Si la policía no le impide montar su espectáculo por falta de permisos, encontrará a Pedro Aldana luchando contra los encierros por el coronavirus o contra las lluvias tropicales que hacen que el asfalto sea resbaladizo y que el público salga corriendo en busca de amparo.
A pesar de los obstáculos que le puso la vida, Aldana, con su uniforme cuadriculado y el cabello teñido de verde, sigue haciendo sus espectáculos, que atraen a cientos de personas, en estacionamientos en desuso o en oscuras calles secundarias.
“Este es mi hobby, mi arte”, dice Aldana, quien encabeza un movimiento que busca el reconocimiento oficial de las piruetas acrobáticas de las motos en Venezuela, una actividad popular en barrios pobres como el suyo, donde enseña a algunos admiradores las cosas básicas de ese espectáculo. “Esta es mi pasión y mi trabajo”.
Aldana, cuyo nombre artístico es 'Pedro Locura', cuenta con un leal equipo de gente como él, apasionada por este deporte, que lo acompañan en espectáculos de velocidad, agilidad y equilibrio.
Los motociclistas hacen wheelies (paran la moto en una sola rueda, generalmente la trasera) a gran velocidad y a menudo se paran sobre un pie o una rodilla, incluso con la moto en una rueda. A veces una joven mujer se estira en el asiento, en una muestra de la fe que le tiene al motociclista.
En otras maniobras, avanzan en círculo con las motos paradas en una rueda y ellos parados en el apoyapiés.
Esta modalidad es cada vez más popular en Venezuela, donde muchos se enorgullecen de los motociclistas que los llevan al trabajo o se ganan la vida haciendo entregas a domicilio.
Aldana cuenta que se ganó su apodo de niño, cuando hacía piruetas con su bicicleta. A los 11 años ya montaba una moto.
A lo largo de la última década ha estado recorriendo Venezuela y ofreciendo espectáculos que han atraído hasta 7.000 espectadores en un día. El grupo cobra entre tres y cinco dólares por una entrada a un espectáculo muy trabajado. Es una suma importante en un país donde la mayoría de las personas ganan menos de dos dólares al mes.
La pandemia, no obstante, le ha impedido alejarse mucho de Caracas, donde vive.
Se vio obligado a organizar espectáculos improvisados, que no publicita por los medios tradicionales sino que deja que se corra la voz, en un juego del gato y el ratón con las autoridades. En las redes sociales alienta a los espectadores a que usen barbijos y mantengan distancias, aunque en la práctica eso es opcional.
El sábado, el grupo de Aldana se presentó en un estacionamiento con el asfalto en mal estado en la ciudad costera de La Guaira, pero se presentó la policía y comprobó que no tenían permiso. Aldana asegura que consiguió permisos en el pasado, pero que ahora los empleados municipales exigen coimas.
“Le digo a la policía que ese es un deporte, que ellos deberían comprendernos y trabajar con nosotros”, expresó, “Estamos haciendo algo saludable y positivo”.
El domingo, soldados de a pie impidieron otro show en un barrio pobre de Caracas sin que alcanzasen a empezarlo.
Aldana respondió encabezando una caravana de cientos de motos —motociclistas que participan del show y espectadores— por el centro de Caracas, hasta llegar al barrio de Petare, en la ladera de una colina.
Tomaron una calle estrecha y con una pronunciada inclinación, evitando autos y autobuses, en una especie de espectáculo pirata, sin cobro. Hasta que empezó a llover y se acabó todo.