Este lunes se cumple un año desde que Abu Bakr al-Baghdadi, jefe del grupo Estado Islámico, declarara lo que llamó un “califato” islámico en el este de Siria y el norte y el oeste de Irak, ahora una de las más mortales áreas en el mundo y foco de los esfuerzos internacionales para combatir a los extremistas.
La declaración llamando a los musulmanes a apoyar el esfuerzo vocalizó las aspiraciones de los militantes sunitas que han decapitado rehenes, realizado ataques suicidas, luchado contra soldados iraquíes y sirios y se han atribuido responsabilidad por ataques terroristas en el exterior mientras atraen a miles de extranjeros a su causa.
Los extremistas aprovecharon la guerra civil siria y el caos político para tomar grandes ciudades en la región incluyendo su capital de facto, Raqqa, en Siria, al igual que Mosul, Ramadi y Fallujah en Irak.
Su llegada a Siria complicó la guerra, ahora en su cuarto año, entre fuerzas gubernamentales y amplia variedad de grupos rebeldes, estableciendo nuevos frentes con el ejército, militantes y rebeldes todos batallando por el mismo territorio mientras el número de muertos pasó los 200.000 y millones más han huido de sus casas.
La violencia en Irak también ha aumentado. 2014 fue por lejos el más mortal año en Irak desde la retirada de las tropas de combate estadounidenses y este año va en camino a ser peor.
En respuesta, Estados Unidos comenzó a encabezar una coalición de países que llevan a cabo ataques aéreos contra objetivos del grupo Estado Islámico desde agosto del año pasado en Irak y un mes más tarde en Siria.
Sin embargo, el progreso ha sido limitado, dado que las fuerzas armadas iraquíes aun no pueden lograr éxito en el terreno para recuperar las principales ciudades en el norte y el oeste.