Son las 6 de la tarde en Caracas y ya en las ventanas de cientos de hogares las esperan. Su sonido irrumpe en medio de una ciudad con los más altos índices de violencia y miseria del continente. Para muchos, son un bálsamo frente al caos.
"Me encanta la opción de que la naturaleza te visite en el medio de la ciudad y que sea completamente espontánea”, dice Frida Ayala, educadora venezolana, quien desde su hamaca contempla lo que considera una terapia: el vuelo de las coloridas guacamayas.
Es tal su respeto y fascinación por la especie que las identifica. Sabe cuáles son pareja y cuáles son nuevas en la bandada. Les habla, imita sus sonidos para invitarlas a acercarse; pero nada de eso es suficiente, pues dice, son rebeldes: llegan y se van cuando se les antoja.
"Estoy en el medio de esta selva urbana y que tengas esa dicha de que te llegue la naturaleza a la puerta de tu casa, hasta la ventana es una maravilla", agrega Ayala, quien desde hace cinco años las fotografía y ofrece de comer mientras se mueven por su balcón.
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Pero, ¿cómo llegaron estas aves características del bosque tropical al valle de Caracas?
"Llegaron por personas que las trajeron como mascota. Probablemente muchas escaparon, otras las liberaron. Al final, fue creciendo la población poco a poco", apunta la bióloga María Lourdes González.
La especialista cree que fueron introducidas a Caracas hace unos 40 años, sin embargo, nunca se evaluó el impacto que podían producir en el ecosistema de la capital. Al ser una especie no nativa, la literatura sugiere que habría que expulsarlas, pero, como no se ha podido determinar si las guacamayas causan algún efecto negativo en la urbe, no es necesario tomar esa medida.
"Si desplazaron a alguna especie o la desaparecieron, ya no hay manera de saberlo. No se ha demostrado que haya un perjuicio por su presencia en Caracas. Hay un beneficio. La gente se siente identificada con las guacamayas, les genera un bienestar emocional”, destaca González.
Las guacamayas contrastan con los altos edificios y humildes construcciones en los cerros. Sin embargo, al estar en contacto con tantas personas surge un problema: consumen alimentos ricos en grasa y azúcar, intolerables para su sistema digestivo.
"No hay que darle pan, ni leche, ni arepa, ni cereales. Las estamos envenenando poco a poco. Esa dieta les reduce la expectativa de vida", advierte.
En Caracas, se calcula que hay unas 400 guacamayas, una densidad, que según González, es mayor a la que en este momento existe en su hábitat natural. Justamente, la población de guacamayas en los bosques de Venezuela se ha ido perdiendo por el comercio ilegal, lo que a largo plazo, puede generar desequilibrios en el ecosistema, dada su función esparciendo semillas para el crecimiento de árboles.
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