Venezolano en Ecuador sobreviviente del coronavirus: “Mi esposa me reanimó por cinco minutos”

Jorge F. contó a la Voz de América cómo su esposa médico cirujano, salvó su vida cuando se desplomó asfixiado por los efectos del coronavirus. [Foto de cortesía]

Un venezolano cuenta cómo estuvo al borde de la muerte entre febrero y marzo debido al coronavirus y cómo sobrevivió gracias a la pericia de su pareja.

Jorge F (nombre que usaremos para proteger su identidad), migrante venezolano en Guayaquil, Ecuador, balbuceó unas pocas palabras antes de desplomarse frente a su esposa, la tarde del martes 3 de marzo, en la habitación principal de su vivienda.

El coronavirus, sin él saberlo entonces, le provocó un ahogo pulmonar potencialmente letal.

Lo ocurrido es un recuerdo difuso. Conserva apenas retazos de memorias de su pareja, una cirujana venezolana, sobre él, presionando su pecho y soplando aire dentro de su boca.

Antes, comenzó a llamarle por su nombre. No reaccionaba. El chequeo de sus signos vitales mostró que su corazón marchaba acelerado y, de repente, se detuvo.

“Comenzó a latir muy lento, acompañado de sudoración y dilatación de pupilas. Es cuando comenzó a hacer maniobras de reanimación o RCP. Según ella, todo duró unos cinco minutos”, cuenta Jorge, diseñador gráfico, de 34 años, en entrevista telefónica con la Voz de América.

Los síntomas de la infección respiratoria comenzaron a manifestarse en la última semana de febrero, justo luego del feriado de Carnaval. Primero, experimentó una gripe común, sin flema, dice.

A los días, surgió una fiebre “de la nada”, cuenta. “Así como aparecía, se iba”, acota.

Entonces, vinieron la tos, el dolor de cabeza, la taquicardia y un cansancio atado a un malestar general. “Era un dolor muscular como si hubiera hecho ejercicio y me dolían los talones”, relata.

Esos síntomas iniciales, afirma, eran “tolerables”. Ocho días más tarde, el cansancio se tornó crítico.

“Ya era intolerable. Me cansaba por cualquier cosa”, describe. La enfermedad avanzó “muy rápido”, según Jorge.

Minutos antes de su colapso, hace cuatro semanas, su esposa le había revisado la lengua y notó que estaba gravemente deshidratado. Había sufrido fatiga extrema durante los dos días previos.

Su cónyuge fue a la cocina a prepararle un suero natural. Jorge tiene fresca la seguidilla de sensaciones previas a su desmayo: asfixia; cansancio–“no tenía nada de energía”-; sueño y mareo.

Y, entonces, ocurrió su derrumbe en el cuarto. Su esposa le colocó inmediatamente una vía intravenosa para hidratarlo, estabilizó sus valores de tensión arterial y lo llevó a la emergencia del hospital más cercano.

El gobierno de Ecuador todavía no había activado el protocolo sanitario para diagnosticar y tratar a pacientes sospechosos o positivos por el nuevo coronavirus.

“Según mi esposa, si no me hace reanimación, tenía una alta posibilidad de que no volviera a levantarme”, comenta Jorge.

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Contagio sin prueba

Ecuador es, oficialmente, el tercer país con más casos de la COVID-19 en Suramérica, luego de Brasil y Chile. Las autoridades han confirmado 3.163 positivos y 120 muertos por la infección respiratoria.

La prensa y la ciudadanía, sin embargo, han puesto en tela de juicio la exactitud de esas cifras al reportar el colapso hospitalario y contar historias de pacientes que fallecen en sus propios hogares.

Jorge Wated, líder de la Fuerza de Tarea Conjunta en la provincia de Guayas, la más poblada del país, admitió el jueves el aumento del número de fallecidos. Indicó que, desde el lunes 30 de marzo, los agentes bajo su tutela han retirado hasta 150 cadáveres por día solo en Guayaquil, la capital.

Su pronóstico, secundado por el presidente Lenín Moreno, es desalentador.

“Los expertos médicos, lamentablemente, estiman que los fallecidos por COVID-19, en estos meses, llegarán a entre 2.500 y 3.500, solo en Guayas. Para eso nos estamos preparando”, declaró.

Jorge F., quien se mudó desde Venezuela a Ecuador hace tres años y medio, estuvo internado tres días en el Hospital del Seguro Social del norte de Guayaquil.

Cuarenta y ocho horas luego de su ingreso, se enteró que estaba contagiado del COVID-19. Cotiza en el Seguro Social ecuatoriano y, explica, no debió pagar un solo dólar por su tratamiento médico.

Los resultados de su encefalograma, electrocardiograma y de las pruebas de sangre no eran conclusivos. “Salían alterados”, detalla.

Una tomografía permitió a los doctores detectar una mínima afectación en uno de sus pulmones, similar a una bronquitis.

“No habían activado la alarma de la COVID-19 y no había exámenes para determinar que eso era lo que tenía. Lo determinaron clínicamente por los resultados de los exámenes y los síntomas”, recuerda.

Los doctores le dejaron marchar a su casa bajo criterio de observación. La ventaja de este joven, tal como aquel día de su encuentro cercano con la muerte, fue que su esposa es médico cirujano.

Ella, probablemente, también se contagió de la infección, dice Jorge. Nunca la diagnosticaron con una prueba para detectar el nuevo coronavirus.

“Tuvo los mismos síntomas que yo. De hecho, los comenzó a presentar el mismo día de mi desmayo, con la diferencia de que ella no llegó perder el conocimiento”, precisa.

“Toso varias veces al día”

Cuando acudió al hospital para sus chequeos médicos, Jorge vio a pacientes desplomarse frente a él, en la entrada del centro asistencial, tal como él mismo lo hizo ante su esposa dos semanas antes.

Atestiguó cómo dos personas llegaron a la emergencia con contagiados por la COVID-19 a cargas.

“Comenzó a colapsarse el hospital. Ese día, el 19 de marzo, vi cómo llegaban personas en estado muy grave, ahogándose y cayendo en la entrada del hospital”, ilustra.

Jorge comenzó a trabajar de nuevo en los diseños para su empresa, pero desde casa por la cuarentena decretada por el gobierno. No toma medicamentos para su infección respiratoria.

Sospecha que su contagio pudo haber ocurrido en su lugar de trabajo, donde entró en contacto con varios clientes extranjeros y con ecuatorianos que acababan de llegar al país de viajes al exterior.

Luego de su alta médica, sufrió de dolores de cabeza ocasionales. Le tomó una semana recuperarse del cansancio extremo. Pero, eso sí, no ha dejado de toser un solo día desde entonces.

“Toso varias veces al día. Pueden pasar horas sin tener esa sensación de toser”, manifiesta, optimista. Jorge, a pesar de haber retomado su rutina en casa, no se siente del todo bien.

“Siento que no estoy totalmente recuperado”, admite, un mes luego de aquel desmayo doméstico del que, de no ser por su esposa, muy probablemente no se hubiese levantado.