Remo Tortello, caraqueño de 67 años de edad, sintió la mañana del jueves 19 de marzo un leve vértigo ante el plato de su desayuno.
Ni bien había probado sus dos arepas “planitas”, el café con leche y el jugo de naranja, cuando el malestar aumentó rápidamente.
“Me estoy mareando, me estoy mareando”, le dijo a su esposa y a su hijo mayor en la sala de su vivienda, en Madrid, España. Es lo último que recuerda antes de verse en el piso, las piernas en alto y su pareja, cerca de él, a punto de la histeria, y su hijo, ventilándolo.
Todo se había nublado de repente. “No sentí el golpe. No supe lo que había pasado”, cuenta a la Voz de América a través de una videollamada desde la capital española.
Corredor de seguros en Venezuela y repartidor de publicidad en buzones residenciales en Madrid, momentáneamente cesante, Remo había experimentado desde el domingo anterior una fiebre de 38 grados y un “quebrantico” en el cuerpo.
Sintió también un cansancio que describe como “bastante irregular”. Todo se lo achacó a una gripe tradicional. Pero sufrió de una tos que nunca le abandonaba.
“Era incesante, de esa tos que no te deja hablar. No podía enunciar ninguna palabra porque empezaba la tos, que no me dejaba. Pensé que era una gripe normal”, dice.
La mañana de su desvanecimiento, su familia llamó al número de emergencia y le recomendaron acudir al centro de atención primaria de su distrito.
Caminó cuatro calles empinadas, acompañado de su esposa. No se agotó. “Iba tranquilo. Lo que hacía era no hablar para que no me diera tos. Iba sin jadeo”, precisa.
También lea Pacientes con coronavirus comparten sus experiencias y afliccionesUn médico lo remitió al hospital General Universitario Gregorio Marañón tras diagnosticarle neumonía sospechosa del nuevo coronavirus. No sintió miedo, jura.
Decidió acudir al centro médico sin su esposa, temiendo que tardaría horas en ser dado de alta. Tres días de hospitalización le esperaban a unas cuantas cuadras.
El lugar estaba “colapsado”, menciona. En la emergencia, estuvo 30 horas, siempre bien atendido. Lo auscultaron y, luego, lo remitieron a una sala de espera.
El temor que no había sentido hasta entonces le tocó la puerta en esa sala, donde vio y escuchó a pacientes afectados, como él, de toses crónicas.
“Había un concierto de toses en todos los tonos. Estaba asustado por lo que estaba viendo. Había personas peor que yo. Me preguntaba: ‘¿dónde estoy?’”, relata.
"Tengo el corona"
A Remo, de ascendencia italiana, le hicieron en el hospital Gregorio Marañón de Madrid una evaluación de detección de la COVID-19.
Le insertaron hisopos en las fosas nasales hasta llegar a la parte superior de la faringe. “Los llegan hasta el cerebro”, refiere, sarcástico.
Tras una radiografía y otros tantos exámenes, el personal médico decidió su hospitalización por lo que, en inicio, llamaron “una neumonía doble”.
Remo, confiado, escribió un mensaje a su esposa e hijo en su celular con el apodo del virus de moda: “no tengo el ‘corona’”.
Introdujo en Google los nombres de cada medicina que le administraban hasta que se topó con un retroviral recetado para tratar el virus del VIH. Cambió de opinión.
“Como que estoy enfermo. Yo como que tengo ‘el corona’”, se dijo a sus adentros.
También lea Sobrevivientes de COVID-19 hacen cronología de su recuperaciónA las horas, lo trasladaron hacia un amplio gimnasio dentro del hospital, repleto de sillones reclinables -“como aquellos en los que uno ve televisión”, describe-.
Los pacientes estaban, ahora sí, separados. Le administraron oxígeno, más medicinas. Una doctora, entonces, mencionó su nombre en voz alta.
- ¿Remo Tortello?
- Sí, señora.
- Le dio positivo el test del coronavirus.
España es, con 220.000, el segundo país con más contagios de la COVID-19. Al menos 22.500 infectados con el nuevo coronavirus han fallecido en la nación europea.
Solo en Madrid, las autoridades han confirmado 61.000 pacientes positivos.
Remo escuchó su diagnóstico con cierta sorpresa, aunque no con miedo. La atención sanitaria, indica, facilitó su tranquilidad en el hospital. La llama, incluso, “paz”.
“El personal sanitario de ese hospital tiene una vocación de trabajo fantástica. Es encomiable lo que vi. Siempre, una risa. Siempre, un 'sí cómo no, señora, estamos para servirles'. Son como unos ángeles azules por el atuendo que tenían”, sostiene.
Los médicos le preguntaron si deseaba recibir un tratamiento experimental para el nuevo coronavirus. Remo aceptó sin pensarlo.
La tarde del día siguiente, notablemente recuperado, sus médicos le indicaron que le darían de alta, pues sus síntomas ya no eran tan evidentes. No tenía dificultad de respiración, ni cefalea, fiebre o diarrea. Su temperatura, perfecta: 36,5 grados.
Una enfermera le entregó una bolsa de medicamentos y sus indicaciones. Hoy, aún, le sorprende que le hayan entregado hasta sus fármacos para tratarse en casa.
No avisó a nadie. Prefirió reunirse con su familia de sorpresa.
"Estás inmunizado"
Su esposa e hijo lo recibieron en casa entre alegres, sorprendidos y asustados. A ellos, les había pedido que no acudieran al hospital. Remo pensaba que perderían el tiempo visitándolo o intentando llevarle algo de comida o ropa por su estricto aislamiento.
Era la tarde del sábado 21 de marzo. Y, ya en su hogar, inició el aislamiento.
Estuvo siempre encerrado en su cuarto. Su esposa no entraba. Le dejaba la comida en la puerta de la habitación. “Así, tipo preso”, bromea. Permaneció allí 20 días.
Recibió llamadas constantes del centro de atención primaria de su distrito en Madrid para chequear cómo se sentía. Le interrogaban sobre el estatus de sus familiares.
Su otro hijo, el mayor, se mudó entonces a casa de Remo con su pareja embarazada para pasar juntos el resto de la cuarentena absoluta.
“Les preguntaba a los doctores cuando me llamaron que cuál sería el protocolo y ellos me dijeron que estuviera ‘normal, tranquilo, tú estás inmunizado’”, reseña.
La tos desapareció. No tenía síntomas. No dejó de ser precavido a pesar de haber recibido el alta médica por vía remota: usó su tapaboca; guardó distancia prudente.
Remo se siente extremadamente afortunado. Está contentísimo de saber que en pocos meses tendrá en brazos a su futura nieta.
Advierte, empero, que analiza su recuperación con prudencia y sin misticismo.
“No quiero exagerar. Sigo siendo yo. No cambié”, dice.