A las afueras de Bogotá, en el municipio de Chía, en una hacienda colonial, se encuentra ubicada la Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo, un lugar lleno de caracteres de plomo, rodillos manchados de tinta e hilos para coser.
La Imprenta Patriótica fue fundada en 1960 y adoptó el mismo nombre de la imprenta con la que el prócer de la independencia, Antonio Nariño, imprimió en 1793 de manera clandestina la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Los linotipistas, armadores, prensistas y encuadernadores que manipulan estas históricas máquinas de impresión han trabajado en este lugar por décadas -algunos hasta 50 años- pues no cualquiera puede manejar estos equipos de otro siglo.
“Las máquinas que tenemos en la imprenta son reliquias básicamente", dijo a la Voz de América Johana Forero, que hace parte del sello editorial del Instituto Caro y Cuervo, un centro de investigación en literatura, filología y lingüística. "Todos los linotipos e intertipos son tecnología que en la actualidad no se utiliza, de ahí el hecho de que seamos un museo vivo. Además, tenemos de las pocas máquinas tipográficas que quedan en el país, que es 100 por 100 original”
Al avanzar por el taller ubicado en uno de los amplios cuartos de la hacienda Yerbabuena, se pueden observar las estanterías llenas de tipos, esas pequeñas letras de plomo que aún se utilizan en este oficio tradicional.
“Hemos hecho ejercicios de recoger todas las letras que tiene la imprenta, es su sistema de linotipos (...) para hacer un catálogo con el fin de saber con cuáles podíamos trabajar para que se siga resignificando un poco esos materiales que uno cree que son obsoletos y viejos", destacó a la Voz de América Ignacio Martínez, docente investigador del Instituto Caro y Cuervo. "Las nuevas generaciones están muy preocupadas por la labor manual y han encontrado en estos sistemas antiguos de impresión un gran espacio de trabajo”.
Por más de 64 años, la Imprenta Patriótica ha realizado la impresión de sus propias obras y de otras editoriales a través de estas máquinas que tienen más de 100 y 150 años.
La encuadernación, por ejemplo, hace parte de uno de los procesos finales para obtener libros.
Marina Salazar y otros 21 operarios cumplen con una función exacta, rigurosa y detallada que le da al impreso especificaciones únicas.
“Yo entré al instituto en 1973, cumplí 50 años. Aprendí el arte de la encuadernación, me he especializado en la rama de la encuadernación fina, son libros bien estampados para que duren para toda la vida”, relató Marina Salazar a la VOA.
La labor para fabricar de forma mecánica puede durar desde tres meses a un año, dependiendo de la cantidad de editoriales deseadas, pues se requiere de toda una fase para crear los textos en plomo, línea por línea; la impresión, tipografía, el cosido, el pegado y la fabricación manual de las tapas blandas o duras de las obras, un proceso que en la impresión contemporánea ya no existe.
“Una parte fundamental del Instituto es la salvaguardia de los aspectos literarios y lingüísticos del patrimonio inmaterial de Colombia y uno de esos aspectos son los oficios de las personas, de las artes gráficas y de las artes editoriales”, explicó Juan Manuel Espinosa, director del Instituto Caro y Cuervo.
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