El olor a azufre y el ardor en los ojos anuncian la proximidad de la población colombiana de Villahermosa al volcán Nevado del Ruiz. De su cráter salía el martes una columna de gases y ceniza de hasta 1.800 metros, una de las señales de la actividad volcánica inestable que ha persistido en los últimos días y provocado alerta en las zonas de riesgo ante una posible erupción.
Emerson Camargo, de 18 años, está habituado a vivir en las cercanías del volcán y los sismos no le asustan especialmente, aunque reconoce que en los últimos días han aumentado. También ha visto más ceniza, lo nota porque cuando toca el pelaje blanco de las vacas que cuida sale polvo de color gris.
“El nivel de sismos aumentó, antes pues uno lo veía normal”, dijo a The Associated Press Camargo, quien sigue trabajando en la zona pese a que las autoridades han recomendado evacuar por precaución.
Cómo él, Édgar Arriaza, admite que no ha desalojado la zona para seguir con sus labores. “Mi familia, mi esposa y mis hijos ya fueron evacuados, a mí sí me toca siempre cumplir por el ganadito, con los pocos animales que tengo”, comentó mientras acaricia el lomo de una de sus vacas y señala virutas negras entre el pelo del animal.
Con un radio en su mano, Arriaza, de 35 años, informaba el martes a los organismos de monitoreo la situación en los alrededores del volcán desde el cañón de Lagunilla, una de las zonas de riesgo alto debido a que por ahí los flujos del volcán podrían descender.
“Tengo visual hacia la parte alta y no hay emisión de ceniza y gases por acá por el sector y el caudal del río Lagunilla está bajando normal”, notificó Arriaza.
Los pobladores saben del riesgo que corren al vivir en Murillo o en la zona rural de Villahermosa, localizados en el departamento de Tolima a unos 20 kilómetros del volcán. La última vez que el volcán se reactivó de forma importante fue el 13 de noviembre de 1985 causando la muerte de aproximadamente 25.000 personas tras arrasar el municipio de Armero, Tolima.
Esa noche se registraron varias erupciones del volcán que provocaron la caída de piroclastos -fragmentos de roca-, lo que sumado a fuertes lluvias causaron deshielos en la parte alta del volcán y generaron avenidas de escombros, capa vegetal y lodo que descendieron también por los cauces de los ríos, entre ellos, el Lagunilla, y llegaron a la población.
Para evitar una tragedia similar, el gobierno ha pedido evacuar a más de 2.500 familias en la zona desde hace varios días, sin lograrlo por completo.
Pero hay muchos agricultores y ganaderos que temen dejar sus tierras ante una posible pero impredecible erupción del volcán o que no ven un riesgo inminente. Por tanto, el gobierno busca adoptar medidas excepcionales para evacuar a los animales a zonas seguras y así incentivar la evacuación.
“No va a pasar nada”, zanja con desdén Raúl Álvarez, mientras ara la tierra para extraer patatas.
Desde el 31 de marzo los organismos estatales de monitoreo advirtieron mayor actividad del volcán, ubicado a 5.321 metros sobre el nivel del mar en el eje de la cordillera central del país, debido a que existe la posibilidad de que en días o semanas haga una erupción mayor a las de la última década, tiempo en el que ha estado en proceso eruptivo.
El sábado pasado se registraron 3.400 sismos al interior del volcán a una distancia de entre dos y cuatro kilómetros del cráter, según el reporte del Servicio Geológico Colombiano (SGC). La sismicidad estaba asociada al fracturamiento de roca al interior del volcán, es decir, el magma estaba intentando desplazarse al interior del volcán. Sin embargo, en los últimos días los sismos dejaron de ser un indicador tan relevante debido a que los expertos del SGC tienen indicios de que el magma ya terminó su desplazamiento por ahora.
“Ese magma se puede empezar a enfriar y quedarse ahí tranquilo o puede desestabilizarse más y generar una erupción”, aseguró la víspera a la prensa John Makario Londoño, director técnico de geoamenazas del SGC.
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