Tras dos candidaturas derrotadas, miles de millones de dólares erogados en preparativos y un debate nacional sobre si todo ello ha valido la pena, los Juegos Olímpicos de Invierno se inauguran el viernes en Pyeongchang, con una ceremonia de gala cuyo tema principal es la forma en que Corea del Sur salió de la pobreza y se convirtió en una de las naciones más modernas de Asia.
Esta localidad en las montañas, una de las más frías y pobres dentro de una Corea del Sur por lo demás próspera, se constituirá durante un par de semanas en la capital de los deportes invernales, del movimiento olímpico y, quizás, de la reconciliación entre las dos Coreas.
Habrá muchas emociones para los fanáticos de los deportes que se practican en la nieve y el hielo, y también para quienes sólo echan un vistazo a estas disciplinas cada cuatro años.
Está por verse si los 168 deportistas de Rusia, que deben competir con uniforme neutral y bajo la bandera olímpica como sanción por un abarcador programa de dopaje, pueden conseguir alguna presea de oro para un país que bajo otras circunstancias sería una de las grandes potencias de estos juegos.
Pero más allá del aspecto deportivo, Pyeongchang 2018 podría quedar en el recuerdo por una serie de acontecimientos políticos que rodean la celebración deportiva.
Las dos Coreas, que apenas unas semanas antes parecían al borde de un nuevo conflicto bélico, han tenido un acercamiento.
Los Juegos podrían abrir nuevas vías hacia una cooperación que ahora no parece tan imposible entre ambas naciones rivales.
La hermana del líder norcoreano Kim Jong Un realiza una visita sin precedente a suelo surcoreano y asistiría a la misma ceremonia inaugural en la que estará presente Mike Pence, el vicepresidente estadounidense que ha advertido con imponer las sanciones más severas de la historia a Corea del Norte.
¿Podrían reunirse? Esa y otras conjeturas han surgido en la antesala de los Juegos.
Pyeongchang no debía compartir la atención con Pyongyang. No se suponía que estos fueran los Juegos Olímpicos de Pyongyang, como refunfuñan algunos en Seúl, haciendo un juego de palabras entre el nombre de la capital norcoreana y el de la región que albergará las competiciones olímpicas.
En las dos candidaturas olímpicas en que Corea del Sur no consiguió la sede, había enfatizado en que los Juegos Olímpicos de Invierno podrían allanar el camino hacia la paz con Corea del Norte. Pyeongchang tuvo éxito finalmente en 2011, con otra meta, claramente capitalista: impulsar el turismo de deportes invernales en Asia.
Pero Corea del Norte difícilmente pasa desapercibida si algún suceso tiene lugar en su rival del sur.
Agentes norcoreanos detonaron un avión comercial surcoreano antes de los Juegos Olímpicos de verano que se realizaron en Seúl en 1988. Fue un intento claro para disuadir a los visitantes.
Corea del Norte boicoteó aquellos juegos. Unos años después, el descubrimiento del avance conseguido por Pyongyang en sus programas nucleares desató una crisis en la Península de Corea. La situación se ha agravado al paso de los años, a medida que el Norte se ha acercado a la posibilidad de construir un arsenal nuclear con capacidad de llegar a Estados Unidos.
Pero con la ayuda de un presidente liberal surcoreano que se ha interesado por involucrar a Pyongyang, Corea del Norte participará en estos juegos.
En realidad, la delegación norcoreana tiene nulas posibilidades de medalla. En cambio, los surcoreanos tienen grandes ambiciones, tras construir un sólido programa de deportes invernales en las tres décadas transcurridas desde Seúl 1988.
Corea del Sur ha pasado por otras transformaciones, desde la ruina económica y las dictaduras militares, hasta convertirse en la cuarta economía más grande del mundo y en una democracia liberal.
Así, queda claro que en estos juegos, el deporte no será lo más importante.