Vivimos en una burbuja de cristal. Cuando esta se rompe, nos damos cuenta de que la pobreza, la miseria y la desigualdad hacen parte también de nuestras vidas. Aunque siempre han existido, la pandemia las hace más visibles, más inclementes.
Desde que vi un ‘trapo rojo’ colgado en una casa ubicada en una zona vulnerable de Bogotá, decidí escribir sobre su significado para la Voz de América. Siempre me pregunté: ¿Es símbolo de solidaridad o de necesidad? ¿Sirven o no? ¿Les llegará algún tipo de ayuda a las familias que cuelgan estas telas en las fachadas de sus hogares?
Pero nunca me imaginé que, a partir de mi propia experiencia, podría responder estas interrogantes y que mi trabajo trascendiera al punto de despertar la solidaridad de muchos.
Tras visitar uno de los sectores más vulnerables de Soacha, donde la familias necesitadas cuelgan en sus hogares camisetas, pantalones, pantalonetas o cualquier tela roja para pedir auxilio, decidí publicar en mis redes sociales un trabajo fotográfico que causó impacto entre familiares y amigos.
Ese mismo día, un par de personas me preguntaron sobre cómo podrían hacer llegar alimentos hasta aquella población que, incluso, creo que ni siquiera está en el mapa.
Di la respuesta fácil: ‘Quizás la Alcaldía del municipio los pueda llevar’. Pero al preguntarles a las autoridades, me sorprendí cuando nos ofrecieron su guía para entregar algún tipo de ayuda. No por el ofrecimiento, pues realmente apoyar esta causa hace parte de su labor, sino porque esa corazonada que siempre había sentido de hacer algo por aquellos necesitados que entrevistaba -y que no había hecho por temor a que no consiguiera los recursos- se estaba materializando.
En ese momento, decidí que era hora de adelantar una campaña masiva para llegar con un número considerable de bolsas de alimentos a estas personas. La convocatoria, a través de un mensaje sencillo por redes sociales, superó mis expectativas.
En una semana, la convocatoria permitió recoger 40 paquetes con alimentos y elementos de aseo básicos.
Mi hogar, familia, amigos y hasta personas que no conozco respondieron a un llamado que, en esta época de pandemia, se multiplica en el mundo: el de ayudar al que padece de hambre.
La ayuda llegó, incluso, desde el exterior. Marta Guzmán es colombiana, se radicó en la Florida hace 32 años, vive junto a una de sus hijas y dijo que ver el artículo le "tocó el corazón" para ayudar a los más necesitados en su país.
“Como colombiana radicada en EE.UU., amo a Colombia. No me puedo imaginar el día a día de estas personas. Qué mejor forma de expresar mi solidaridad que ayudar a los más necesitados. Ojalá mi granito de arena haya ayudado”.
Esa misma solidaridad tocó a varios miembros de mi familia. Amistades del colegio, de algunos trabajos y de la compañía de danza en la que bailo. Donaron dinero y algunos víveres. Incluso, aquellos sin recursos ofrecieron sus manos para empacar o transportar los alimentos. Como decía el mensaje: “Todo tipo de ayuda es valiosa”.
Incluso, hubo quien sacó los productos de su propia despensa o aquél que, sin conocerme, confió ‘a ciegas’ en esta causa social.
Para Camilo Escárraga, por ejemplo, “realmente no importa si son conocidos o si son desconocidos, porque todos somos humanos, todos somos personas y necesitamos ayuda. Y hay gente que necesita más ayuda que uno. En este momento, de pronto yo puedo hacer algo para poder ayudar y ese tipo de cosas no hay que pensarlas dos veces; entonces, yo he podido ayudar gente cercana, familiares y amigos. Y, la verdad es que no hay diferencia (con personas desconocidas). Se trata de ayudar y que salgamos todos adelante”.
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Historias infinitas
En Bogotá, el 12,4 % de la población vive en la pobreza. Las historias, como las necesidades, siempre van a ser infinitas.
Llegar a cada hogar vulnerable es tocar el corazón o la ‘barriga’ de familias que, en su mayoría, son numerosas.
El objetivo principal fue una de la montaña del barrio Los Cerezos. Incrédulos ante la ayuda, muchos de sus habitantes se demoraron en bajar de una loma para recibir la bolsa de mercado. Sin embargo, allí fue posible cubrir temporalmente las necesidades de 32 familias.
La aglomeración se hizo evidente con habitantes de otros sectores, así que las autoridades nos recomendaron salir rápidamente para no generar caos o confusión.
Las ocho bolsas restantes, entonces, llegaron a casos especiales que conocimos en el municipio. Doña Mercedes, por ejemplo, es sastre y desde que comenzó la cuarentena no ha podido trabajar. Es anciana, sufre de obesidad y le cuesta caminar. Además, es una paciente de riesgo, así que salir a buscar ayuda podría poner en peligro su vida.
Para dar las gracias a cada uno de los donantes -y confieso que esperando a ver si otros se animan-, hice un vídeo de agradecimiento en el que cada persona que recibió la ayuda envió un mensaje.
“Les agradezco mucho lo que están haciendo por nosotros, porque lo necesitamos demasiado. Ahora sin poder trabajar ni nada, está pesada la situación”, comentó doña Mercedes.
En el sector Cazucá vive Aseneth con su hijo Jeison, quien a pesar de haber sufrido un accidente que lo dejó sin dos de sus extremidades, han podido salir adelante. Sin embargo, durante la pandemia, trabajar se ha complicado.
Lo mismo le sucede a Maricela. Cuando recibió el mercado en su casa de Ciudadela Sucre, sus tres pequeños nietos se volcaron sobre la bolsa, al ver algunos dulces. Y así de dulce se tornó el momento de esta madre que cuida a uno de sus hijos enfermos y que, según asegura, por negligencia médica, no ha sido atendido oportunamente.
El regreso a casa es agridulce. Por un lado, el corazón se hincha al saber que, gracias a la solidaridad de muchos, hay personas que hoy tienen qué comer. Pero también queda la sensación de que siempre va a ser insuficiente.
Esta jornada de donación permitió no solo conocer más lugares y familias necesitadas, sino programar una segunda jornada, gracias al ofrecimiento de más donantes.