inocentes– como lo éramos cuando Roosevelt era Presidente. Sin embargo, todavía somos herederos de una noble lucha por la libertad. Ahora debemos recurrir a todo nuestro poderío y persuasión moral para enfrentar los desafíos de la nueva era.

A fin de cuentas, nuestra seguridad y liderazgo no se derivan solamente de la fuerza de nuestras armas. Se derivan de nuestro pueblo, de los trabajadores y empresas que reconstruirán nuestra economía; de los empresarios e investigadores que serán los pioneros de nuevos sectores; de los maestros que educarán a nuestros niños; y del servicio de quienes trabajan en nuestras comunidades dentro del país; de los diplomáticos y los voluntarios del Cuerpo de la Paz que propagan la esperanza en el extranjero, y de hombres y mujeres de uniforme que son parte de una línea ininterrumpida de sacrificio que ha hecho que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo sea una realidad en esta Tierra.

Este vasto y diverso grupo de ciudadanos no siempre concordará sobre todos los temas, ni debe hacerlo. Pero también sé que, como país, no podemos mantener nuestro liderazgo ni enfrentar los enormes desafíos de nuestros tiempos si permitimos que nos dividan en dos el mismo rencor y cinismo y partidismo que en tiempos recientes han envenenado nuestro diálogo nacional.

Es fácil olvidar que cuando esta guerra comenzó, estábamos unidos, unidos por el recuerdo reciente de un ataque horrendo y por la determinación de defender nuestro territorio y los valores que tenemos. Me rehúso a aceptar la noción de que no podemos volver a convocar esa unidad. Creo con todo mi ser que nosotros, como estadounidenses, todavía nos podemos unir detrás de un propósito común. Porque nuestros valores no son simplemente palabras escritas en pergamino; son un credo que nos llama a la unión y han permitido que durante las tormentas más tenebrosas sigamos siendo una nación, un pueblo.

Estados Unidos, éstos son tiempos muy difíciles. Y el mensaje que enviamos en medio de esta tormenta debe ser claro: que nuestra causa es justa, nuestra determinación inquebrantable. Seguiremos adelante confiando en el poder que emana de la justicia de nuestra causa, y con el compromiso de forjar un Estados Unidos más seguro, un mundo más seguro, y un futuro que representa no los temores más profundos, sino nuestras mayores esperanzas.

Gracias, que Dios los bendiga, que Dios bendiga a nuestras tropas y que Dios bendiga a Estados Unidos de Norteamérica.