“Coco”, un joven revendedor de gasolina en Maracaibo, llamó por teléfono a sus clientes más asiduos esta semana, en plena cuarentena social, para hacerles una oferta atípica: “tengo 20 litros, de la venezolana y de la ‘importada’ que están trayendo”.
El ofrecimiento era extraordinario. Nunca en sus dos años de oficio clandestino había vendido un carburante de refinación distinta a la que compraba a través de terceros en Venezuela.
La gasolina venezolana, explica, era la que se “iba” a Colombia, jamás al revés.
Pero, desde marzo, los demás revendedores de combustible o “pimpineros” de su cuadra, en un complejo residencial popular en el norte de la ciudad, comenzaron a ofrecer gasolina colombiana.
“Es que ya no se consigue fácilmente la venezolana. Esa está muy escasa”, explica a la Voz de América, pidiendo reservar su verdadera identidad.
“Coco” y sus colegas muestran en terraplenes y aceras cercanos a su casa decenas de recipientes transparentes de cinco litros de combustible. Sus clientes se detienen, apagan sus vehículos, ellos introducen en los tanques un cono plástico y por él vierten la gasolina. Todo, en apenas minutos.
La gasolina importada destaca por su color. Es más clara que la local. Los “pimpineros” venden cinco litros de ella por 10 dólares, uno menos que igual cantidad de la venezolana.
“Se vende más barata la colombiana porque se evapora más rápido. Casi no dura. No es como la venezolana, que la podéis rodar bastante. La compran porque están ‘apurados’ (urgidos)”, dice.
El contrabando de gasolina dio un golpe de timón en estados fronterizos de Venezuela, como Zulia, mientras en el país escasea el combustible. Ahora, en tiempos de la COVID-19, no es la gasolina venezolana la que fluye hacia Colombia, sino viceversa.
Las fronteras terrestres con Colombia están cerradas desde mediados de marzo por la cuarentena social decretada por la COVID-19.
Pero el carburante del país vecino viaja hasta Venezuela por carreteras alternas en los límites de la Guajira, caminos de arena conocidos como “trochas” y que controlan bandas del crimen organizado, cuenta una fuente familiarizada con el negocio bajo condición de anonimato.
Las autoridades venezolanas han denunciado que existe al menos un centenar de rutas ilegales hacia y desde Colombia, solo en la zona de la Guajira. Por esas vías no ingresa exclusivamente gasolina. Son una vena abierta al servicio de contrabandistas e indocumentados.
“La gasolina colombiana está entrando en camiones por (el corregimiento de) Montelara, en La Majayura”, en Maicao, Colombia, precisa el informante. El contrabando, detalla, sigue la ruta de Carrasquero, en el municipio venezolano de Guajira, hasta Puerto Caballo, ya en Maracaibo.
En el camino, cambia de manos. Ya en la capital zuliana, la distribuyen a “pimpineros”.
“La pagan en dólares. Es una gasolina blanca como el agua. Parece cloro. Huele terrible”, describe.
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Salvoconducto o "verdes"
Venezuela, con una población de 30 millones de habitantes, experimenta durante la cuarentena social por la COVID-19 una notoria sequía de gasolina en sus 23 regiones y hasta en la capital.
Caracas, epicentro del poder político, es considerada por expertos y parlamentarios de oposición como una ciudad “burbuja”, donde el madurismo trataría de minimizar el quebranto de servicios públicos, como el agua, la electricidad y el combustible, que se palpa en otros estados.
La capital estaba exenta de las extensas colas y de la reventa del combustible, pero en las últimas semanas las limitaciones para llenar los tanques se han hecho palpables en las estaciones de servicio.
Esta semana, avisos colgados en varias gasolineras de Caracas notificaban que, por órdenes militares, se venderá combustible cada día según el terminal de placa de cada vehículo.
Las carencias y restricciones exacerbaron la ya existente reventa de combustible hasta en Caracas.
El litro de gasolina se vende en el mercado negro caraqueño a un precio menor que en la frontera: varía entre uno y dos dólares estadounidenses.
“O tienes salvoconducto o tienes el papel verde (de los dólares). Si no, no tienes gasolina”, se quejaba un conductor de motocicleta frente a una gasolinera en el norte de Caracas.
En Monagas, uno de los estados productores de petróleo de Venezuela, una mujer colocaba una oferta en su estado de la mensajería instantánea WhatsApp, como si se tratara de un Black Friday: “aprovechen. Nos quedan solo 60 litros”. Ofrecía a sus contactos gasolina a tres dólares por litro.
La sequía de gasolina ha dado paso hasta a lo inaudito. La semana pasada, se supo que un hombre instaló una estación de combustible clandestina, con equipos dispensadores, contadores de litros, un tanque de almacenamiento y piso de cemento en su casa, en el municipio Baruta, estado Miranda.
Sin refinación, con corrupción
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Son diversas las razones de la escasez de gasolina en Venezuela, el país con una de las mayores reservas de petróleo del mundo, con aproximadamente 300.000 millones de barriles de crudo.
La primera es que la crisis económica y la mala administración pública de la industria de los hidrocarburos han llevado la operatividad de las refinerías nacional a niveles mínimos.
Leonardo Buniak, economista, comentó a la VOA que Venezuela solo refina 40.000 barriles al día cuando tiene una capacidad instalada para procesar un millón 300.000 barriles en cada jornada.
El diario El Pitazo reportó el lunes el arranque de la planta de craqueo catalítico de la refinería El Palito, en Carabobo, la segunda más importante de Venezuela. Se espera que allí procesen al menos 80.000 barriles diarios, puntualizó la publicación.
Los argumentos del gobierno en disputa
Tareck El Aissami, vicepresidente económico del gobierno en disputa, atribuyó hace dos semanas la escasez de gasolina al “bloqueo naval” de Estados Unidos en el Caribe, en referencia al operativo militar anunciado para combatir a las mafias del narcotráfico en aguas limítrofes con Venezuela.
La corrupción en la estatal petrolera, no obstante, también despunta entre los motivos de la falta de combustible, de acuerdo con reportes del mismo gabinete del chavismo.
Días antes del decreto de cuarentena en Venezuela, en marzo, Néstor Reverol, ministro de Interior de Maduro, informó la detención de 38 trabajadores de PDVSA por tráfico de combustible con un buque de PDV Marina cargado con 126.000 barriles de combustible.
Los arrestaron in fraganti en aguas caribeñas mientras trasegaban el carburante a un barco con bandera colombiana.
“Es un acto de traición a la patria, porque el pueblo está haciendo colas (filas) en las estaciones de servicio por el combustible por las sanciones del imperio estadounidense”, comentó Reverol.
Cientos de empleados de PDVSA, entre ellos numerosos gerentes, han sido arrestados por el chavismo, acusados de corrupción y de perjudicar la disponibilidad de gasolina en Venezuela.
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Mariela (*) se había resistido a comprar gasolina “bachaqueada” o de contrabando.
Decidió formarse en una fila a las afueras de una estación de servicio, a pesar de que sabía de antemano de múltiples historias de amigos y conocidos que esperaron días enteros en la gasolinera.
Esperanzada por los comentarios de algunos compañeros de la “cola”, pensó que su carné de médico le otorgaba privilegios para llenar su tanque. La identificación, sin embargo, apenas le fue útil para ubicarse en una fila más corta que la del resto de los ciudadanos que aguardaban.
Solo restaba un vehículo delante de ella antes de su turno cuando un empleado anunció que el combustible se había acabado.
El desespero la empujó a pactar con un revendedor ilegal de gasolina: pagaría 20 dólares por 20 litros en un sitio clandestino.
En una de las zonas pobres más emblemáticas de Caracas, a solo metros del Tribunal Supremo de Justicia y de una estación policial, se vio con su contacto.
El hombre, joven, sacó de su casa un contenedor con los litros acordados, conectó una manguera curtida entre el recipiente y el tanque, y comenzó a llenarlo.
La gasolina, a diferencia de la que se consigue en la fronteriza Maracaibo, es de la distribuida en estaciones de servicio de Caracas, “la venezolana”.
Mariela volteaba a su alrededor cada segundo. Se sentía en riesgo, como delincuente. El hombre trataba de calmarla: “tranquila, deja los nervios".
Le hizo saber que los grupos radicales chavistas que controlan la zona donde se encontraban estaban al tanto de la transacción. No había riesgo, le dijo, de que la policía los arrestara.
(*) Algunas de las fuentes entrevistadas para este reportaje pidieron a la Voz de América proteger sus identidades por temor a represalias y consecuencias legales por sus declaraciones.
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